A Riazor aún no ha llegado el nuevo Dépor (0-0)

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

Los de Antonio Hidalgo empatan sin goles frente al Burgos en un encuentro falto de ocasiones y con mucho tiempo muerto

24 ago 2025 . Actualizado a las 19:37 h.

Algo perdió el Dépor en los mil kilómetros de carretera que separan Riazor de Los Cármenes. Quizá solo fuera esa chispa que invitó a pensar en un equipo ya hecho cuando todavía mediaba agosto. Quizá el acierto que disimuló la falta de nuevos e importantes recursos ofensivos. El caso es que el estreno en casa del proyecto 25-26 recordó demasiado las lagunas de la versión antigua. Y eso que apuntó alto desde el principio.

El primer balón que tocó el Burgos fue un camelo. Invitó el anfitrión a que los de Ramis iniciaran el despliegue mientras Arnau Comas emergía contra corriente. Robó alto el central, entregó de inmediato a Villares y este encontró a Mario Soriano. El resto; cuestión de química. Bola a media altura, ingobernable para mortales, y control y evasión, dos en uno, por parte de Yeremay, que amansó el cuero y lo apartó del mayor de los Córdoba. Aitor vio pasar al canario y plantarse frente a Cantero, que tampoco alcanzó a tocar la pelota picada sobre su cabeza. Al meta le salvó el palo. Larguerazo y rebote en largo. Demasiado para que Zakaria pudiera cazarlo con la espuela. Minuto dos. Prometía el encuentro.

Lo mantuvo caliente Luismi Cruz, a fuerza de intentos, llevándolo hasta el 13 bajo control de los de casa. Ahí volvió a aparecer el dueño del 10, que sabe cuándo intervenir y cuándo borrarse. Amagó con acudir al pase y se apartó de golpe para no interrumpir su trayectoria hacia el punta. Turno, de nuevo, para Zakaria. Los quiebros del neerlandés son mucho más toscos que los de sus escoltas, pero logró deshacerse de Arroyo y chutar con fuerza. Fuera, por poco.

Cuarto de hora consumido en incursiones sin efecto antes de que los castellanos dieran respuesta. Se encargó Morante, frenado por Barcia mientras armaba el disparo en el área chica y después por Germán Parreño, tras volear desde la frontal de la grande. El portero se estiró para despejar muy abajo, cerca del poste.

Llegaba la cita al 20. De ahí al 45 fue tiempo muerto. Dio para que el árbitro mostrara un par de amarillas rigurosas y se inhibiera en otras dos que parecían mucho más claras. También para que Sergio Escudero metiese el miedo en el cuerpo del hincha, agarrándose con gesto de dolor el brazo malo. El susto duró lo que tardó Quagliata en abandonar su calentamiento. Sirvió, sobre todo, para que la afición empezara a familiarizarse en vivo con la fórmula de Antonio Hidalgo.

Una apuesta por la movilidad constante en la que la salida de tres la completa unas veces Gragera y otras Loureiro; en la que los presuntos centrales tienen licencia para todo y los teóricos extremos no están casi nunca donde se les espera. Luismi, replegado sobre el carril; Yeremay, tendiendo al centro.

Ensayo sin daños hasta el descanso y segundo arranque de vértigo. En esta ocasión fueron los visitantes quienes se activaron de inmediato: derechazo desviado de David González tras la buena dejada de Fer Niño. Punto de partida de un intercambio.

Falta lateral perfectamente botada que no caza Gragera por un pelo; apertura de Curro y zurdazo al limbo del Córdoba pequeño; bola filtrada por Soriano y trallazo de Yere contra la pierna de un adversario. Todo, sin ocasión para el respiro. Cuando llegó la pausa, en el 50, fue otra vez para largo.

Probó Hidalgo a reactivar a los suyos a fuerza de cambios, pero lo único que obtuvo fueron aplausos. Los más sonoros se los llevó Charlie Patiño, convencida la grada de que el buen futbolista que esconde el joven inglés puede asomar a fuerza de aliento. No dejó de probarlo el nuevo portador del 6, e incluso pisó área al final de una jugada en la que nunca encontró el hueco para el disparo. Eso y un amago de contra lanzada fenomenalmente por Parreño fue el bagaje de los coruñeses hasta el final del duelo.

Al intento del meta no le acompañó, sorprendentemente, el control de Yeremay, demasiado largo. Queda por demostrar que el mejor sitio para el nuevo referente blanquiazul sea el carril del medio. De momento, se le multiplican las refriegas y ha disminuido su efecto. Pero hay tiempo. Cuarenta citas, como mínimo. Otras veinte en Riazor. La primera no quedará en el recuerdo.