Predestinado y cautivado por la piragua

M. V. F. VIGO

VIGO

XOÁN CARLOS GIL

Suso Dacosta comenzó a remar siendo el hijo del presidente y teniendo el club al lado de casa y hoy es uno de los técnicos

15 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Jesús Dacosta Santomé (Cangas, 1976), Suso, comenzó en el piragüismo a los siete años y, a día de hoy, sigue ejerciendo como entrenador. Por aquel entonces, su padre era el presidente del Club de Mar Ría de Aldán, lo que sumado a que «no había muchos más deportes para practicar» en el municipio que el fútbol y la disciplina acuática, esta última parecía a la que estaba predestinado. «Además, el club estaba al lado de casa. No me quedaba otra», cuenta entre risas.

Pero para él no supuso ningún sacrificio, todo lo contrario. «Lo probé, me gustó y me quedé ahí. Había gente que en invierno hacía fútbol y en verano se pasaba al piragüismo, pero yo, nada de fútbol», aclara este cangués de un solo deporte. Con 14 años, se fue al centro de alto rendimiento de Pontevedra y pronto le surgió la oportunidad de ejercer de entrenador. «El segundo año, en Navidades, faltaban técnicos y me dijeron si quería echar una mano con los niños», recuerda. De nuevo se repitió su historia con la práctica del piragüismo, mismas palabras: «Lo probé y me gustó».

A partir de ahí, se sacó el título de monitor y fue adquiriendo experiencia en esa faceta. «Primero, entrenaba yo, y luego, entrenaba a los niños pequeñitos. Aunque luego lo dejé una temporada hasta hace diez años, que me ofrecieron volver», apunta sobre la etapa actual. «A mí siempre me llamó la atención lo que es estar con los niños, enseñarles, ver cómo van avanzando», detalla sobre lo que más le gusta de esta faceta. La de deportista la dejó por incompatibilidad laboral y por lesiones.

Durante el tiempo que estuvo sin entrenar, admite que lo echaba de menos. «Y más, al vivir al lado y verlos todos los días, lo bien que lo pasan. Cuando estás con ellos, es como que te rejuvenecen, te sientes uno más de su edad», asegura. Por eso no dudó demasiado cuando le propusieron volver. «Llena mucho. Sobre todo, cuando ves que los niños van creciendo, se van haciendo mayores y muchos, aunque dejen el deporte, te ven por la calle, te saludan y guardan un buen recuerdo», agradece.

En cuanto a los que se quedan e incluso consiguen logros deportivos, sentirse partícipe también es muy especial. «Ahora tenemos un remesa grande que están desde infantiles, que ahora son juveniles y van al equipo nacional. Llena mucho ver ese crecimiento», insiste. Su edad predilecta es de los siete a los doce años. «Se nota cómo te atienden, eres como un ídolo para ellos, que son como esponjas. Tú ya sabes andar y ellos se caen seguido. Después, de los 14 a los 16, son edades más difíciles, ya tienen muchas más cosas en la cabeza», afirma.

La práctica deportiva la dejó de forma definitiva por una lesión después de haber vuelto hace diez años, para un campeonato del mundo de veteranos. «Estuve tres años más, pero si iba a entrenar, no podía estar con los niños, porque las horas se solapaban», cuenta. Y ganó el rol de entrenador. «Cuando tengo vacaciones, salgo a andar en piragua», pero hasta ahí, explica.

Del mismo modo, y pese a ser hijo de expresidente, o quizás por eso, nunca se ha metido de lleno en las tareas directivas. «Es un trabajo muy grande en el que llevas hostias por todos lados. Nunca llueve a gusto de todos y tú estás sin cobrar, sacando muchas horas de tu vida para el club y no recibes el agradecimiento que se debería», lamenta. Lo que sí ha hecho es «echar una mano desde fuera en lo que haga falta», pero sin introducirse de manera oficial en la junta, de la que sí forma parte su hermano desde hace poco. «A lo mejor, mañana cambio de opinión y entro, pero a día de hoy, no; prefiero estar como estoy».

Estas enseñanza no vienen de su propia experiencia, sino de la de su progenitor y de lo que ha seguido y sigue viendo actualmente. «Se critica mucho por criticar, sin saber el esfuerzo que hace la gente que está dentro. Yo me saco el sombrero ante las personas que hace esas tareas directivas en cualquier deporte, porque es un trabajo que es la leche y está muy mal entendido por la gente», reivindica.

También reconoce sin tapujos que lo más complicado de la labor de entrenador es lidiar con los padres. «Siempre les digo que cada niño es de su padre y de su madre, que no todos son iguales. A veces, no entienden por qué uno puede ir en K2 y el otro no puede. Aunque lo bueno es que se lo explicas y lo acaban entendiendo», comenta. Es duro, asimismo, cuando los chavales deciden dejarlo. «A lo mejor te dicen que lo cambian por el fútbol y a los dos o tres años ves que ya no hacen fútbol, piragüismo ni nada, y eso duele», expresa.

Orgulloso de su labor, revela uno de los grandes motivos para seguir adelante. «Una de las razones es que gente como Perucho, que entrenaba con nosotros cuando era muy joven, me mencione en entrevistas como un entrenador que le ayudó. Dices: ‘Ostras, tío, qué guay’». Es el ejemplo de alguien reconocido por todos, pero que se repite con otros muchos palistas. «Ahora tenemos una buena cantera, diez u once niños que van a llegar a donde ellos quieran, que son impresionantes. Y ver que lo que les enseñaste caló en ellos y lo agradecen es lo que te hace seguir».