La Cruz Roja atendió a los soldados repatriados de la Guerra de Cuba

j. miguel gonzález fernández VIGO

VIGO

Por su labor Vigo recibió el título de «Siempre benéfica»

19 may 2024 . Actualizado a las 23:52 h.

La guerra hispano-norteaméricana (1898) se saldó con la derrota española, sobre todo, tras las batallas navales de Santiago de Cuba y Cabite, en las que fue hundida la anticuada flota. Con ella, España perdió sus últimas colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Se entraba en el llamado «Desastre del 98», que removerá la conciencia del país. De resultas, las tropas retornaron a España, produciéndose numerosos fallecimientos ya en la travesía.

La Comisión de Distrito de Vigo de la Cruz Roja fue creada en junio de 1897 por 23 personas, que eligieron como presidente al culto y joven notario Eugenio Domínguez González y a Manuel Baraja, como secretario. Un año después, ante el temor de una invasión yankee, se crea la Ambulancia de Vigo que, con el apoyo de las autoridades y del Centro Ciclista, establece secciones y hospitales de sangre en las baterías de Alcabre y A Guía, así como otros 5 puntos militarizados del casco urbano. Pasado el temor inicial, su esfuerzo se centra en la ayuda de las tropas expatriadas. En agosto es habilitado un pabellón en la finca del Hospital Elduayen, con 1.500 pesetas para reparaciones y dotación de 20 camas, quedando como directora administrativa la superiora de las Hermanas de la Caridad que realizaban allí su labor .

Para el traslados de los heridos se contó con 2 vipers y 6 camillas, conducida cada una por 8 socios, mientras otros 2 voluntarios hacían guardia en el sanatorio. Paralelamente, se establecen subcomisiones en Cangas y Baiona.

El hospital funcionará desde el 1 se septiembre hasta el 7 de marzo de 1899. En sus cuatro salas se albergaron 143 soldados, que padecían catarro, anemia, disentería y paludismo, así como algunas heridas de bala. Hubo que lamentar 26 fallecimientos.

Los enfermos procedían de 22 buques, (7.215 hombres), destacando por su número el Isla de Luzón, Cheribón y San Francisco. La ciudadanía olívica respondió con generosidad. Se recogieron 77 donativos en material, que iban desde alimentos, ropas y bebidas, hasta un aparato de ducha y librillos de fumar; otras aportaciones en metálico superaron como mínimo las 700 pesetas. Los socios de la Cruz Roja se hacían cargo del dinero de los repatriados, les acompañaban al ferrocarril y daban «socorros» para el retorno, pero también criticaban las deficiencias y el mal servicio.

El proyecto de un Mausoleo a los Repatriados, tuvo su precedente en la colocación de una corona fúnebre donada por Pérez Salas el día de Todos los Santos. Con el tiempo se fueron creando las Comisiones de Hacienda y Propagada, así como una Sección de Señoras. En el primer trienio de 1899, los gastos montaron 4.869 pesetas; los ingresos procedían de cuotas, donativos y legados, limosnas del cepillo y de funciones benéficas.

A primero de enero había un balance favorable de 12.162 pesetas. Con el fallecimiento en diciembre de Eugenio Domínguez, se abre un período de transición presidido por el abogado y capitoste liberal Eduardo Iglesias, hasta que en septiembre, tras una tortuosa sesión, entra el rico indiano Manuel Santos, el cual dimite un mes después y le sustituye el inversor Ramón Arbones Carballido, quien capitaneó una Junta compuesta por miembros de la más pujante burguesía local. Comienza una etapa de impás que se prolongará hasta inicios del año 1910

Con el inestimable impulso de la Cruz Roja se inició el proyecto de levantar un monumento a los enterrados en el cementerio de Pereiró, que tenía como artífice al facultativo Jenaro de la Fuente, pero no fue adelante por su alto presupuesto. Habrá que esperar hasta noviembre de 1906 para que se inaugurase la obra del afamado escultor asturiano José González Pola, si bien los restos mortales no se trasladaron hasta junio de 1913.

Por otro lado, el dentista ambulante (delegado especial de la Cruz Roja) Ricardo Morales Varona, hizo entrega de un documento, fecha de 18 de julio de 1899, en el ministerio de Gobernación, solicitando se concediese a la ciudad el título de «Muy benéfica» o «Siempre benéfica», por los meritorios servicios prestados durante la repatriación. Se sumó el artista local José Martínez Barciela, quien solicitó la ayuda del político gallego Eugenio Montero Ríos. Este hizo valer su influencia en la Corte ante el ministro Dato, concediéndosele a Vigo el título de «Siempre Benéfica» por R. D. de 23 de diciembre de 1899 firmado por la reina regente María Cristina.

Reconocimiento a todas luces bien merecido.

Historiador y miembro fundador del Instituto de Estudios Vigueses