Las calles de Lugo fueron testigo esta semana de la última disquisición de la teoría política del vazquismo, el estilo que durante tanto tiempo alabó y abrazó Abel Caballero. El ex regidor herculino y ex embajador ante el Vaticano, paseo calle da Reiña arriba y abajo junto a Xosé López Orozco para demostrar qué perfiles merecen sus respetos dentro del PSOE y cuáles no. Tras ser fotografiado en el paseo político, Francisco Vázquez se prestó a valorar y ensalzar el estilo del alcalde lucense y, por ende, el suyo propio. «Fui un referente de lo que debe ser un alcalde», señaló a la prensa, a la que enumeró las virtudes que debe tener un buen regidor y que él apuntaba haber seguido sin apartarse un milímetro.
Su receta se centró, según dijo, en que un alcalde no debe aceptar ni disciplina ni limitaciones partidarias; debe defender sobre todo a su ciudad y debe aportar un plus de prestigio a su municipio. Pero sobre todas las cosas, Vázquez daba una importancia principal a que junto a todas las demás características un buen alcalde «debe de tener la habilidad de entablar relaciones con las demás instituciones». Vázquez lo hizo con Fraga y también con Aznar, y de ambas amistades sacó partido para A Coruña, como antes lo había hecho con Felipe González y buena parte de sus ministros, Caballero incluido, circunstancia que le granjeó al entonces ministro de Transportes el homenaje y reconocimiento del Ayuntamiento herculino.
Ese vazquismo, que el propio Vázquez solo ve en Galicia en López Orozco, acaba de ser sin embargo rescatado en ínfimas dosis por el regidor vigués. El texto legal para el Área Metropolitana ha servido a Caballero para mostrar por primera vez en todo el mandato una cara amable, ensalzadora del diálogo y el consenso y buscadora del acuerdo con la Xunta que se hizo imposible en los cuatro años anteriores crispando la ciudad, pero sobre todo impidiendo su avance gracias a puntos de encuentro con el Ejecutivo gallego o la Diputación. Pero mostrar esa cordura en período electoral puede llevar a quienes la observen a la incredulidad.
Exigir debe ser la primera obligación de un alcalde, buscar un punto de acuerdo la segunda. Pero lo cierto es que Vigo se ha abonado a alcaldes crispantes y lo hizo en este mandato Caballero y antes también Corina Porro cuando le tocó contemporizar con un Gobierno central socialista. Por eso, gane quien gane el domingo, Vigo se merece ya un alcalde/esa capaz de conseguir mejoras para la ciudad aunque su color político no sea el mismo que el que impere en Madrid o Santiago. Va siendo hora.