Pedro Ruiz: «El humor es la manera menos suicida de decir las cosas más serias de la vida»

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

CESAR QUIAN

Presenta en Vigo su nuevo espectáculo «Una vida en anécdotas», en el que narra, canta y parodia encuentros con personajes famosos

05 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Pedro Ruiz presentará su nuevo espectáculo, Una vida en anécdotas, el 12 de abril en el Teatro Afundación de Vigo y, al día siguiente, en el Auditorio Abanca de Santiago.

—¿Cómo plantea su propuesta?

—Es un espectáculo muy cercano porque convierto el teatro en el salón de estar de mi casa, y la narración de las anécdotas que realizo las interpreto, las cantó y demás. La idea que quiero transmitir es que reyes, príncipes, cantantes y famosísimos tienen los mismos problemas que el resto de la gente, incluso tienen almorranas. Se trata de decir, de alguna manera, que todo es más natural y trato de llevar la sencillez a la narración de estas anécdotas, que son muy divertidas. Al final del espectáculo hay un tiempo para que el público pueda preguntarme lo que quiera.

—¿Las anécdotas definen a las personas?

—Ya sé que todo se le atribuye a Oscar Wilde, pero hay una frase, que dicen que es de él, en la que afirma que hagas lo que hagas, te recordarán por una anécdota. Ese es el espíritu del espectáculo. Nos definen más las anécdotas que los grandes discursos. El espectáculo trata de ser un gran plato combinado con sesenta o setenta personajes y tiene la pretensión de que la gente salga de muy buen rollo del teatro.

—¿Cómo trata a los protagonistas?

—No se habla mal de nadie porque no es mi estilo. Explico momentos puntuales de lo que me ocurrió con Santiago Carrilo, Estefanía de Mónaco, Ana Obregón, Jordi Évole y muchos otros. Claro que eso lo transformo en piezas teatrales.

—¿Hay personajes gallegos?

—Sí, con Camilo José Cela estuve el día que recibió el Premio Nobel en Estocolmo, y cuento una reunión muy divertida posterior a la entrega del premio.

—Siempre ha dado la impresión de mostrarse como una persona sincera. ¿Le ha pasado factura?

—Sí, ha jugado en mi contra, pero también a mi favor de una forma interior. Yo nunca he querido ser de ningún rebaño, pero tampoco pretendo tener razón porque pesa mucho tener razón. Sí quiero tener derecho a no tener razón. Consecuentemente, el precio que pago lo tengo muy asumido; yo soy un hombre libre, equivocado, como el resto, pero jamás he querido ser portavoz de un grupo.

—¿La risa es la salvación del ser humano?

—El humor, que es una parte de mi trabajo, es la forma menos suicida de decir las cosas más serias de la vida.

—¿Qué papel tiene la música en su vida?

—Al hacer tantas cosas, no me da tiempo a todo, y he convertido la vida en un patio de inquietudes. No le he dedicado el mismo tiempo que al teatro o a la literatura, pero sí me gusta mucho y he compuesto para María Jiménez, Rocío Jurado, Sara Montiel, entre otros, incluso para mí.

—Cuando estuvo Estudio Estadio, tenían la moviola, un precedente del VAR. ¿Cómo ve esa incorporación al fútbol?

—Al personal le va la discusión. Cuando era muy jovencito, escribí una historia que se llamaba Las válvulas. Ponían un cerebro electrónico en cada campo para sustituir al árbitro, de modo que los estadios se vaciaban porque no se discutía. Pero, al cabo de un tiempo, los cerebros electrónicos se hacían hinchas del equipo de casa y el público acababa rompiendo los cerebros electrónicos.

—¿La televisión pública debe regirse por los mismo baremos que los canales privados?

—Lo primero que han de conservar es el prestigio. Todas las televisiones públicas del planeta tienen tres componentes: Goebbles, Kafka y Al Capone. Es decir, doctrina, confusión y negocio. A partir de ahí, si cualquier televisión pública del planeta pierde el prestigio, pierde una de sus esencias. Yo estoy ahora negociando la reaparición de la Noche abierta; en veinte años, no he sido recibido en la televisión pública y últimamente sí, aunque ignoro por qué. Siempre que hablo de televisión, me refiero a la pública, porque las privadas tienen necesidades comerciales que yo no detesto, pero que comparto poco.