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La exmujer de Jeff Bezos Mackenzie Scott «Tengo una cantidad desproporcionada de dinero para compartir»

La exesposa del fundador de Amazon, Jeff Bezos, y una de las personas más ricas del mundo lleva donados desde que se divorció 8.600 millones de dólares a causas benéficas. Un récord. MacKenzie Scott se casó, dos años después de su divorcio de Bezos, con el profesor de ciencias de sus hijos. Y ahora se ha vuelto a divorciar. ¿Quién es esta mujer dispuesta a cambiar las reglas de la filantropía?

Por Guido Mingels y Carlos Manuel Sánchez

Martes, 22 de Febrero 2022

Tiempo de lectura: 10 min

Francesca Rattray nunca había oído el nombre de MacKenzie Scott. Por eso, cuando recibió una llamada de la consultoría Bridgespan Group, no supo qué pensar. La señora Scott, le dijeron, quería donar dinero a su asociación en defensa de las mujeres. «¿Tiene un par de minutos para responder unas cuantas preguntas?».

Mientras el empleado de la consultoría empezaba con sus preguntas, Rattray buscó el nombre en Google. Y resultó que esa señora Scott antes se llamaba MacKenzie Bezos. Una de las mujeres más ricas del mundo. Cuando el hombre al otro lado del teléfono le mencionó la suma, un millón de dólares, sin condiciones, Rattray no podía creerlo. «Perdí la compostura y empecé a lanzar gritos de alegría».

Durante la mitad de sus 50 años de vida, MacKenzie Scott ha sido «la mujer al lado de». Estuvo 25 años casada con Jeff Bezos, el fundador y todavía CEO del gigante Amazon. Asistió a su nacimiento en un garaje de Seattle y fue una de sus primeras empleadas. Siempre se mantuvo en segundo plano. Incluso cuando, en 2019, el escándalo provocado por una aventura de su marido acabó en el «divorcio más caro del mundo», ella siguió haciendo gala de su discreción. Escritora, madre divorciada con cuatro hijos y poseedora de 60.000 millones de dólares. Dos años después de su divorcio, Mackenzie Scott se casó con el profesor de ciencias del prestigioso centro educativo donde estudian sus hijos. Pero el matrimonio ha durado poco más de un año. ¿Quién es realmente esta mujer?

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Unidos por el amor y los libros. Scott y Bezos se conocieron en una empresa de Wall Street donde ambos trabajaban. Se casaron tres meses después, y al año dejaron su trabajo en Nueva York y se mudaron a Seattle para abrir una librería. El resto es historia.GETTY IMAGES

En el año de la pandemia, MacKenzie Scott –ahora usa su segundo nombre como apellido– salió de la sombra de su ex y se lanzó a trastocar las reglas de la filantropía. Entre 2020 y 2021 donó 5700 millones de dólares, repartidos entre pequeñas organizaciones sin ánimo de lucro, instituciones educativas para estudiantes negros, bancos de alimentos o ayudas contra la COVID-19. Pero no ha parado. Ahora ha donado 133 millones de dólares a una organización dedicada a frenar el abandono escolar, cinco millones a otra dedicada a ayudar personas con pocos recursos a superar sus adicciones... Según medios americanos, habría donado ya 8.600 millones de dólares (7.500 millones de euros) a 780 organizaciones.  En general, se trata de ONG que no están en el foco de atención de los grandes donantes tradicionales.

Las principales organizaciones filantrópicas estadounidenses, que gestionan miles de millones de dólares, suelen disponer de lujosas sedes y cientos de empleados, como la Gates Foundation de Bill y Melinda Gates. La iniciativa de MacKenzie Scott, de momento, no tiene ni nombre ni sede ni web. Para elegir a sus beneficiarios, se apoya únicamente en una consultora externa. No ha dado a conocer sus actuaciones con rondas de entrevistas ni cortado cintas. Todo lo que ha hecho ha sido publicar un mensaje en su blog personal dentro de la plataforma Medium.

En él dejaba claro que sus generosas donaciones son una toma de posición ante la situación social en la que se encuentra Estados Unidos: «Esta pandemia ha sido una bola de demolición en la vida de aquellos americanos que ya tenían que pelear para salir adelante. Las pérdidas económicas y las consecuencias sobre la salud han sido mucho peores para las mujeres, para las personas de color, para aquellas que viven en la pobreza. Al mismo tiempo, las fortunas de los multimillonarios han crecido de forma considerable». Casi parecía que a Scott le diera vergüenza su inmensa riqueza.

Debilidad por las buenas acciones

MacKenzie Scott Tuttle, ese es su nombre de soltera, creció en un entorno acomodado, pero la seguridad financiera de su familia no estaba garantizada, como más tarde se vio. Lo que sí era una constante era su amor por los libros. «Lo único que siempre he querido hacer es escribir», dijo en el prólogo de su estreno como novelista, The testing of Luther Albright, publicada en 2005.

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Solidaridad con intención.Entre las entidades a las que ha dado dinero están el movimiento Black Lives Matter, la Universidad Howard ('la Harvard negra'), World Central Kitchen –del chef José Andrés– y a ciertas ONG de apoyo a personas transgénero, latinas o de lucha contra la COVID.

MacKenzie Scott Tuttle se crio en Ross, una zona exclusiva de San Francisco. Es la segunda de tres hermanos; la única chica. El padre dirigía en los años setenta una agencia de inversiones. En el acta de una reunión del consejo municipal de Ross del 13 de diciembre de 1979 se lee que aquel día el alcalde le dio la bienvenida a la pequeña MacKenzie como portavoz de la clase de cuarto curso. Junto con el aplauso de todos los presentes, recibió autorización para recaudar dinero con sus compañeros y destinarlo a replantar un árbol que se había tenido que arrancar en su colegio. Parece claro que MacKenzie Scott sintió desde muy pronto debilidad por las buenas acciones.

Jeff Sloan, un profesor que le dio clase en sexto curso, cuenta que, además de los deberes normales, le encargaba todas las semanas una redacción voluntaria a aquella alumna tan apasionada por la escritura. «Creo que conmigo aprendió a escribir», asegura. Tras la publicación de su primera novela, Scott le envió un ejemplar dedicado; además, citó a su profesor en los agradecimientos. Sloan recuerda que los padres de MacKenzie tuvieron apuros económicos cuando su hija empezaba la universidad.

En los años ochenta, la SEC –el organismo supervisor de los mercados financieros de Estados Unidos– abrió una investigación por irregularidades a la empresa de su padre. Tanto la compañía como la familia tuvieron que declararse insolventes. Para entonces, su hija ya estaba matriculada en la elitista Universidad de Princeton, donde tuvo que hacer muchos esfuerzos para financiarse la carrera. La propia Scott contó más tarde que tuvo que «trabajar en muchos sitios para pagarse los estudios». Toni Morrison, premio Nobel de Literatura, fue la encargada de dirigirle el trabajo de fin de carrera.

Cuando se licenció y se trasladó a Nueva York para ser escritora, también le costaba «llegar a fin de mes», como ha contado en alguna ocasión. Por eso empezó a trabajar en D. E. Shaw, una empresa de Wall Street. Allí conoció a un joven empleado llamado Jeff Bezos y se enamoró. El resto es historia. Jeff y MacKenzie se casaron tres meses después. Ella acababa de cumplir los 23. En 1994, los dos dejaron su trabajo en Nueva York para hacer realidad la idea de Jeff de abrir una librería on-line en Seattle. Atravesaron el país de punta a punta en coche, con MacKenzie al volante, mientras Jeff bosquejaba el plan de negocio en el asiento del copiloto.

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Una familia alejada de los focos. En sus 25 años de matrimonio tuvieron cuatro hijos: tres varones y una hija adoptada en China. El mayor, nacido en 2000, se llama Preston, pero sus padres han conseguido mantener los nombres y las edades de los demás en el anonimato y rara vez aparecen en público.GETTY IMAGES

Jeff Bezos levantó los pilares de su imperio sobre los libros porque son una mercancía especialmente adecuada para trabajar con ella a través de Internet. Sin embargo, para su exmujer, que publicó su segunda novela, Traps, en 2013, la literatura siempre ha sido una pasión. Es una cruel ironía que MacKenzie le deba su riqueza a un modelo de negocio que se ha llevado por delante muchas librerías tradicionales.

Con el divorcio, Scott recibió el cuatro por ciento de Amazon. A pesar de sus enormes donaciones, seguramente terminó el año mucho más rica de lo que lo empezó

Las novelas de la propia Scott han tenido un éxito comercial discreto, aunque es cierto que la primera de ellas sí recibió críticas positivas. Los Angeles Times la consideró uno de los mejores libros del año. Sus dos novelas, en palabras de una crítica de la revista New Yorker, tienen en su centro «esposas encantadoras» y presentan la misma visión del matrimonio como «servicio doméstico desinteresado» a través de unas protagonistas femeninas «que encuentran su razón de ser en sus relaciones de pareja».

Con el divorcio de su marido, en abril de 2019, Scott recibió el cuatro por ciento de las acciones de Amazon, que en aquel momento tenían un valor de 38.000 millones de dólares, y enseguida empezó a devolver ese dinero a la sociedad. Se sumó a The Giving Pledge (La promesa de dar), una campaña filantrópica, impulsada por Warren Buffett y Bill y Melinda Gates, en la que los grandes multimillonarios del mundo se comprometen a donar al menos la mitad de su fortuna en vida. Resulta llamativo que su exmarido, el hombre más rico del mundo, no haya entrado en este club.

«Tengo una cantidad desproporcionada de dinero para compartir», escribió Scott al sumarse a la iniciativa Giving Pledge.

No, no es una estafa nigeriana

Lo normal es que los millonarios donantes entreguen dinero a las prestigiosas universidades en las que estudiaron de jóvenes para crear una biblioteca con su nombre. Quieren que su dinero hable bien de ellos. Pero MacKenzie ha elegido otro camino. Según escribió en su blog, la multitud de pequeñas organizaciones a las que ha donado no solo se encuentran «crónicamente infrafinanciadas», sino que, además, la constante necesidad de reunir fondos «las distrae de su trabajo».

Adam Zimmerman, de Craft3, puede confirmar que esto es así. Recuerda a la perfección el día en el que recibió el donativo más grande en la historia de su organización. Craft3 concede préstamos especialmente a las «personas negras, indígenas y de color». El correo electrónico con el aviso de la donación había ido a parar a la carpeta de spam, cuenta Zimmerman. Lo primero que tuvo que hacer fue asegurarse de que no era el típico «intento de estafa desde Nigeria». Siguió luego una conversación por teléfono de cinco minutos, «en la que me dijeron que MacKenzie Scott quería entregarnos diez millones de dólares». A Zimmerman se le escapa una risa nerviosa mientras lo cuenta. Un par de semanas más tarde, el dinero estaba en el banco.

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El segundo marido. Scott con su segundo marido, Dan Jewett, que era el profesor de matemáticas de sus hijos y pasó a ser el gestor de las operaciones filantrópicas de la multimillonaria. La demanda de divorcio la presentó ella en septiembre y no han trascendido las causas ni si había un acuerdo respecto al patrimonio.

No fue solo la cuantía de la suma lo que alegró a Zimmerman, también el hecho de que la donación no estuviera sujeta a condiciones. Por lo general, dice, las donaciones van asociadas a un montón de exigencias. Los donantes dejan muy claro cómo quieren que se use el dinero. Por ejemplo, en una región muy concreta, o solo con madres solteras. Y luego exigen informes mensuales muy detallados sobre el destino del dinero. Por el contrario, añade, el equipo de Scott solo les pidió que hicieran un breve resumen al año de la donación.

No todo el mundo mira con admiración estas donaciones. La propia Rattray, la beneficiaria con la que empezábamos este reportaje, asegura que su localidad, San Antonio, «se encuentra en los primeros puestos de la lista de ciudades norteamericanas con mayor índice de pobreza. Amazon se ha beneficiado enormemente de la pandemia», asegura. Y cree que MacKenzie Scott «quiere redistribuir parte de esos beneficios». Más incisivo es Anand Giridharadas, columnista del New York Times y autor de Winners take all: the elite charade of changing the world (‘Los ganadores se lo llevan todo: la farsa de la élite de cambiar el mundo’), un estudio sobre los ricos. Este ensayista afirma que Scott «sabe muy bien que ese dinero se ha ganado mediante la evasión de impuestos, el pago de salarios bajos y la lucha contra la creación de sindicatos».

No exige ninguna condición al dar el dinero y lo reparte con la ayuda de una pequeña consultora, sin conceder entrevistas ni cortar cintas

Rob Reich, politólogo e investigador en el campo de la filantropía, cree que, a pesar de sus enormes donaciones, MacKenzie Scott seguramente terminó el año 2020 «mucho más rica» de lo que lo empezó. «Ni siquiera una multimillonaria que reparte 6000 millones de dólares dona lo suficientemente rápido como para que su fortuna se vea reducida», añade. El profesor de Stanford censura la poco convencional, poco compleja y solo a primera vista simpática forma de regalar millones de Scott: su estrategia es «decepcionantemente opaca. De una persona con semejante poder económico podríamos esperar bastante más transparencia».

Tras la pandemia, el valor de mercado de la empresa que la exmujer de Bezos contribuyó a levantar ha aumentado en torno a un 70 por ciento, hasta alcanzar alrededor de 1,65 billones de dólares, pese a todos los escándalos y acusaciones de vulneración de las leyes de la competencia.

MacKenzie Scott es consciente del origen de su riqueza. En su blog insistió en el compromiso de «devolver la mayor parte de mi fortuna a la sociedad que ayudó a crearla». Y aseguraba que proseguiría con esta misión «hasta que la caja fuerte esté vacía». Y eso, es de suponer, puede llevar un tiempo.

Cuando Bezos rompió su matrimonio, se parecía ya poco al vendedor con raya al lado y tripilla. Ha mutado el traje de comercial por bíceps de gimnasio. «Mucha testosterona», dicen los tabloides, insinuando que para ganar masa muscular a partir de los 55 hace falta algún suplemento. Cuenta un documental de la PBS que la transmutación se remonta a su llegada a Washington en tiempos de Obama. Compró el Washington Post, envió a un ejército de lobistas al Congreso y consiguió un contrato para que la CIA usase su plataforma. Incluso la Policía patrulla con sus cámaras de reconocimiento facial... Ahora, las ambiciones de Bezos apuntan más alto: a Marte.

Y, para hacerlo, necesitaba soltar lastre: la presidencia ejecutiva de Amazon, que deja a Andy Jassy. O sus obligaciones conyugales... Claro que Donald Trump, su archienemigo, contribuyó a ello. Bezos lo acusó de filtrar a la prensa fotos con la presentadora Lauren Sánchez, incluido un selfi de la cintura para abajo.

Etiquetas: Jeff Bezos
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