De las reflexiones de un «maldito poli» a las de 60 vecinos de pro

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

27 mar 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Es lo que hace Manuel Burgos Toimil a lo largo de los trece capítulos que conforman su primer libro, Reflexiones de un maldito poli. Los que lo conocen bien afirman que de maldito tiene poco. «Ha sido un juego. He utilizado la definición que nos suelen adjudicar los delincuentes cuando son detenidos», explica este inspector jefe ya en la retaguardia, especialista en derecho penal, profesor asociado de la Universidad...

Añade que lo que de verdad proliferan son los «polis benditos». Él debe de saberlo muy bien ya que, entre otros muchos cometidos, fue instructor de expedientes en la comisaría viguesa. «Los más interesados en limpiar la imagen de los policías son los propios policías. No hay nada peor que ser un delincuente con placa», sostiene.

A lo largo de más de 30 años de servicio ha vivido muchas cosas y ha imaginado otras tantas. Por unas y por otras ha hecho un recorrido en esta ópera prima, que ayer presentó en sociedad, y cuyos beneficios se repartirán al 50% Aldeas Infantiles y el Colegio de Huérfanos de la Policía. No es casual que haya elegido sendas entidades con los niños como protagonistas.

Y es que Manuel Burgos fue el creador del Grupo de Menores vigués en los últimos años 80, cuando Jorge Parada estaba al timón del Gobierno Civil. «El servicio estaba prácticamente concedido a A Coruña y se lo quitamos. Se enfadaron mucho y, a su vez, pelearon por otros que venían para Vigo». Está claro que la rivalidad va más allá del fútbol.

En la atípica presentación de ayer, varios amigos de Manuel leyeron algunas de las historias que relata en sus Reflexiones. «Me hubiera gustado que leyera también Marilyn Monroe, pero por razones que todos conocen, no pudo venir», ironizó.

El lector descubrirá de la mano del autor escenarios bien conocidos y otros ni siquiera imaginados. Por ejemplo, ofrece la posibilidad de realizar un paseo con Laura, una experta de la noche, por todos los pubs, discotecas y garitos de la ciudad. Cuenta con pelos señales en cuáles florece (o florecía, porque algunos ya no existen) el hampa dorada, o cuáles son frecuentados por los narcos, o...

La mochila de Manuel Burgos está repleta de situaciones insólitas. Me cuanta alguna, sobre todo durante su estancia en el Grume, que revolvería la golosa al mismísimo Tarantino y que no transcribiré por escabrosa.

Pero también las tiene tragicómicas. Como la de aquel vigilante costero tan celoso de su tarea que denunció a un niño de cinco años por pescar sin licencia. «El abuelo del pequeño estaba angustiado. Se lo había llevado con él, que sí tenía licencia, a pescar. Para que se entretuviera improvisó una caña atando un cordel a una rama». Qué pena que Rafael Azcona y Berlanga solo se dedicasen a la caza.

Como esta inmersión literaria le ha metido el hormiguillo en el cuerpo, Manuel Burgos está pensando en escribir un nuevo libro para el que ya tiene título: Aventuras y desventuras de un policía secreto. Será una biografía en tercera persona. Quedamos a la espera.

Lo confesó ayer en petit comité en el transcurso de la comida anual que celebran los integrantes de la Fundación que aglutina a los que ya ostentan ese título. El regidor de turno es siempre un invitado fijo en esta cita, más que nada porque aprovechan para leerle la cartilla de peticiones que, bien a su pesar (al de los peticionarios, digo), pocas veces son tenidas en cuenta.

Luis Espada, en su calidad de presidente de la Fundación ejerció ayer de maestro petitorio. Entre otras cosas, reclamó (en realidad re-reclamó porque no es la primera vez que lo hace) la creación en la ciudad de un museo de la industria, que vendría a sustituir a más de uno de los que figuran en el Plan General.

Pidió también una red de medidores de la calidad del aire, una mesa por la movilidad para tratar de arreglar (?) los problemas de tráfico; un estudio sobre la posibilidad de habilitar aparcamientos disuasorios en las entradas de la ciudad, unas jornadas anuales sobre temas de interés para Vigo... En definitiva, la luna. Caballero fintó lo mejor que supo y dijo aquello tan gallego de «a ver». Y así, hasta el año que viene si Dios quiere.

Lo mejor de todo, amén del encuentro con otros Distinguidos, fue el arroz con zamburiñas que pagaron a escote en casa de José Rojo (Puesto Piloto). Junto a los ya citados, compartieron mesas y manteles, Gerardo González Martín, Salvador Fernández Troncoso, Carmen Parada, Delfina Cendón (que quizá hoy estrene cargo), Bieto Ledo, Antón Pulido, Manel Fernández, Lalo Vázquez Gil...