La ONG Shanga, fundada hace veinte años en Cangas, apela a la solidaridad para sostener el colegio María Soliña, un oasis levantado por Neneta Herrero
30 dic 2024 . Actualizado a las 14:12 h.Año nuevo, vida nueva. En Galicia o en Pubai, un rincón empobrecido de Odisha, en la India. En él, hace veinte años, la oenegé Shanga comenzó a cambiar la vida de trescientos niños cada curso. Dos décadas después, en las que más de 6.000 escolares han encontrado en el colegio María Soliña una alternativa al hambre, la explotación infantil o el riesgo de caer en manos de mafias, el aniversario llega con un desafío urgente. La crisis desatada por la pandemia, la subida de precios de los alimentos y el incremento de los salarios tienen contra las cuerdas a esta ONG fundada en Cangas, confirma desde tierras indias María Antonieta «Neneta» Herrero, la mujer que hizo que del ciclón que asoló el país en 1999 emergiese un tsunami solidario sin fronteras.
«El colegio no corre peligro, porque yo daría mi vida por él, pero esta organización sin ánimo de lucro necesita relevo», explica. El equipo de Shanga también busca apoyo en la India, donde han logrado que el Gobierno aporte una pequeña ayuda. Sin embargo, los recursos no son suficientes para cubrir los gastos crecientes. «Aquí hay muchos desastres y mucha necesidad, nuestro proyecto es un oasis que no podemos dejar caer», insiste Neneta.
Aunque el colegio María Soliña, núcleo del proyecto, no está en riesgo gracias a la determinación de su fundadora, la oenegé que lo sostiene pende de un hilo. «La comida ha subido un 30 % en dos años, y seguimos alimentando a 300 niños al día. Pero necesitamos más apoyo; sin nuevas donaciones, será difícil sostener todo esto», explica Neneta desde la India, donde pasa la mitad del año. Shanga nació hace 20 años con el objetivo de proporcionar educación, alimento y hogar a niños y niñas de aldeas tribales de Odisha. «El colegio no es solo un lugar donde estudian. Aquí comen, viven y encuentran una familia durante diez años de sus vidas», describe Antonio Valiente, fundador de la asociación «Un plato de comida» y colaborador necesario de la ONG. «Algunos niños pasan todo el año aquí porque sus familias, que viven en aldeas muy remotas, ni siquiera pueden venir a recogerlos», añade.
El colegio, diseñado gratuitamente por el arquitecto cangués Javier Currás, cuenta con diez aulas y emplea a 28 personas, cuyos salarios representan uno de los principales gastos. «Pagamos menos de lo que deberíamos, pero si subimos cinco sueldos más ya no podremos asumirlo», explica Neneta. Alimentar a los estudiantes supone un gasto de 2.300 euros mensuales y las nóminas ascienden a 2.600 más. Las aportaciones mensuales de los socios cubren 4.200 euros, pero el resto depende de ingresos puntuales, como la venta de artesanía y lotería. «Cada vez tenemos menos socios. De los 320 que éramos hace cuatro años, ahora quedamos unos 270», lamenta. Shanga surgió tras el ciclón que en 1999 devastó Odisha. En enero del 2000, Neneta decidió ayudar a las familias afectadas. «Empecé construyendo una escuela pequeña. En el 2004 abrimos la primera y un año después registramos la oenegé en Cangas», recuerda.
Gus es el secretario. «Mi mujer Teresa fue cofundadora de este proyecto. Ella falleció hace dos años, pero su legado sigue vivo en esta escuela. Es lo más importante que hemos hecho en nuestras vidas y estoy muy orgulloso de seguir aquí», afirma emocionado. El impacto no se limita a los niños. «Este proyecto nos ha cambiado la vida a todos. Es un ejemplo de cómo la solidaridad puede cruzar fronteras y transformar realidades», añade Gus.
Para quienes quieran sumarse a esta causa, las donaciones se pueden realizar a través de su web: www.shangaindia.org. También pueden llamar al teléfono 658 462 823, enviar un correo o domiciliar la ayuda en la cuenta de la oenegé.
Como subraya Neneta: «Cada euro cuenta para seguir alimentando el cuerpo y el alma de estos niños. Perseguimos la utopía de hacer del mundo un lugar mejor, y juntos podemos lograrlo».