El que escribe estas líneas nació en 1982. Pertenezco a una generación que pasaba las tardes en la calle, donde no necesitábamos ni una pista de fútbol sala, ni camisetas, ni tan siquiera porterías. El único material imprescindible era una pelota.
Recuerdo terminar de comer y bajar de casa con mi balón, preparado para lo que estaba por venir. Todos los chicos del barrio hacían lo mismo. Los dos capitanes se separaban unos metros y comenzaban a dar pasos alternativamente, poniendo los pies uno justo delante del otro, diciendo «oro» o «plata». El primero que llegaba a pisar el pie del contrario escogía jugador y así nos repartíamos hasta completar los equipos. Yo no era de los primeros en ser elegido; afortunadamente, tampoco de los últimos.
No necesitábamos líneas que limitasen el campo y mucho menos un árbitro. Era el fútbol de la calle, donde los bancos o dos sudaderas tiradas hacían la vez de portería y los límites de la plaza eran los del terreno de juego. Ni las porterías tenían que estar enfrentadas, ni el campo debía ser rectangular.
Era el fútbol de la anarquía, un espacio donde la imaginación, la creatividad y la habilidad eran los reyes. El domingo veías los resúmenes de los partidos y el lunes ya tenías la cola de vaca de Romario en el parque, como si de la última actualización móvil se tratase. Allí se veían los mejores regates, las acciones más imprevisibles y por supuesto, a los mejores jugadores.
En un fútbol actual en el que el romanticismo parece muerto; unido a sistemas y tácticas orientadas a destruir, a físicos portentosos capaces de mantener esfuerzos máximos durante noventa minutos, David Mella (2005), Yeremay Hernández (2002) y Mario Soriano (2002) recuerdan que el fútbol, al fin y al cabo, nunca dejó de ser un juego. Descarados, eléctricos, atrevidos e impredecibles, capaces de resolver situaciones del juego de manera diferente; como sucedía en la plaza.
Algunos hablan de la revolución de los jóvenes. Yo no puedo evitar trasladarme a aquellas tardes en la plaza. «Oro», «plata», tú ganas ¿A quién escoges primero de los tres?
Jesús López es entrenador de fútbol, analista y asesor de deportistas profesionales