Ese Vigo que se consume por las calles

Pedro Rodríguez Villar
Pedro Rodríguez VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

ANTIA C.

La droga vuelve a preocupar a muchos vecinos, mientras las asociaciones se ponen alerta

30 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace años Vigo, como muchas otras zonas de Galicia, fue rehén de la droga. La epidemia de los años 80 y 90 rompió familias, arruinó a otras y dejó muchas vidas atrás. La heroína y el VIH asediaron a toda una generación, mientras los narcotraficantes campaban a sus anchas. La respuesta llegó a través de un grupo de madres que recordaron a la sociedad «que sus hijos se estaban muriendo». A ellas se unieron vecinos, jueces, policías, entidades solidarias y políticos para luchar contra un problema que se «diluyó, pero que aún sigue existiendo», avisa Carmen Avendaño, presidenta de Érguete y voz de ese grupo de madres. «Los narcotraficantes se mueven aún más que antes y los últimos alijos interceptados por la policía así lo confirman».

«La droga siempre estuvo ahí, nunca se fue», explica la coordinadora de la asociación Érguete, Elvira Rivas. Las calles se volvieron más seguras y las sustancias cambiaron. La heroína dejó paso a otras más invisibles, como la cocaína, pero el problema seguía estando ahí y, ahora, parece que vuelve a aparecer en los barrios. Varias asociaciones de vecinos han avisado durante el último mes de que el consumo de droga y su problemática asociada avanza en la ciudad. Muchos dicen que en un simple paseo se ve que «volvemos a tener un problema».

Los vecinos del Casco Vello alzaron su voz a inicios de mes para pedir ayuda a las administraciones para «non volver perder o noso barrio». Denunciaban que tres narcopisos se establecieron en la rúa dos Poboadores y la plaza Peñasco aumentando la inseguridad y la suciedad. «A situación degradouse moito durante o último ano», lamenta Lucía González. Ella es vecina de O Berbés desde niña. Nació allí y recuerda lo difícil que fue vivir la epidemia de drogas en el barrio. «Nos anos 80 e 90 fomos o gueto de Vigo», cuenta. Ella creció viendo escenas «moi duras para unha nena como xente meténdose heroína ou mortos por sobredose». Muchos años después «a situación é mellor, pero vai camiño de repetirse». Lucía tiene dos hijos pequeños que ya no pueden ir al parque solos como hacían antes.

En Teis, el presidente de la asociación de vecinos, Anxo Iglesias, también lleva avisando tiempo de la problemática. En el barrio tienen puntos de venta que son «auténticos supermercados da droga que levan anos abertos». A estos lugares acuden cada día decenas de personas a consumir y trapichear con droga. Desde que están abiertos «os roubos aumentaron moito», lamenta Anxo. Él sabe que «estas persoas son vítimas e que rouban para consumir, pero os veciños estamos fartos». En una situación similar están en Coia. El presidente de la asociación de vecinos Camiño Vello, José Antonio Landesa, avisa que en el barrio «también ha empeorado la situación desde la pandemia». Explica que «cada vez hay más menudeo y consumo». La situación, «obviamente», no es la de años atrás, pero «seguimos viendo como la droga afecta cada vez más a los jóvenes».

En O Calvario, concretamente en el callejón de la calle Xílgaro, los vecinos se han movilizado para denunciar que un narcopiso les está haciendo la vida «imposible». Cristal se ha tenido que ir de su casa por la violencia. Vivía allí con su marido y su hijos de 23 y 11 años. Llevaba años aguantando, pero «un día me sacaron una pistola y ya dijimos basta». ¿Qué pasó? «Estaban haciendo mucho ruido en la calle, les grite para que se callaran y un hombre me amenazó con el arma», cuenta. «Todos nos pusimos muy nerviosos y mi hijo pequeño se quedó en shock», explica. Poco después se mudaron. Dejaron su hogar para vivir en un lugar más tranquilo, aunque su hijo se llevó los fantasmas a casa. «Vive con miedo y está yendo a terapia para recuperarse», explica. Situación similar a la que vive Isabel, o Beli como la conocen en el barrio. Ella acaba de heredar la casa paterna, pero «no puede disfrutarla con sus hermanos». No se atreven a ir al barrio porque «tenemos miedo». La casa está pegada al narcopiso, «un gran supermercado de droga al que acuden cada día sobre 200 personas». Beli está desesperada, «me han arrebatado mis raíces y mi padre murió recluido en su casa por su culpa».

Los vecinos coinciden en que el problema «está muy presente» y solicitan más presencia policial en los barrios más afectados. Reconocen también que está no es la única solución. Saben que esto solo puede mejorar si las personas consumidoras reciben ayuda de los expertos. Cristal, por ejemplo, no los quiere criminalizar. «Sé que están enfermos y a muchos los conozco», cuenta. Algunos son supervivientes de la epidemia de los 80 y 90 y «solo pueden salir de ese pozo con ayuda».

El Plan Especial de Lucha Contra el Tráfico Medio de Drogas de la comisaría de Vigo de 2019 realizaba un mapa del trapicheo en la ciudad que ilustra la situación. Las tres sustancias con más presencia son el cannabis, la cocaína y la heroína. La primera está distribuida por toda la ciudad y la policía realizó intervenciones por todo el municipio. Los puntos de venta de heroína, sin embargo, se localizan en el Casco Vello, Torrecedeira, Coia, O Calvario y Travesía de Vigo. Esta calle también es la que concentraba la mayor parte de las intervenciones de cocaína.

La coordinadora de la Asociación Érguete, Elvira Rivas, se apoya en estos testimonios y en el trabajo diario de una entidad que atendió a más de 6.000 personas durante el último año para avisar de «que estamos en una situación preocupante». La trabajadora social explica «que nosotros sabíamos que el problema nunca se había ido, pero parece que ahora ha empeorado», lamenta. ¿Por qué? «Hay muchos motivos. Quizá como sociedad hemos levantado la guardia», explica. Recuerda que en los barómetros del CIS que recogen las preocupaciones de los españoles, la droga lleva años sin aparecer.

Rivas también indica que «estamos detectando que cada hay más policonsumidores mayores, un perfil especialmente vulnerable». Son personas sobre los cincuenta años que llevan consumiendo mucho tiempo y que ya presentan patologías psiquiátricas asociadas. Además, la mayoría no tiene soporte familiar, ya que sus padres o son muy mayores o han muerto. Ya son varios usuarios los que han llegado a Érguete junto a sus padres de más de 80 años. La coordinadora de la asociación avisa que en la ciudad «debemos de crear recursos específicos para este perfil de consumidor».

Desde Érguete también insisten en que la lucha contra las adicciones tiene que «ser un compromiso común para todos». El primer paso, es no criminalizar a las personas consumidoras. «Tenemos que ser conscientes que tienen un problema y que solos no pueden salir. Nadie podría hacerlo». Rivas es consciente de que la delincuencia y la violencia son un problema, «pero debemos remar juntos para seguir consiguiendo más recursos para ayudar a estas personas y detener a los grandes culpables, los grandes narcotraficantes».

Dos personas con problemas de adicción de Alborada trabajan en las huertas de la entidad
Dos personas con problemas de adicción de Alborada trabajan en las huertas de la entidad XOAN CARLOS GIL

Una gran huerta ecológica para formar a las personas con adicciones en agricultura

La Asociación Ciudadana de Lucha Contra la Droga (Alborada) apuesta en sus programas de intervención por ofrecer salidas a las personas con adicciones que atienden. Cerca de Peinador han instalado un gran huerto ecológico donde trabajan todos los días junto a un experto para aprender sobre agricultura. Además, los alimentos que recogen de la tierra se los quedan los propios usuarios o se donan a familias que los necesitan o a instituciones sociales.

La finca tiene 5.000 metros cuadrados y ha sido posible gracias al apoyo de la comunidad de montes de Cabral y de la asociación de vecinos de Lavadores. Cuenta con un invernadero donde plantan flores, frutos del bosque y cultivos que necesiten abrigo, una huerta con frutales y verduras y un compostero.

Esta iniciativa nace de la necesidad de ayudar a las personas a que el aterrizaje después de su paso por la asociación «sea bueno», explica el director de Alborada, Jesús Cancelo. Las personas que acuden a recursos con adicciones «necesitan espacios a los que acudir una vez terminan su intervención más directa», cuenta. Si se quedan solos después de terminar, el riesgo de recaída es más alto.

Cancelo recuerda que una adicción es una enfermedad crónica que les «va a acompañar toda su vida» y que en los procesos distinguen tres tipos de usuarios: los que se curan y no vuelven a consumir nunca, los que recaen y tienen que volver a empezar y, por último, los que no son capaces de dejar su adicción. «Con este último grupo, debemos de esforzarnos para reducir los daños derivados del consumo», indica. El proyecto de la huerto les da también una alternativa en la que invertir su tiempo libre.

El presidente de Alborada también reconoce que en Vigo, además de su asociación, hay bastantes recursos para estas personas, «pero nunca son suficientes». Lo que más echa en falta son perfiles profesionales relacionados con la psiquiatría, la enfermería y la psicología.

Oscar Vázquez

«El alcohol era lo único que me ayudaba a olvidar mi vida»

Los sueños a veces «nos traicionan». Es así. Lucía (nombre ficticio) nació en Brasil en una familia humilde. Como muchas niñas, soñaba con conocer mundo, ser independiente y feliz. Ese deseo, de improviso, se la llevó al pozo. Unos hombres le ofrecieron papeles y un trabajo en España y «me vine con toda la ilusión del mundo». Al llegar al aeropuerto, unos hombres la esperaban. «Me quitaron el pasaporte y me encerraron en un prostíbulo de Don Benito (Extremadura) junto a otras mujeres». Las hacinaron en una habitación donde pasaban el día y por la noche «nos obligaban a prostituirnos». Los que se quedaron su pasaporte le pedían «muchísimo dinero para devolverle sus papeles». Lucía era invisible y no le que quedaba otra que «hacer lo que me pedían». Allí estaban a cargo de «una madrastra» que las atendía y vigilaba durante el día. Un día, Lucía y otras compañeras, la engañaron y se escaparon de allí. Hay un silencio. Los recuerdos duelen. «Llegamos a una gasolinera y allí le contamos todo lo que nos pasó a un hombre».

-¿Os ayudó?

-«Nos mintió».

-¿Cómo?

-«Pidió un taxi diciendo que nos iba ayudar. Nosotros nos fiamos de él porque no teníamos otra opción».

-¿Y qué pasó?

-«Nos vendió a un prostíbulo de O Barco de Valdeorras». Otro silencio. «Qué mala suerte, ¿verdad?».

Ese taxi y el hombre de la gasolinera la condenaron a «sobrevivir» entre «prostíbulos, chulos y puteros». Trato de acostumbrarse a esa vida para no morir ni «sacarse del medio». Llega un momento en el que «lo normalizas y te convences de que es lo que te ha tocado vivir». Lucía llegó a creerse de «que yo no podía ser feliz». Se la llevaron por prostíbulos de toda España y también de Europa. En ese recorrido llegaron las drogas. «Nos las facilitaban porque así también nos controlaban mucho mejor», cuenta. Lucía se dejó llevar y encontró en ellas, sobre todo en el alcohol, un lugar donde escapar de su vida. La adicción «me ayudaba», pero al mismo tiempo «me condenó».

En uno de sus viajes, a Lucía un hombre se le ofreció en matrimonio. No estaba enamorado, no. Solo quería su dinero y «algo más». Era un matrimonio de conveniencia. «Le pagué tres mil euros y nos casamos en Pontevedra».

-¿Y te fuiste a vivir con él?

-«También escapé. Yo no quería estar con él». Se queda pensando. «Si te fijas, mi vida es una huida permanente». Después de la boda, siguió saltando de ciudad en ciudad hasta que llegó a Vigo. Era 2019, «el peor año de mi vida». Su padre murió en Brasil y ella se enteró aquí. «Me trastorné». No se perdonaba haberse distanciado de su familia. Lo hizo porque se «avergonzaba de su vida y no quería preocuparlos», pero eso provocó que «estuviera aún más sola». Vivía en una habitación en Vigo por el que pagaba 200 euros por semana por la habitación, es decir, 800 al mes. La dueña le puso ese precio a cambio de que Lucía se pudiera censar allí. «Lo necesitaba para poder solicitar alguna ayuda social», si no «seguiría siendo invisible». La pandemia la pilló allí con «una depresión de caballo». Vivía flotando entre «antidepresivos y alcohol». Quería salir, vivir, pero la adicción «la estaba matando».

En el peor momento llegó a la Asociación Érguete. «Conocí a Javi, el responsable de viviendas de acogida, y me cambió la vida». Entro a vivir allí y, «aunque pensaba que conmigo ya nada iba a funcionar», todo fue a mejor. Lleva más de un año sin consumir, ha hecho formaciones y está buscando trabajo. De alguna manera, está viviendo ahora «el sueño que me robaron con 20 años». Lucía se emociona al recordar, pero también sonríe por el futuro que quiere. A la sociedad solo «le pide que no mire a otro lado» y que una adicción «puede con cualquiera».

«Voy a combatir la adicción hasta que me muera»

La adicción también ha llenado de cicatrices a Jandro (nombre ficticio). Las tiene por fuera y por dentro. Lo dejaron solo, tirado por el suelo, lo metieron en la cárcel y, ahora, recuperado, aún está ahí, acechando. Él comenzó muy joven a consumir. «No tenía ni idea del peligro que suponía», explica. Empezó fuerte. Con éxtasis. Solo tenía 15 años. Primero lo hacía solo en fiestas, luego cada pocos días y al final era «dependiente total». Entro en un círculo de necesidad que le hizo probar de todo. «Cada vez mi cuerpo me pedía más». Y así, llegaron los robos y el tráfico. Jandro no tenía dinero para consumir y empezó a robar. Discutió con su familia, con sus amigos y acabo quedándose solo. «Él sabe bien que los hizo sufrir mucho. No lo merecían».

Cuando la necesidad era grande, las redes de narcotráfico lo abordaron. Se nutren de personas que, como él, necesitan dinero para consumir. Le mal pagaban por vender en la calle. La policía lo pilló en varias ocasiones y así entro en la cárcel. Una, dos y otras veces más. Allí «siempre me proponía dejar las drogas, pero cuando salía a la calle... Estaba solo, sin oportunidades. Era muy difícil», explica. Al final, las pocas amistades que le quedaban también consumían. Por una o por otra «acababa siempre en los mismos lugares». Sabe que desde fuera pensaran «que solo tenía que decir que no», dejar de consumir y trabajar. «Así lo entiende mucha gente porque no se ponen en nuestra piel», lamenta. Él estaba dentro de una rueda de «la que no era capaz de salir». Su cuerpo le pedía consumir, estaba solo, no tenía ayuda ni dinero. Buscaba trabajo, pero el estigma de haber estado en la cárcel «pesaba mucho». Los noes permanentes lo frustraban. No sabía como gestionar tantos malos sentimientos y, al final, la voluntad terminaba por ceder.

Así estuvo varios años, hasta que un día en la cárcel conoció a educadores sociales de Érguete que trabajan allí, y dijo «de esta vez no pasa». Entró en sus programas y al salir ingresó directamente a vivir en las viviendas de la asociación. Las mismas en las que reside Lucía. Allí comenzó su formación en varias profesiones, participó en todas las actividades de la entidad y cada día «iba anotando pequeñas victorias». La principal fue reconciliarse con su familia.

Un año después, período máximo de estancia en el recurso de Érguete, le tocó la prueba más difícil: volver a enfrentarse al mundo real. Se fue a vivir con su madre, mientras buscaba trabajo. Los primeros meses no hubo suerte, pero «no me podía rendir. Ese era el único camino». Un día volvió a sonar su teléfono, le llamaban de la Asociación para contratarlo como recepcionista para cubrir una baja. Estuvo unos meses, terminó y, al poco, entró a trabajar en una empresa de automoción en Vigo. «Por fin un poco de suerte».

Aunque las cosas vayan mejor, Jandro no baja la guardia. Sabe que de «la adicción nunca se va a curar». El fantasma va a seguir estando ahí «esperando que tenga un mal momento». Al final, es como una enfermedad crónica. «Tengo que estar listo para cuando me ataque», explica. Sabe que no le costaría nada volver a consumir. «Conozco perfectamente dónde se vende en Vigo», cuenta y añade que «aquí es muy fácil conseguirla».

Jandro también ha dedicado estos dos años a contar su experiencia en charlas y eventos que organiza Érguete. Quiere que su ejemplo «evite que alguien pase por el mismo infierno que pasé yo». Si pudieras volver atrás, ¿qué le diría al Jandro que consumió por primera vez? «Le diría que no se fastidie la vida». Ahora, ya no puede «borrar el pasado», pero, por lo menos, «sé lo que quiero ser».