La lotería que a nadie tocó

La Voz

VIGO

Promueven que el espacio situado al lado del Paseo de Alfonso se llame como un viejo local.
Promueven que el espacio situado al lado del Paseo de Alfonso se llame como un viejo local. óscar vázquez< / span>

Un premio de Navidad en los años 60 causó conmoción en La Collona, el lupanar que ahora podría dar nombre a una plaza del Casco Vello

18 ene 2015 . Actualizado a las 15:37 h.

Cualquier vigués de hace medio siglo se quedaría petrificado ante la placa urbana que orna las escaleras de Porta do Sol: «Rúa II República». Si pudiesen viajar en el tiempo, a los falangistas les daría un patatús. Aunque, para ser más exactos, diremos que sí viajaron en el tiempo, como hacemos todos cumpliendo años. Gracias a ello, buena parte de los otrora más «adictos al régimen» se proclaman hoy demócratas de toda la vida. Aunque supongo que quedará algún nostálgico que todavía verá la placa republicana y dará un respingo.

Pero hay algo que asombraría aún más a los vigueses de hace cincuenta años: «¡Escaleras mecánicas para ir a putas!». También, por suerte, y con el paso del tiempo, A Ferrería ya no es aquel sórdido barrio de burdeles donde coincidían los lugareños con la clientela internacional llegada a bordo de las flotas mercantes de medio mundo. Así que las escaleras tienen otras funciones menos lamentables que las de facilitar el acceso a un barrio chino. Aunque, por desgracia, aun existan un par de locales de alterne venidos a menos.

Sin embargo, alguna nostalgia debe quedar de los tiempos del Barcelona de noche y otros lupanares de antaño. Porque, en votación en Internet, convocada por la Asociación Cultural Casco Vello Alto, los vigueses acaban de elegir que una pequeña plaza de la zona se denomine A Collona, en homenaje a Doña Esperanza, la madame más famosa de su época, propietaria del burdel Abanico.

Aquel local de odaliscas permitió acuñar la expresión «¡Esto es la Casa de la Collona!», clásica exclamación de los vigueses para definir un desastre. La Casa de la Collona alude a un burdel, un lupanar, un prostíbulo, un quilombo, una casa de citas, un local de alterne o, para decirlo llanamente, una auténtica casa de putas.

La historia del bar Abanico la contamos en estas páginas hace un par de años. Desde la década de los 50 del pasado siglo, el local era el más popular del barrio chino. El nombre le venía de un gigantesco abanico pintado en una de las paredes del establecimiento. Tras la barra, atendía una señorita, pero el nombre popular se lo daba la señora que recibía a los clientes, sentada en una silla al fondo del bar. Esa mujer se llamaba Doña Esperanza y su apodo era La Collona.

Doña Esperanza era la madame, la encargada de hacer salir a las meretrices al grito de «¡Niñas, al salón!». Además de este cometido, dicen que la mujer daba buena conversación.

En el bar Abanico, como en el resto de A Ferrería, se bebía vino blanco del ribeiro. Y chatos de licor de hierbas y de licor café. Los más pudientes apostaban por el coñac. El güisqui no sería popular en España hasta los años 80, así que no existía el concepto «whiskería».

En dura competencia con el Abanico triunfaba en el barrio chino el Barcelona de Noche y un tercero llamado La Toja. Por supuesto, ninguno tenía luz roja, una modernidad muy posterior.

En A Ferrería paraba la marinería de los mercantes que recalaban en puerto. La oficialidad prefería los cabarets, como el Brasil y El Español, situado en la Alameda, que pasaría a denominarse Fontoria cuando cambió su entrada por Luis Taboada. Había allí un ambiente más fino y la clientela podía confraternizar con las bailarinas artísticas que presentaban sus shows en el escenario.

En la Casa de la Collona, en cambio, no había música. Ni la radio siquiera. Sólo ocasionalmente tocaba un guitarrista, que lo hacía por varios locales de la zona y respondía al nombre de Eufrasio.

Toda la estampa nos da una idea aproximada de la sordidez del lugar y de la época. Los servicios profesionales con cama costaban, en los años 50, un total de 3, 5 y 15 pesetas. Había una expresión, «de dormida», que se aplicaba a quien se quedaba en el lupanar toda la noche.

A Ferrería no era el único barrio chino de la ciudad. Cuesta arriba estaba el callejón de Núñez, que según la memoria de la época era «mucho más fino». También en A Pedra había una zona de alterne.

Pero queda una anécdota de la Collona por contar. Y tiene su gracia. Por Navidad, Doña Esperanza vendía décimos y participaciones de la Lotería Nacional. Por suerte o por desgracia, un año tocó un tercer premio, agraciado con mil pesetas por peseta. Un buen pellizco, en expresión que le va bien al local. En Cabral, donde vivía Doña Esperanza, todo el mundo sabía que le había tocado. Y ella no lo ocultaba, pero sus clientes sí. Aquellas navidades, muchos vigueses cobraron sus premios cuidándose de no decir nada en casa. Y llegó a ser el chascarrillo de media ciudad intentar localizar a algún agraciado. Incluso, cuando alguien pagaba una ronda, se hacían bromas por si la generosidad respondía a que tuviese «un décimo de la Collona».

La lotería que nunca tocó es otra historia del viejo bar Abanico. Que ahora tendrá su plaza en A Ferrería. Lo cual resulta entre sórdido y humorístico. Y la prueba fehaciente de que esta ciudad, a veces, es una auténtica Casa de la Collona...

eduardorolland@hotmail.com