Todo lleno de libélulas

ANTÓN LOIS AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO CIUDAD

ANTÓN LOIS

Con el verano, hacen su aparición unos insectos con una fama injustificada y cuya presencia enriquece el cielo

20 jul 2015 . Actualizado a las 11:12 h.

A veces los nombres impresionan, para bien o para mal. Si a nuestra protagonista la bautizan como dragón volador o como caballito del diablo, la cosa marca carácter y no parece tranquilizador imaginar que en Vigo nos sobrevuela estos días un bicho que escupe fuego o que es el elegido como montura de Satanás. Su nombre científico, Cordulegaster boltonii, tampoco mejora mucho, así que vamos con su bastante más bonito y amable nombre gallego? es una hermosa libeliña.

Con frecuencia confundimos a las libélulas con los caballitos, pero diferenciarlos es fácil: las libélulas son más robustas y sus alas se despliegan en horizontal, mientras que los caballitos, más pequeñines, las recogen sobre su espalda en reposo. Si quieren quedar estupendos con las amistades llámenles anisópteros y zigópteros respectivamente. Nuestra amiga es la mayor de nuestras libélulas y puede llegar a alcanzar los ocho centímetros de longitud, que no está mal para un insecto.

Al verlas nos llaman la atención sus enormes ojos, que ocupan casi toda su cabeza y nos indican que la criatura depende fundamentalmente del sentido de la vista. En realidad parece que tiene dos, pero vistos con detalle descubrimos que están divididos en muchas partes, tantas como 30.000 facetas oculares independientes, que les permiten tener una visión esférica casi completa de su entorno, cosa muy útil para escapar de sus depredadores y localizar a sus presas que consiguen ver a más de diez metros, lo que para su tamaño es equivalente a como veríamos nosotros si tuviésemos 30.000 telescopios en la cabeza.

Que no cunda el pánico a menos que seamos mosquitos, pues ellos son fundamentalmente sus presas, lo que es de agradecer. La Cordulegaster, antes de llegar a la fase adulta en la que solemos observarla, pasa por un período de larva en el agua, preferentemente en charcas o remansos de agua tranquila. En ese estado se tira sumergida cuatro años, con pinta de escarabajo rechoncho y cara de cabreo perenne y un discreto color a lodo que la mimetiza con su entorno y allí a lo largo de esos años se dedicará fundamentalmente a crecer, alimentarse y de paso hacerle la vida imposible a sus compañeros acuáticos, pues nuestra protagonista es un feroz depredador de todo lo que se le pone al alcance.

Transcurrida su larga infancia larvaria de reina acuática, aunque las jerarquías siempre son relativas y nuestra criatura es a su vez presa de otras muchas especies, y para alivio de sus compañeros de charca, por fin nuestra amiga se hace mayor y sale del agua, trepando torpemente hasta llegar a un sitio bien ventilado donde empieza uno de esos espectáculos fascinantes que nos regala la naturaleza. El escarabajo feo y torpe se para, y tras un rato de inmovilidad algo empieza a suceder en su espalda. Concretamente su espalda se rompe, y poco a poco por ese hueco asoma nuestra colega adulta, muy lentamente.

Nada tiene que ver lo que aparece con el exoesqueleto que se quedará allí como una cáscara vacía. Su adolescencia terrestre apenas dura una hora, y en ese momento crucial es cuando resulta más vulnerable.

Con mágica lentitud sus alas se despliegan a medida que son irrigadas, y se secan y por fin, si todo va bien, se lanzará a volar que es lo suyo y así, volando, nos la cruzamos esta semana por la alameda de Vigo. El más experimentado piloto de helicópteros se pondría verde de envidia viendo las evoluciones de su vuelo y el mejor ingeniero aeronáutico sería incapaz de crear un artefacto volador que ni siquiera se aproximara a la perfección de este bichito.

La naturaleza estuvo fina en el diseño y la cosa le salió redonda. Si una especie consigue permanecer en la tierra millones de años sin presentar cambios notables significa que evolutivamente encontró su encaje perfecto y así están, tan campantes, salvo una leve corrección a la baja de su tamaño, pues nuestras amigas en el período Carbonífero medían casi un metro, vaya, lo que cuatro gaviotas juntas.

Eso sí que debía de ser un espectáculo, aunque no menos fascinante del que podemos disfrutar hoy. Porque el tamaño no siempre importa.

Si una especie está millones de años sin cambios es porque halló su encaje perfecto

Mantener los humedales es fundamental

Su destino está ligado a la conservación de las charcas y humedales que a su vez son los ecosistemas más amenazados a nivel global y local. Conservar esos espacios sin alteración garantiza su supervivencia y a la vez contribuye a la biodepuración de las aguas residuales pues estos lugares son el equivalente a los riñones del planeta, auténticas depuradoras naturales cada vez más necesarias.

Desde la más pequeña de nuestras zonas húmedas, como una simple fuente en Castrelos, hasta la mayor, la xunqueira del Lagares, actualmente en fase avanzada de destrucción, paradójicamente para la construcción de la nueva depuradora, su conservación es imprescindible. Las libélulas, empezando por la emblemática Cordulegaster, son por lo tanto bioindicadores.

Su ausencia es mala señal y su presencia indica que, a duras penas, en Vigo todavía existen charcas con vida. Debemos conservarlas como un tesoro y no esperar a que, como decía Proust, tengamos que esperar a perderlas para valorarlas.