La Fiscalía pide 33 años de cárcel para el padre que mató a su exmujer en presencia de los hijos de ambos en Baiona

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO VIGO / LA VOZ

BAIONA

Angel Rodríguez (izquierda), confesó el asesinato de su exmujer, Beatriz Lijó (derecha)
Angel Rodríguez (izquierda), confesó el asesinato de su exmujer, Beatriz Lijó (derecha)

25 de la pena solicitada son por asesinato, y los 8 restantes por las secuelas causadas a los hijos de ambos

07 mar 2025 . Actualizado a las 16:46 h.

Ángel Rodríguez afronta una petición de cárcel de 33 años por haber matado a su exmujer en presencia de los dos hijos de ambos. La Fiscalía ha finalizado su escrito de calificación, donde recoge que Rodríguez actuó por «odio», con la intención de causar «daño moral», que utilizó un hacha para ejecutar su plan y que semejante arma y un cuchillo eran «innecesarias». La Fiscalía utiliza en su escrito, al que ha tenido acceso La Voz,  también términos como «dominar», «despreciar» o imponer «su voluntad» ante quien fue su mujer y víctima de su delirio, Beatriz Lijo, que tenía 47 años cuando murió el 5 de febrero del 2023 en presencia de sus hijos, de entonces 6 y 9 años de edad. La Fiscalía pide para Rodríguez 33 años de prisión, de los que 25 son por la comisión de un delito de asesinato y 8 por las secuelas psíquicas que implican para los hijos de ambos

La casa de Baiona en la que se produjo el crimen.
La casa de Baiona en la que se produjo el crimen. XOAN CARLOS GIL

El relato de la Fiscalía que irá a juicio implica que Beatriz Lijó caminó hacia la cancilla de su casa nueva, en el número 10 del camino de Rolán, en lo alto de Baiona. Al otro lado, su exmarido, Ángel Rodríguez, apodado Lito por familiares y amigos. A medio metro del progenitor, detrás de él, los hijos de ambos, de 9 y 6 años. Faltaban unos minutos para las 20.00 horas del pasado 5 de febrero, domingo. «Ese día no discutimos, tuve a los niños todo el fin de semana. Era la hora habitual. Los bajé del vehículo, fuimos los tres hasta la vivienda. Al llamar al timbre, llevaba un cuchillo y un hacha, por dentro del pantalón. Abrió, me miró, la miré, y salió todo... Supongo que utilicé el hacha y el cuchillo. No sé decir si ataqué primero con un arma u otra. No oí llorar a los niños, no oí decir nada. Nada más llegar, empecé a atacarla. Ni mediamos palabra». El autor confeso, tras 12 días en silencio, admitió el crimen ante la jueza, fiscal y acusaciones particular y pública.

El autor confeso del crimen de Baiona, en silla de ruedas, en una imagen de febrero.
El autor confeso del crimen de Baiona, en silla de ruedas, en una imagen de febrero. Xoán Carlos Gil

El detallado, frío y desagradable relato de Lito se plasma aún con más crudeza en el contenido de la autopsia practicada a la víctima. Él, ya sentado en la sala del Juzgado de Violencia sobre la mujer número 1 de Vigo, siguió declarando: «Ese día [del crimen] pensé en hacerlo, cogí el cuchillo y lo llevé. Era de mi casa, de mango negro, el filo solo cortaba por un lado, liso. Tenía más cuchillos iguales en casa, para cortar patatas o así. El hacha la cogí en la vivienda de mi padre, con mango de madera. No recuerdo si cortaba por los dos lados, ni el tamaño, de unos 20 o 50 centímetros. La cogí unos días antes [del crimen], no sé, menos de una semana. No sabía si haría esto o no».

La muerte

Solo él y los dos menores pueden decir si la víctima tuvo alguna posibilidad de salir viva del inesperado y vehemente ataque. A mayores, un vecino y su mujer que no llegaron a ver nada, pero sí escucharon, declararon que a las 20.00 horas sintieron unos «gritos desgarradores». Ángel, ante la jueza, lo relató así: «No recuerdo cuántos golpes le di. Ella hizo algo con los brazos. Se cayó al suelo. No sé si la golpeé con el hacha mientras estaba en el suelo. Me pareció que la agresión duró un segundo, no sé». La autopsia evidencia lo contrario. Numerosos cortes en diferentes partes del cuerpo y una gran herida en la cabeza provocada con el hacha. A mayores, el testimonio de los críos: afirman que su padre, nada más ver a la víctima, inició la agresión lanzándole macetas. Luego, atendiendo a la autopsia, desenfundó las armas sin piedad.

El siguiente del acto del crimen implicó abandonar el escenario, aunque primero se deshizo de cuchillo de cocina tirándolo a pocos metros del cadáver. «Me fui del lugar con el coche, un Peugeot 207, de color negro —prosiguió Rodríguez en el juzgado—. Les dije a los niños: ‘‘¡Vamos! ¡Vamos!'', y ellos no dijeron nada. Los cogí, pero no al peso, me obedecieron. Entraron corriendo en el coche. Allí hablamos y les dije que los quería mucho. ‘‘¿Podréis perdonarme?''. Ellos tardaron un poco en decirme algo. Al final me dijeron que también me querían. Uno me dijo que estaba triste. Arranqué y di la vuelta por el monte». 

La confesión de Rodríguez lo delata, pero también evidencia su naturaleza calculadora para dispersar las principales pruebas del delito: «Llamé a mi hermana para decirle que llevaba a los niños a casa de nuestro padre. Pero antes paré para tirar el hacha en un monte, creo que en el ayuntamiento de Tomiño. No sé cómo se llama, hay una rotonda, es un sitio llamado Pinzás. El trayecto desde casa de Beatriz a casa de mi padre duró una hora, media hora». Ángel aparcó su Peugeot 207 frente a la vivienda, bajó a los niños del turismo y llamó el timbre.

Ropa ensangrentada

«Vestía la misma ropa que cuando golpeé a Beatriz. En las rodillas estaba ensangrentada. Estuve con mi padre, no me preguntó por qué tenía la ropa ensangrentada. No era habitual que llevara a los niños a casa de mi padre. Me preguntó qué pasaba, yo no le conté. Le dije que dejaba allí a los niños. Hablé con mi hermana, llamé a mi madre. Les dije que yo estaba muerto y si podían atender a los niños». La confesión de Ángel a sus familiares más cercanos hizo que ambas se pusieran en el peor escenario. Ya el relato de los críos, asegurando que su padre mató a su madre, las sacó de quicio. La conversación entre Lito y su hermana fue dramática para ella. «Cuidad mucho a los niños —dijo él—. Os quiero mucho a todos, pero ya está, yo estoy muerto en vida». La hermana respondió: «No hagas nada, piensa en tus hijos». Ángel guardó silencio varios segundos y colgó.

La hermana no lo dudó. Eran las 21.10 horas cuando telefoneó al número de urgencias sanitarias, 061, para alertar de la intención de su hermano de suicidarse. La pusieron en contacto con el 112. Los profesionales del servicio intentaron sin éxito hablar con Ángel. Su móvil ya estaba apagado. Optó por desconectarse del mundo mientras huía. El 112 notificó la petición de ayuda a la Guardia Civil. Las patrullas movilizadas de la zona contactaron con familiares de Ángel. Su hermano fue claro: «[Ángel] Dejó a los niños en casa de nuestro padre y pudiera tener la intención de realizar alguna acción violenta contra su expareja. Se llama Beatriz Lijó, pero desconozco su dirección».

El hallazgo

Demasiado tarde. Eran las 21.30 horas y Beatriz llevaba muerta 90 minutos. La Guardia Civil identificó a Beatriz con los dos apellidos. La primera búsqueda en la base de datos aportó dos direcciones. Una en Madrid, de cuando vivía allí por trabajo. Primero, como pareja de hecho, con su verdugo; luego, tras separarse, a solas y con sus hijos. La primera patrulla en llegar al camino de Rolán, en Baiona, no situaba la casa. Era de noche, es un barrio periférico de la villa, con casas unifamiliares y caminos de cemento. Los agentes se apearon del coche y localizaron a una prima de Beatriz que dijo saber la ubicación exacta de la vivienda. «Vamos a la mayor brevedad», reclamaron los funcionarios, conscientes del riesgo y la premura.

Ya ante el muro perimetral de la finca vieron luz dentro de la vivienda. Uno de los agentes saltó el cierre y se topó, a las 22.15 horas, la escena del crimen sobre el suelo blanco. Beatriz yacía en el piso del camino que va de la cancilla a la vivienda; una casa recién construida para iniciar una nueva vida tan cerca de sus hijos como alejada de su exmarido. A partir de ahí, se activaron los protocolos sanitarios y policiales para decretar una orden de busca y captura contra el único sospechoso del crimen. Él, entonces, según confesó 12 días después en el juzgado, seguía haciendo kilómetros para huir. Llegó a Ourense de madrugada y se entregó a primera hora de la mañana en la Comisaría de la Policía Nacional.