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Futbolista hasta los 42, fue entrenador de base, utillero, soldador, lavandero y sigue como directivo del Coruxo
03 may 2021 . Actualizado a las 11:25 h.La vida de Amable Costas Pena no puede entenderse sin el fútbol y el Coruxo, por eso a sus 87 años sigue muy en activo. Fue extremo derecho cuando O Vao era un campo de juncos bravos y como futbolista ganó cuatro títulos (la Copa Relámpago, la Copa Vigo en dos ocasiones y la Copa de Campeones). Cuando lo dejó, a los 42 años, se pasó décadas enteras, hasta hace dos temporadas, entrenando a los más pequeños de la base del equipo verde. También ejerció de utillero y de responsable de la lavandería del club y, desde hace mucho tiempo, forma parte de la directiva de un modo muy activo. «Nací aquí, me crie aquí jugando al fútbol y aquí sigo de directivo», precisa.
Pero no para ir al palco, sino para hacer de todo en el día a día, porque Amable vive a dos kilómetros del estadio y no pasa una jornada sin ir de visita. Tornero de profesión, se cansó de soldar las barandillas del campo, entre otras muchas facetas. Y lo más importante, no se pierde un partido de la base. Lo suyo es animar e inculcarles el fútbol que lleva dentro a los más pequeños.
Amable ya vestía de verde en un campo de fútbol cuando todavía no tenía edad para ser federado. Lo fue con 18 años. En 1953 hizo el único impás de su carrera y se fue a Mallorca a cumplir el servicio militar en la marina, tiempo que aprovechó para jugar en el Atlético Bunyola. De regreso, volvió a enfundarse la elásticas coruxista hasta superados los 40. «Jugaba de extremo derecho y lo que ganaba en el Coruxo era por los goles marcados. Me pagaban cinco pesetas por gol porque sabían que no marcaba muchos», comenta entre risas.
Aquel era un fútbol que se jugaba con un pesado balón de correas y en el que predominaba la ley del más fuerte. «Llevé de todo, fui incluso amenazado por jugadores contrarios que me insultaban, que me decían que me iban a partir una pierna y hasta te salivaban en la cara», comenta en clave anecdótica antes de indicar que «pero el que me la hacía la pagaba». Y puso como ejemplo un partido en Candeán: «Salió uno al campo ya amenazándome, le hice una jugada y después clamaba por su madre. Nunca me hizo nada más», dice pícaro. ¿Y qué le hizo? «Pasaba con los tacos por encima del balón y le tocaba la carrillera».
En otra ocasión, jugando en el campo del Lagares, recuerda que un tal Maestú le dio una patada «que me dejó la pantorrilla negra, pero no duró ni 20 minutos en el campo». En ningún caso con daños colaterales: «Jamás salí de un campo expulsado». De verde ganó todos los títulos del fútbol aficionado vigués y tuvo la oportunidad de pisar Balaídos, el campo de su otro equipo, el Celta.
A los 42 años colgó las botas -«las mías eran buenas»- y comenzó a ejercer de entrenador en la base del club de O Vao. «Comencé a entrenar a los niños, alevines, benjamines, lo que me tocaba. Incluso le ayudé a Milucho (Alonso Costas)», comenta en alusión a los torneos estivales vigueses. De aquellos años recuerda orgulloso que «los niños estaban encantados conmigo. Yo les quería y ellos me querían a mí». También estaba en buena sintonía con los padres, que le regalaron más de un trofeo conquistado. Amable recuerda con especial cariño una generación que fue la sensación de un torneo el Valencia. «Los fuimos juntando e hicimos un equipo que quedó segundo en Valencia en un torneo con equipos extranjeros».
A todas las generaciones que pasaron por su mano les dejó una enseñanza que considera esencial para triunfar en el fútbol: «Les decía que para ser futbolista hay que llevar en el cuerpo sangre gitana, porque de lo contrario no vas a ninguna parte».
De un modo paralelo al banquillo, Costas Pena comenzó a ejercer de hombre para todo en el Coruxo. Fue delegado -«desde Tercera a Segunda B yo era el utillero y estaba con el equipo para todos los lados»-, también asumió la lavandería del club y soldé todas las barandillas del campo. «Siempre he estado trabajando continuamente en O Vao».
Y lo sigue haciendo. Amable dejó de entrenar hace dos años, pero su compromiso con el club en absoluto ha decrecido. «Veo todos los partidos, soy directivo del Coruxo y tengo que estar aquí», dice mientras repite que no falta a su visita diaria al campo y a Fragoselo siempre que es necesario. En los partidos de la base, es el primero en llegar.
Una afición bendecida por su familia -«en mi casa están contentos conmigo»- y por sus compañeros de directiva. «Me tienen en el bolsillo», dice entre risas mientras no oculta que le haría ilusión un homenaje: «No estaría mal, pero aquí prácticamente no he visto hacer homenajes nunca a nadie».
Tampoco importa, tanto es su amor al fútbol, que no tiene ninguna intención de pasar a la reserva activa. Quiere estar disponible para el club «hasta que me jubilen» para rendir tributo a un deporte que considera «la diversión más bonita que hay en el mundo».