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La réplica del yate Saint Michel II, del escritor francés, visita esta semana la ciudad
13 ago 2019 . Actualizado a las 12:33 h.Uno de los motores de la obra de Jules Verne es el mar, que se hace protagonista en muchas novelas, desde Los hijos del capitán Grant a Escuela de robinsones, pasando por La esfinge de los hielos o La isla misteriosa. En otros libros, aunque la acción no suceda a bordo de un buque, suele embarcar a sus personajes como hace en La vuelta al mundo en 80 días con Phileas Fogg, el excéntrico millonario al que la gente ahora llama Willie Fogg. Son cosas de la tele.
En ocasiones, los barcos no van por el mar y surcan el cielo como sucede en Dueño del mundo o como con el Albatros de Robur El Conquistador’ E incluso es posible que los protagonistas naveguen por el espacio como en De la Tierra a la Luna o en Héctor Servadac.
Hay una explicación para que la navegación sea una constante en sus novelas. Y es la misma que trajo a Vigo al escritor francés en los años 1878 y 1884: su pasión por el mar. Esta semana lo podemos recordar, porque está a punto de llegar a la ciudad una réplica de su yate Saint Michel II, que recalará en los muelles de Bouzas desde el miércoles 14 hasta el viernes 16, dentro de una regata organizada por el Yacht Club de France.
Aquel yate fue uno de los sueños de Verne y de los tres Saint Michel que tuvo en su vida, en el segundo puso más empeño que en ninguno de los otros dos. Porque el primero era un pesquero que compró de segunda mano y acondicionó con un camarote, una cocina y una pequeña biblioteca. Y el tercero y último, con el que visitó Vigo en dos ocasiones, se lo compró a un noble francés. Pero el segundo lo encargó nuevo a los astilleros Abel Le Marchand en Le Havre. Y él personalmente supervisó los planos, que actualmente se conservan en el Museo Jules Verne de Nantes. Gracias a ellos se pudo construir la réplica que ahora nos visita.
Para certificar la pasión de Verne por el mar podemos recordar estas palabras del capitán Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino: «¡El mar lo es todo! Su aliento es puro y sano. Es el inmenso desierto en el que el hombre nunca está solo, pues siente estremecerse la vida en torno a sí mismo. El mar es el vehículo de una sobrenatural y prodigiosa existencia; es movimiento y amor; es el infinito viviente».
Desde niño en Nantes, un importante puerto en su época, Verne soñaba con navegar. En un escrito de su vejez, el autor recuerda sus fantasías juveniles: «¡A los doce años, todavía no había visto el mar, el mar verdadero! ¡No! Todavía me embarcaba con el pensamiento en los barcos sardineros, las chalupas de pesca, los bergantines, las goletas, los buques de tres palos e incluso en los barcos de vapor -¡todavía se los llamaba piróscafos!- que iban hasta la desembocadura del Loira».
En algunas biografías se dice que, con sólo once años, se embarcó como polizón en un buque llamado La Coralie, que hacía viajes a la India, con la ilusión de convertirse en buscador de perlas y traerle un collar a su prima Caroline, de la que estaba secretamente enamorado. Dicen que su padre logró desembarcarlo minutos antes de que el carguero zarpase del puerto de Nantes. Pero hoy se ha descubierto que aquella historia era una mera invención de su sobrina Margueritte Ayote, que a su muerte publicó una infame biografía de su tío llena de fantasías de su propia cosecha. Por desgracia, ese libro aún es usado en algunos trabajos sobre Verne, perpetuando leyendas sin cuento.
Sí se sabe que quedó impresionado con el sufrimiento de su primera maestra en Nantes, la señora Sambin, cuyo marido, que era capitán de la marina mercante, había desaparecido en alta mar. Ya adulto, Verne saldaría esa deuda escribiendo en 1890 la novela Mrs Branican, en la que una audaz mujer recorre el mundo de puerto en puerto hasta que encuentra a su marido al que daban por náufrago.
Jules Verne no tuvo la suerte de su hermano Paul, que se hizo marino mercante. Él fue obligado a estudiar leyes, como su padre. Pero toda su vida soñó con el mar, lo que trasladó a sus novelas. Y no fue hasta que cumplió 40 años cuando se pudo permitir su primer barco, el modesto Saint Michel I, al que siguió el segundo, que ahora nos visita en réplica, y el tercero, con el que recaló en Vigo en dos ocasiones.
Por eso fue tan importante para él aquella primera visita viguesa en junio de 1878. Porque era la primera vez en que hacía una gran singladura en su propio yate. Y tuvo la suerte de que su primera escala fuese en una ciudad en fiestas que lo agasajó durante cuatro días y le hizo sentirse como un vigués más.
Ahora, un yate de Verne vuelve a Vigo. Será el próximo miércoles 14 de agosto, cuando veremos al Saint Michel II entrar en nuestra ría, la misma que cada año visita el Nautilus del capitán Nemo.