Roy Makaay, en el nombre del gol

Fabián Bouzas LA VOZ / REDACCIÓN

HEMEROTECA

El gran rendimiento goleador de Lucas Pérez retrotrae al primer plano la figura de uno de los delanteros más letales de la historia del Deportivo

07 dic 2015 . Actualizado a las 19:42 h.

Su nombre ha vuelto a resonar a raíz del gran rendimiento goleador de Lucas Pérez. A pesar de que nadie le ha olvidado, ni aficionados ni miembros del club, porque olvidarse no es una opción. La figura de Roy Makaay ha vuelto a coger fuerza con los diez goles en catorce partidos que acumula Lucas, cifras parejas a las que el holandés ofreció en Riazor en su mejor temporada.

Recordar a Roy Makaay es recordar sus goles, su implacable ferocidad anotadora. Pero el holandés era mucho más; velocidad, técnica, asociación, potencia, pero sobre todo sobresaltaba por tener lo más preciado y valioso en el fútbol; el gol. Recordarle es verle corriendo a celebrar, con las manos en forma de avión, uno de sus goles junto a su inseparable amigo Valerón o junto a Víctor Sánchez, o Djalminha o Diego Tristán. Con todos ellos, Makaay conjugó un Deportivo letal. 

CESAR QUIAN

Introvertido y frío, el carácter holandés lo trasladaba a su oficio. En los mano a mano ante los porteros, donde muchos temblaban y claudicaban, él encontraba su hábitat natural. Preciso y certero, Roy Makaay fusiló redes en Holanda, España y Alemania. Un goleador nato al que nunca parecía afectarle la presión.

Su llegada al Deportivo se produjo cuando tenía 24 años, llegó procedente del Tenerife por una cantidad cercana a los seis millones de euros. Si había cierto escepticismo, lo borró de un plumazo en su debut liguero, marcando un hat trick contra el Alavés. Aquel partido inauguró una temporada legendaria para el club, la 1999-2000, la de la Liga. Y Roy Makaay fue el gran goleador de ese Deportivo campeón. Veinticinco goles marcó en su primera temporada, incluidos tres en Copa de la Uefa, dos hat tricks y el último tanto del campeonato, el que certificaba el triunfo 2-0 ante el Espanyol en Riazor y que daba el título de Liga. 

Con la derecha, con la izquierda, de volea, de cabeza. El repertorio que exhibió el holandés fue espectacular y el deportivismo disfrutó de un goleador implacable, en una temporada que acabó con un Roy Makaay desatado y abrazado a Manuel Pablo celebrando el gol que acababa por confirmar que la liga se quedaba en A Coruña. Una imagen inolvidable para todo el deportivismo.

Al año siguiente llegarían al Deportivo Juan Carlos Valerón y Diego Tristán entre otros. Con el delantero tuvo una durísima pugna por el puesto de titular; Makaay y Tristán, Tristán y Makaay, el debate en A Coruña era tremendo. Dos delanteros formidables, muy distintos entre sí, pero que le ofrecían a Javier Irureta alternativas enormes para plasmar sus famosas rotaciones.

 En las dos primeras temporadas de Diego Tristán, el sevillano rindió a un grandísimo nivel y relegó a Makaay a un papel secundario, aunque el holandés siempre acababa rindiendo cuando tenía oportunidad, ofreciendo goles y minutos de calidad. En el año 2002, tras la lesión de tobillo de Diego Tristán, Roy Makaay aprovechó el bajón futbolístico de su compañero y cogió con las dos manos la oportunidad de la titularidad y lo hizo como mejor sabía, perforando redes.

Con Juan Carlos Valerón en el auge de su carrera, Roy Makaay explotó definitivamente su olfato goleador en la 2002-2003. Tocado con una varita mágica, aquella temporada el holandés acabaría anotando 38 goles en todas las competiciones, anotando 29  en el campeonato doméstico y conquistando la Bota de Oro como mejor artillero europeo tras una durísima pugna con el delantero del Mónaco, Shabani Nonda. 

En Riazor, el deportivismo le adoraba. Lo hizo desde el primer día, por su calidad innegable, su entrega y su capacidad goleadora, pero lo hacía también por sus valores y su comportamiento. Tras colaborar de forma capital en el título liguero, la llegada de Diego Tristán le obligó a reciclarse muchas veces en la banda derecha e incluso muchas otras en el banquillo. Sin embargo, supo seguir trabajando, esperando su momento. Y acabó llegando.

La afición herculina disfrutó así de uno de los mejores delanteros de la historia del club, del hasta ahora único Bota de Oro del equipo herculino y al que se le recordará siempre por ser el delantero de la única liga conquistada. Tras ser el máximo goleador del continente, el Bayern Münich pagó 24 millones de euros, en un traspaso cuyo origen se remonta a  un histórico partido de la fase de grupos de la Champions League, en el que el Deportivo se impuso a los bávaros en el Olímpico de Münich 2-3, con un legendario ha ttrick del holandés. Los muniqueses quedaron prendados de él desde entonces y siete meses después  de aquella exhibición, los directivos cerraron su traspaso.

CESAR QUIAN

En el Bayern estuvo cuatro temporadas, jugando más de cien partidos y anotando 78 goles. También allí mostró su olfato goleador, ganó dos veces la Bundesliga y se convirtió en ídolo de la afición, antes de acabar sus años de fútbol en su casa, en el Feyenoord. En Rotterdam estuvo sus tres últimas temporadas como profesional, donde mantuvo intacto su olfato de gol, anotando 26 dianas.

El fútbol todavía le haría vivir una última noche de gloria en Riazor cuando nadie lo esperaba. En la temporada 2009-2010, Deportivo y Feyenoord se cruzaban en la fase de grupos de la Copa de la Uefa y Roy Makaay volvía a pisar Riazor. El encuentro, marcado por algunos incidentes de los hooligans del equipo de Rotterdam, se convirtió en un homenaje perpetuo a Roy Makaay. A los 37 años, el holandés volvía al estadio donde a tantos hizo soñar con sus goles. La afición de Riazor le cantó, vitoreó y ovacionó como el ídolo que representa, como muestra de gratitud eterna por su entrega vistiendo la blanquiazul, por su rendimiento espectacular y por la gran huella que había dejado. 

Las palmas atronaron en el coliseo herculino tras un emotivo abrazo con Valerón al término del partido. Roy Makaay se paró en el círculo central, alzó los brazos y agradeció por última vez los cánticos y aplausos de aquellos que siempre le recordarán como uno de los grandes.

CÉSAR QUIAN

Porque ahora con Lucas Pérez su nombre ha vuelto a sonar, pero él nunca se fue. Ni sus goles, ni su fútbol, ni sus títulos. Porque olvidarse de Roy Makaay nunca ha sido una una opción en A Coruña. Porque a los grandes siempre hay que recordarles igual, con una sonrisa en el alma y en el corazón. Y su sonrisa fue durante muchos años la de un deportivismo que tocaba el cielo de los títulos.