La primera vacuna contra la viruela se administró en Vigo en 1799

Daniel Bravo Cores

VIGO

cedida

El doctor Francisco Julián Pérez salvó cientos de vidas tres años después de los ensayos

20 may 2023 . Actualizado a las 12:48 h.

Junto a la peste, la viruela fue la enfermedad más devastadora de la historia de Europa. Decía Voltaire en 1729 que «más del 50 % de la población inglesa la padece», y no andaba errado. Y esto sobre todo en el Siglo de las Luces, siglo de las fiebres para algunos historiadores de la medicina. Solo la vacuna de Edward Jenner, previas experiencias de algunos precursores, logró controlar la enfermedad a finales de siglo. Él fue el primero en inocular pus de la viruela bovina, más leve que la humana, y demostrar que además de inmunizar, era eficaz entre personas: fue el primer remedio contra una enfermedad contagiosa. Lo sorprendente es que solo tres años después de sus ensayos en 1796, un personaje providencial, el doctor Francisco Julián Pérez, comenzó a practicar sus métodos en Vigo salvando cientos de vidas.

Nacido en Madrid en 1766, Francisco Julián cursó estudios en el Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos de la Villa y Corte y se especializó en cirugía ?«mi carrera quirúrgica», decía- en el Real Hospital General Militar y de la Pasión madrileño, «donde practicó la cirugía bajo las sólidas máximas de los más selectos maestros, después de demostrada su rectitud». En este hospital, hoy Museo Reina Sofía, «sufrió durante siete años cursos y exámenes de Anatomía, Fisiología, Igiene y Patología Terapéutica, Operaciones, Tratado de Bendajes, Química y Botánica establecidos desde el año de 1787 según la nueba Doctrina» (sic).

Terminados sus estudios, en 1793 marchó con los Reales Ejércitos a la guerra del Rosellón, donde sirvió durante tres campañas en los hospitales de Sangre, aledaños a las líneas de combate. Después de otros tres años como cirujano del Regimiento de Caballería de Dragones en Villaviciosa, en 1797 ascendió a cirujano mayor de los Reales Ejércitos y se le asignó el Real Hospital Militar de Vigo, donde simultaneó ese destino con el ejercicio en el Hospital de Caridad y como médico de presos.

Sus primeros años en el Vigo de 1797 fueron muy complicados: pobres cosechas, hambres y epidemias de viruela, fiebre amarilla y sarna. Las regidores confiscaban barcos cargados de cereal para alimentar a los vecinos y buscaban desesperados casas donde atender a cientos de enfermos militares o no: en 1803, el alcalde Barallobre buscaba alojamiento a 200 soldados heridos; en verano de 1805 llegaron unos 600 españoles y franceses enfermos en la escuadra del almirante Gravina; en enero de 1810, la fragata portuguesa Amor de la Patria con 300 prisioneros franceses enfermos, etc. Las malas condiciones de salubridad de los alojamientos militares, la ausencia de higiene entre los militares y el trajín de la soldadesca favorecieron la difusión de enfermedades infecciosas. Fueron años frenéticos para don Julián y su colega el médico titular don Juan Bernárdez, que tuvieron que compaginar lucha contra el contagio y atención a los heridos.

Pero su labor más trascendente fue la vacunación de miles de vigueses contra la viruela, muestra de su aggiornamento profesional. El doctor Julián se preciaba de ser quien «había propagado el incomparable descubrimiento de la vacuna a toda la ciudad, sus arrabales y Jurisdicción del Valle del Fragoso en el año 1799 y siguientes, sin intermisión alguna, hasta el presente, en términos de llevar vacunadas unas 4.900 personas». Esto había sucedido solo tres años después de los experimentos de Jenner y cinco años antes de la célebre expedición de Isabel Zendal que salió de A Coruña en noviembre de 1803 para llevar la vacuna a ultramar.

¿Qué credibilidad nos merece? Absoluta, porque lo hizo ante personas como Marcó del Pont y Velázquez Moreno, regidores y testigos presenciales de su labor. La iniciativa de la vacuna partió del alcalde Manuel Morales, que convocó a todos los vigueses para inocularse. ¡Extraordinario! Vigo se convertía en una de las primeras villas españolas y europeas en las que se practicó la vacunación contra la viruela.

Su labor profesional se completó con una relevante hoja de servicios patrióticos: participó en la Junta de Defensa durante la ocupación francesa, colaboró en Puente San Payo, Puente Caldelas y Campo de la Estrella, no solo socorriendo a los heridos, sino auxiliando a la Tropas de la División del Miño 2, participó en el consistorio como diputado del común o de abastos en 1809, primer cargo público desempeñado por nuestro personaje, y que luego volvería a ocupar sucesivamente en los años 1810, 1815, 1816, 1819; como regidor o concejal, primero en 1810 durante la presencia francesa en la villa, siendo alcalde Francisco Xavier Vázquez Varela, y luego consecutivamente en 1811 y 1812; y finalmente, como procurador síndico general de 1823 a 1826. Esto y su humanidad en el desempeño de su profesión, le granjearon el cariño y la admiración de todos a este vigués de adopción, como atestiguaba el procurador Barreiro: «En esta ciudad, se admira su puntual presteza en facilitar el alivio a los dolientes, usando su mayor caridad con los infelices, prefiriendo a los más pobres y desvalidos; mereciendo la aceptación general…».

Los gastos de una familia numerosa -mujer y siete vástagos en 1815- y el ingente trabajo de una población en crecimiento («haberse aumentado la población cada día más y más, así como el número de almas de menestrales pobres a quienes asistir gratuitamente..») le llevaron a solicitar al Ayuntamiento el aumento de sus 200 ducados de retribución «hasta la cantidad que la corporación tenga a bien». Al final, el alcalde Caballero, del que años más tarde sería médico de cabecera, le dobló el sueldo pese a las cargas que gravaban el presupuesto municipal «por estimar de primera necesidad todo lo relativo a la Salud Pública y el socorro de los pobres menesterosos».

Pese a la labor de don Francisco Julián, años después llegaba al Ayuntamiento una circular de Fernando VII en la que se quejaba «de la devastación que seguía produciendo la viruela por la repugnancia a la inoculación de la vacuna» que sentía mucha gente por proceder de la vaca y pedía a los alcaldes que promoviesen «inoculación que tan felices resultados produce en los países en que se adoptó… para que mis vasallos se vean libres del terrible contagio de las viruelas y sus espantosos estragos».

El doctor fue uno de esos héroes anónimos que pasó por la Historia casi de puntillas, meritorio personaje que bien merece figurar en los anales de la ciudad de Vigo.