Tres marineros se reencuentran 52 años después de su travesía que jamás olvidaron

Pedro Rodríguez
Pedro Rodríguez NIGRÁN / LA VOZ

VIGO

Carlos Juncal, Gonzalo Trabazos y Mario Eduardo González se reencontraron en Panxón.
Carlos Juncal, Gonzalo Trabazos y Mario Eduardo González se reencontraron en Panxón.

Mario Eduardo y Carlos Juncal fueron a Panxón en busca de Gonzalo Trabazos, el «bambino» de aquel Badagry danés

20 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Gonzalo Trabazos estaba en su casa la semana pasada disfrutando de su vida tranquila, de jubilado. Suena el teléfono. Un familiar. «Quen morrería?», piensa el vecino de Panxón (Nigrán). «Gonzalo, hay dos personas aquí en el bar que preguntan por ti», le dicen. No tiene ni idea de quién puede ser. Están muy cerca de su casa. A un minuto andando. Allí, Mario Eduardo González y Carlos Juncal lo saludan. Tienen edades similares. «¿No sabes quién somos?», le dicen. 52 años son muchos, pero Gonzalo no tarda en recordarlos. Son los amigos que hizo en el mar. En su primera marea a bordo del Badagry danés. No los había vuelto a ver desde que se separaron en Amberes en el 1973.

Los tres llegaron al barco por necesidad. Eran menores de edad que tenían que ayudar en casa. En la de Gonzalo, por ejemplo, eran 11 hermanos. Muchas bocas que alimentar. «Un vecino le dijo a mi padre que podía conseguirme un trabajo allí. No quedaba otra», cuenta. Él prefería quedarse y seguir creciendo en el fútbol, era extremo en el Coruxo, pero no quedó otra. «Embarqué en Marruecos», recuerda. Se fue allí en avión con 15 años y en Casablanca le perdieron la maleta. «Llegué al barco sin ropa. Me tuvieron que dejar los compañeros», recuerda entre risas.

A su lado, Carlos Juncal, que nació en Cangas en el 57, explica que Gonzalo heredó el mote que le habían puesto los marineros del barco danés. «Fue el nuevo bambino», dice. Él también embarcó muy joven, con 16 años. «Fui el primero de los tres en llegar al Badagry», indica. Entró como ayudante de cocina y, poco a poco, fue creciendo en la tripulación. Carlos ayudó a Gonzalo a adaptarse al barco y, también, a Mario. «Recuerdo perfectamente el primer día que lo vi. Iba de traje, con una corbata y una maleta pequeña», explica

Mario no deja de sonreír escuchando a sus amigos. Las memorias vuelan de anécdota en anécdota. Carlos y Gonzalo fueron de sus primeros amigos en Europa. Vendió su moto, un equipo de música que usaba una banda que tenía e hizo las maletas para buscar una oportunidad. Primero recaló en Barcelona, pero no le gustó aquella ciudad que todavía vivía bajo la dictadura franquista. Se fue a Amberes y allí conoció a Manolo Cores, un emigrante de Vilagarcía de Arousa que tenía un bar con su mujer en la ciudad belga. Por allí pasaba un Mario frustrado por no encontrar trabajo. Manolo le ayudó y le consiguió un trabajo en un barco: el Badagry.

El barco danés transportaba químicos por todo el mundo. «Sobre todo ácido sulfúrico», matiza Juncal. Pasaron casi un año a bordo recorriendo el mundo. «Éramos una familia», indican. Se refieren a un grupo que formaban ocho buenos amigos y en el que también estaban el hermano de Mario y el cuñado de Carlos. En su conversación rememoran aquellas grandes tormentas que metían el mar en el barco. «Era muy bajito y el agua entraba de babor a estribor», continúan. También vuelven al calor de Brasil, a un río de África y a una fría Nochebuena fondeados frente a Liverpool. «Nunca llore tanto como aquel día», recuerda Juncal. «Era muy duro estar fuera de casa con esa edad. Nadie debería embarcar tan pronto», añade Gonzalo.

Parte de la tripulación del Badagry en el 1973. El joven de amarillo, el primero por la derecha, es Gonzalo Trabazos y el de negro, el sexto por la derecha, es Carlos Juncal. Mario no sale porque fue el que sacó la fotografía.
Parte de la tripulación del Badagry en el 1973. El joven de amarillo, el primero por la derecha, es Gonzalo Trabazos y el de negro, el sexto por la derecha, es Carlos Juncal. Mario no sale porque fue el que sacó la fotografía.

Si se va él, nos vamos nosotros

Los tres marineros compartieron vida durante un año, pero lo que más les unió fue su pequeño motín. Mario tuvo un problema con otro marinero y el capitán le dijo que debería dejar el barco en Hamburgo. «Los ocho dijimos que si se iba él, nos íbamos nosotros», cuenta. Se plantaron y... «Nos fuimos», dicen Carlos y Gonzalo. Se quedaron los ocho en Hamburgo. No tenían trabajo, pero estaban orgullosos de haber apoyado a un amigo. «Nunca olvidaré este gesto. Por eso los quería volver a ver», dice Mario, que hizo el resto de su vida en el Bélgica, Gran Bretaña y Barcelona.

El grupo dejó el puerto de Hamburgo y se fue a Amberes a probar suerte. La idea era volver a embarcar, pero Carlos y Gonzalo se tuvieron que volver a Galicia. «Tardamos tres días entre tren y tren», recuerdan. Los amigos no volverían a coincidir nunca. Gonzalo tampoco contaba con volver a ver a ninguno, pero «ahí estaban en el bar al lado de mi casa», dice con una sonrisa. En la mesa del bar del Panxón compartieron las memorias construidas en aquel barco danés y, también, las vidas que han construido en 52 años, unas que comenzaron en el Badagry en el 73.