
Roseli sufre un dolencia rara que le impide estar más de 15 minutos de pie
14 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Roseli Fagundes Oliveira Alonso, vecina de Baiona de 47 años, se siente abandonada por la Administración. Tras más de cuatro años de seguimiento psiquiátrico y una enfermedad rara que obliga a un tratamiento diario de por vida, ha perdido la pensión no contributiva que recibía porque la comisión médica le rebajó el grado de discapacidad del 67 % al 48 %. Esa decisión le deja sin recursos económicos y la obliga a costear de su bolsillo una medicación sin la que, según advierte, no podría sobrevivir.
«Yo era la persona más feliz del mundo en mi negocio, trabajar me hacía feliz, pero mi enfermedad me cambió la vida, soy otra persona», relata. Llegó a España hace más de dos décadas, fue emprendedora y regentó dos locales en Baiona, una jamonería en la playa de Santa Marta y después un establecimiento en el Casco Vello. Pero en el 2019 sufrió la rotura de la hipófisis (una glándula cerebral), lo que la llevó a un coma y a cuatro meses de hospitalización. «Al salir ya no era la misma persona, tenía problemas para hablar, me costaba expresarme, no tenía fuerza en las manos, no entendía cuando me hablaban», recuerda.
Desde entonces depende de un tratamiento diario. Padece hipopituitarismo, una enfermedad rara reconocida como degenerativa, y otros problemas añadidos: depresión mayor, ansiedad, fibromialgia y fobia social. «Mi organismo no produce ninguna hormona, no puedo fallar un solo día de medicación porque es una enfermedad mortal», explica.
Al principio le reconocieron un 67 % de discapacidad y una pensión de 500 euros mensuales. Pero todo cambió con la revisión médica celebrada este verano en Vigo. «Me atendió primero una trabajadora social que me preguntó si había pedido prestadas las muletas para ir a la cita. Le dije que no, que a veces las necesito y otras consigo andar sin ellas, aunque vaya cojeando», recuerda. Después fue valorada por otros especialistas. Se marchó pensando que era un trámite rutinario, pero semanas después recibió una carta comunicándole la reducción de su grado de discapacidad y la pérdida de la pensión.
«No entiendo cómo me la dan en el 2019 y ahora me la quitan cuando estoy peor que antes», denuncia. Asegura que la propia trabajadora social del Concello de Baiona «sabía tres meses antes que me iban a retirar la pensión», pero nadie se lo comunicó. «Me siento totalmente desamparada, no tengo un euro, no tengo familia aquí ni nadie que me tienda una mano», lamenta.
La rebaja de la discapacidad al 48 % implica la pérdida de la pensión no contributiva y de beneficios asociados, como el copago reducido en la farmacia. «Al quitarme la minusvalía, tengo que pagar la medicación ¿Pero de dónde saco si no cobro nada?», se pregunta. Esa medicación es vital: corticoides, hormonas sustitutivas y fármacos psiquiátricos sin los que, afirma, su vida correría peligro.
Roseli denuncia que la Inspección Médica «ha borrado todo lo que padezco psicológica y físicamente», pese a contar con informes de psiquiatría y de especialistas que confirman su situación. «No puedo estar de pie más de quince minutos, tengo agotamiento las 24 horas del día y fobia social, no puedo estar con mucha gente», explica. ¿De dónde como?», añade con indignación.
Ahora prepara un recurso contra la resolución de la Xunta y, en paralelo, ha solicitado el ingreso mínimo vital (IMV). «En la Seguridad Social me dijeron que tengo derecho al IMV y a una ayuda complementaria de 200 euros para ropa, pero donde me informaron fue allí», se queja. También pide ayuda para acceder a asistencia domiciliaria porque vive sola y su hijo, de 26 años, trabaja de forma precaria.
«No quiero ser mejor ni peor que nadie, solo pido ayuda porque yo no puedo trabajar», insiste. «Para mí esto es un delito, una irregularidad. No hay explicación concreta de por qué me quitan la pensión si antes me la dieron por lo mismo. Estoy peor que entonces y ahora me dejan sin nada».
Su historia refleja la fragilidad de quienes dependen de la protección social. «No tengo vida, veo los días pasar», resume con una frase que condensa los sentimientos de impotencia y de abandono que la acompañan desde que perdió el único ingreso que le permitía sostener su día a día. Pasa las horas del día dentro de la vivienda de Baiona donde reside. «Pido ayuda porque no tengo qué comer ni cómo pagar la medicación dado que el dinero no viene del cielo», afirma.