
La investigación del último incendio en un edificio de la antigua conservera (183.000 metros cuadrados junto al mar) de Cangas apunta de nuevo a un grupo de okupas
19 ago 2023 . Actualizado a las 01:08 h.La que fue la mayor conservera de Europa, una auténtica joya de la arquitectura industrial en la que se escribieron dos siglos del desarrollo empresarial de las Rías Baixas, se pudre sin remedio frente al mar. El incendio que sufrió esta semana la antigua fábrica de conservas y factoría ballenera de Massó de Cangas, (un complejo de 183.000 metros cuadrados) no es más que otra grieta de un proceso de degradación al que asisten con demoledora indiferencia administraciones y propietarios desde hace casi treinta años. La sirena de la fábrica que salvó la carrera de varias generaciones y que marcó el ritmo de los vecinos de la villa durante décadas, dejó de sonar tras el cese de actividad, en 1994. Durante un tiempo hubo intentos fallidos de reflotarla pero nunca llegó a ser.
Desde hace tres años, la conservera, que supuestamente está protegida «por estar incluidas en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial» está en la lista roja de patrimonio y solo en este tiempo ha sufrido otros tantos incendios. Absolutamente desmantelada y sin más uso que el de dar cobijo a indigentes que se abren hueco por sus ventanas tapiadas, el esqueleto sobre el que se asienta la historia de Cangas, se colapsa.

Todo apunta a que un cigarro o un fuego mal apagado por parte de okupas fue el desencadenante del fuego que este martes movilizó a los servicios de emergencias, explicó la concejala de Seguridad Ciudadana, Pilar Nogueira. La edila, que quiso agradecer públicamente el esfuerzo de la policía, la Guardia Civil y los bomberos, destacó la labor de Protección Civil que, en plena huelga de los bomberos y, con el parque de O Morrazo cerrado, son un recurso vital para el municipio. Nogueira reclama a la Xunta que amplíe las ayudas para el colectivo destinadas a equipamientos y material. Sobre los daños del incendio, la edila confirmó que se limitan a la estructura de la antigua carpintería, detrás del economato.
Massó fue la primera conservera en utilizar la electricidad en sus procesos productivos y también en instalar una línea telefónica privada. No solo hacían conserva de sardina sino que fueron pioneros en la introducción de las de mejillón o berberecho. La empresa, que en los años 30, la guerra y el hambre tenía en plantilla a un millar de personas (la inmensa mayoría mujeres), inauguró el complejo de Massó en 1942. Las instalaciones tenían dos dársenas, varaderos, taller, sección de envases metálicos, una central eléctrica de emergencia, una factoría ballenera, una fábrica de hielo y otra de harinas de pescado.
Los trabajadores disponían de comedor, duchas, una guardería, viviendas, economato y también existía un pequeño hotel. Durante décadas fue el pilar de la economía de la zona, pero el declive comenzó tras la Guerra Civil y se fue agravando con la crisis del petróleo, la del envenenamiento por el aceite de colza y la prohibición de la caza ballenera. La Xunta trató de reflotarla en 1993 y avaló un crédito de 350 millones de pesetas pero tampoco salió bien y la marca legendaria de la conservera gallega echó el cierre en 1995, año en el que un tercio de los trabajadores trataron de asumir la dirección
El peso social, cultural e histórico chirría sobre la indolencia de sus propietarios. Un imperio se cae a pedazos en el paseo principal de la villa. Las instalaciones pertenecen a Abanca, que se quedó con el inmueble por la deuda de Marina Atlántica. La promotora nunca llegó a ejecutar el diseño de Norman Foster debido a la contestación vecinal y a la oposición de parte de la corporación. Periódicamente surgen proyectos, pero nunca llegó un futuro para Massó. Solo fuegos.