Estamos en el puente de Los Milagros. Y no es de extrañar. Mañana se celebra el día de Santiago, que según la Biblia fue martirizado y ejecutado en Judea por orden de Herodes Agripa. El libro Hechos de los Apóstoles fija la fecha del crimen en el año 43 de nuestra era. Contraviniendo a su libro sagrado, la tradición afirma que el hijo de Zebedeo fue trasladado hasta nuestra costa en una barca de piedra. Y, en el año 813, un ermitaño descubrió su tumba en el Campus Stellae, lo que también constituye un prodigio de conservación de restos humanos en un suelo tan ácido como el galaico.
Estamos, por tanto, ante un patrón cuya sola leyenda ya constituye lo más milagreiro que jamás se haya narrado. Al punto de que historiadores tan católicos como Claudio Sánchez Albornoz han puesto en duda tan imaginativo episodio. Y no son pocos quienes sostienen que, con los medios de hoy, y una simple prueba del carbono 14 radiactivo, podría determinarse la antigüedad de los restos que hoy descansan en la cripta compostelana.
Pero tampoco hay que ponerse tan pejiguero. La historia, real o no, es bastante bonita y nos ha dado una catedral que podríamos calificar como la más hermosa del mundo. Y en el último Año Santo, celebrado en 2010, la leyenda trajo a Galicia a 272.135 peregrinos, haciendo gasto. Así que, sea quien sea el inquilino del Obradoiro, el resultado por ahora ha sido bastante bueno. Y que cada cual crea lo que le venga en gana. Lo que, desde luego, resulta indiscutible es que Santiago Apóstol, por su propia historia, constituye nuestro santo más milagreiro.
Y, para demostrarlo, vivimos estos días en Vigo prodigios que solo pueden tener una base sobrenatural. Valga como ejemplo la victoria del Celta el viernes sobre el Sporting de Braga, flamante subcampeón de la Europa League. Constituye un portento que, para empezar la temporada, nuestro equipo nos regale una alegría.
También parece asombroso que, en aguas de San Simón, en el interior de la ría, un equipo de arqueólogos se encuentre estudiando los pecios de los galeones de Rande. Tras décadas de olvido, la tenacidad del historiador Javier Luaces, con fondos de la Xunta, ha obrado el prodigio de intentar poner en valor este patrimonio.
Asombra, también, el rali de coches descapotables que desde ayer recorre Vigo y su área. Con el verano lluvioso que llevamos, solo la intercesión divina ha podido permitir que el evento no se convirtiese en una procesión de bañeras.
Pero ya lo nunca visto se produjo el viernes en el pazo de Castrelos. Doscientas personas asistieron al acto del Día de Galicia sin que, por primera vez, por razones de austeridad, se ofreciesen pinchos.
¡Y no faltó ni el obispo!
¡Milagro!, evidentemente.
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