Aquella casa de Nigrán que se despertaba a medianoche con el paso de una moura

Pedro Rodríguez Villar
Pedro Rodríguez NIGRÁN / LA VOZ

NIGRÁN

XOÁN CARLOS GIL

Juan Vázquez recuerda la historia que le contaron su abuela y su madre sobre lo que pasaba en el hogar de As Micas del Outeiro da Pena, hoy tapado por eucaliptos

02 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Juan Vázquez nació en la Rotea de Arriba de Camos, en Nigrán. Su casa era de las últimas del barrio, «coñecíana co alcume da familia da miña nai: era a das Marrocás», recuerda. Estaba en ladera de lo que hoy es el monte en mano común de la parroquia y, muy cerca, de la Fonte Suapena, un pequeño manantial que nace «debaixo dunha laxe». Al lado del lugar, parte el que se llamaba «camiño a Vigo», recuerda. Por allí subía él con su familia cuando atravesaban por Sanomedio, el monte que separa Nigrán de Coruxo para «ir á cidade ou coller o tranvía alí. Eran outros tempos», recuerda con una sonrisa. En aquellas subidas y bajadas las historias y la memoria oral brotaban por el camino. «Antes, ao pasar por aquí, todo o mundo ía contando contos e historias que pasaran hai tempo», explica Juan.

En una parte del camino, «xusto entre os outeiros do Vilar e da Pena», había una presa de agua a la que «viñamos moito para abrila ou pechala cuns terróns de terra para regular a auga coa que regábamos as nosas leiras», cuenta. Con quien más subía era con su abuela, que le contaba que ahí —señala con el dedo— «xusto ao lado do marco que separaba as leiras do outeiro da Pena», una elevación de terreno corona por grandes piedras, «había unha casa pequena dun só piso na que vivían As Micas, dúas mulleres da parroquia».

Su hogar estaba apartado del resto de la parroquia y crecían entre «carrascas, que era o que máis había por aquí e coas que a xente daba de comer ao gando». La abuela de Juan decía que ella había conocido a aquellas mujeres y le contó que al lado de su casa, en pleno otero, se escondía una moura, un personaje mágico que en la tradición oral de Galicia se solía relacionar con mujeres jóvenes de gran belleza, largas melenas y pieles pálidas. Solían permanecer ancladas a un lugar por una vieja maldición o para guardar un tesoro, como se contaba de la moura de Camos.

Su abuela contaba que aparecía de noche y caminaba por la zona. «Supoño que a ela llo contaron As Micas, que debían dicir que a escoitaban de noite ou así», recuerda. Cuando supo de su existencia, Juan no dejó de buscarla. «Moitas veces viña por aquí a ver se a vía a ela ou atopaba o tesouro, pero nada. Non conseguín ningunha das dúas», recuerda entre risas. No era el único de Camos que subía por aquel camino para ver si veía a la moura. «Había moitos que viñan a ver se atrapaban», cuenta.

La leyenda de As Micas es una de las muchas que aprendió Juan caminando por lo montes de niño. De hecho, el amor por la naturaleza y el patrimonio de los altos de Camos lo animaron a ser comunero del monte en mano común de la parroquia. «Por este camiño», señala el camino por el que antaño se iba a Vigo, «ía eu moitas veces co meu avó ata Sanomedio. El durmía alá arriba nunha caseta porque era gardabosques e lembro como subíamos cargados por aquí coa comida e a plancha de metal que lle servía de cama», indica.

Hoy, el monte de Camos se ha vaciado de campos y de historias. Los eucaliptos y algún pino crecen con fuerza a los lados de aquel camino a Vigo. En Outeiro da Pena la casa de As Micas desapareció entre los árboles. «Pode que se nos metemos por aí o atopemos, pero xa case non se ve nada», lamenta Juan. La zona también sufrió en los incendios del 2017, de hecho en la subida al monte aún se ven esqueletos de los árboles que ardieron.

«Estas lendas se están a perder todas e é unha mágoa. A historia das Micas só a escoitei de pequeno, pero non creo que a coñezan moitas máis das persoas da parroquia», indica. Ahora, además, reconoce que ya es tarde para recuperar muchas de las que se han perdido en el tiempo. «Temos que tratar de salvar as quedan vivas», desea Juan.