
El genio que se rio de la guerra
El genio que se rio de la guerra
Viernes, 27 de Diciembre 2024
Tiempo de lectura: 15 min
A veces cuento cosas que me pasaron en el frente, pero las cuento tal cual porque la vida misma tiende a ser delirante. Una vez, en Somosierra, entre varios del bando republicano arreglamos un partido de fútbol contra los del Ejército Nacional. Así que hicimos una tregua pequeñita y jugamos el partido. Ganamos por siete a cero. Ellos se enfadaron tanto que uno agarró su pistola y se lio a tiros, aunque por suerte no nos dio a ninguno. Broma, broma no es; porque nos podían haber matado. Pero algo de gracia tiene».
Así se expresaba Miguel Gila (Madrid, 1919-Barcelona, 2001), el humorista que se inspiró en su propia vida y transformó la pobreza en esperpento y la guerra en surrealismo para alcanzar una de las cumbres de la cultura popular española del siglo XX. Sus palabras las recoge El libro de Gila. Antología tragicómica de obra y vida, de Jorge de Cascante (editorial Blackie Books).
«He contado la historia de mi vida muchas veces en forma de monólogo», reconocía. Fue una vida para echarse a llorar, como recoge el libro, pero consiguió que se les saltaran las lágrimas de risa a varias generaciones de españoles. Huérfano de padre; su madre, viuda muy joven, se vuelve a casar. Gila vivirá con sus abuelos paternos en una buhardilla minúscula que comparten con sus tres tíos solteros. «Me echaron del colegio a los 13 años, por travieso». A los 14 empieza a trabajar de aprendiz de mecánico. A los 17 estalla la Guerra Civil y se alista voluntario. «En la guerra hice de todo. Hasta me fusilaron…».
Fue el 6 de diciembre de 1938 cerca de Córdoba, donde lo capturan mercenarios del Ejército Nacional y es puesto frente a un pelotón junto con trece compañeros. «Estaba tan destruido de las heridas y el hambre, que solo quería que terminase ya –recordaba–. Nos fusilaron al anochecer, nos fusilaron mal. El piquete lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino, la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el cuello de las gallinas que habían robado. El frío y la lluvia calaban los huesos. Allí mismo, delante de un pequeño terraplén, apretaron el gatillo y caímos unos sobre otros». No hubo tiros de gracia.
Gila, que no es alcanzado por las balas, se hace el muerto. «Por mi cara corría la sangre de aquellos hombres jóvenes. Por las manos de los verdugos corría la sangre de las gallinas que acababan de degollar. No puedo calcular el tiempo que permanecí inmóvil. Los moros, después de asar y comerse las gallinas, se fueron». Gila huye llevando a cuestas a otro compañero herido. Dos días después es internado en un campo de concentración.
Pasará después por varias cárceles. «En 1942 fui liberado. Al poco tiempo me obligaron a cumplir 4 años de servicio militar en Zamora. No se me ocurre nada más surrealista que combatir en una guerra durante años y acto seguido tener que hacer la mili». En 1944 contrae matrimonio con Ricarda, hija del dueño de la pensión en la que se hospeda. «Cuando le cuento a la gente que yo me casé porque en Zamora hacía mucho frío se piensan que les tomo el pelo, pero ese fue el motivo real de mi boda. Nunca hubo ni amor ni cariño».
Empieza a colaborar en Radio Zamora. «Anunciaba calcetines, jabones, sopas… radiaba partidos de fútbol, escribía guiones y hasta barría los pasillos». Publica viñetas en La Codorniz. Deja atrás a su esposa y vuelve a Madrid en 1951. Traba amistad con los artistas de la época. «Era gente pobre, como yo. Pagábamos el café con un dibujo o un poema. Sobreviví gracias a Antonio Mingote, que me dejó quedarme en su casa y compartió conmigo lo poco que tenía».
Ese mismo año actúa por primera vez de forma profesional interpretando una versión primigenia de su monólogo de la guerra. («Solo he traído una bala, mi sargento. Pero se me ha ocurrido que le puedo atar un hilo y así vuelve después de matar a alguien»). Es un éxito.
Se le ocurre emplear un teléfono como atrezo. Empieza a llamar al enemigo, al cura, a su esposa… Su fama se dispara y se entremezcla con una vida personal agitada. Tiene un hijo y una hija con la bailarina Carmen Visuerte. En 1961 comienza una relación con la actriz María Dolores Cabo, a la que permanecerá unido el resto de su vida y con la que tendrá una hija: Malena.
En 1968 se exilia en Argentina. «Había un anuncio en la televisión que decía ‘España exporta calidad’. Así que decidí exportarme. Me marché por un sinfín de razones. Debía dinero, no soportaba más el ambiente de la dictadura, las multas de la censura…». Da cobijo en su apartamento de Buenos Aires a actores que tienen problemas con el Gobierno, como Héctor Alterio.
Vuelve a instalarse en España en 1987 convertido en un icono viviente, con su boina, su camisa roja y su traje negro. «Nunca he querido quedarme en el cateto de la boina y el teléfono, voy añadiendo matices todos los años. He asistido a cursos de interpretación con Lee Strasberg… Publico libros, estreno obras de teatro. Estudio mucho, escribo mucho, me esfuerzo. Nadie me ha regalado nada». Pasa a ser una presencia indeleble en televisión casi hasta su muerte, a los 82 años, a causa de una enfermedad pulmonar.
Con humildad, dejó escrito: «Debajo de la boina de cada cateto hay un filósofo escondido. Y esto lo sé porque yo soy un cateto más». Pero no, no lo era.
Reunimos a algunos de los cómicos más importantes de nuestro país para preguntarles por el maestro del humor y cómo les ha inspirado.
«Es un poeta del amor»
«Gila fue heredero de esa otra generación del 27 que abrazó humor y literatura: Mihura, Jardiel Poncela, Edgar Neville… Es un poeta del humor y lo que contaba en sus monólogos era literatura de alta calidad, poesía. Hoy en día, para hacer humor, tienes que ser un prestidigitador porque los pasillos por los que transita son mucho más estrechos que hace 30 años. Pero... Leer más
«Fue el primer monologuista»
«Aún me río con ese brutalismo de pueblo que él tenía. Siempre se dice que hacía humor blanco, pero cosas como ‘me habéis matado al hijo, pero lo que nos hemos reído’ son muy brutales. Además, hacía humor con muy pocos elementos. Antes de él solo había cuenta-chistes y él fue el primer monologuista del país. Ahora que hay demandas contra cómicos, el humor está volviendo... Leer más
«Ventiló la casa de los cómicos»
«Recuerdo estar sentado en el suelo del salón de mis padres con toda la familia reunida para ver a Gila. Me quedaba extasiado. Fue el precursor más conocido del humor absurdo y surrealista. Gila aportó un aire fresco y ventiló la casa de los cómicos de entonces, donde todo era más de esmoquin, como una sala de fiestas. En cuanto al humor actual, creo... Leer más
«Usó el humor para destilar su amargura»
«Lo conocí en persona en un programa de televisión. Me comporté como un groupie, pero no me arrepiento. Me impactaba esa forma de entender el humor aparentemente naíf pero muy comprometida, con mucho fondo. Él había sufrido mucho y destiló toda aquella amargura a través del humor. Fue un innovador. Ahora, el humor vive un momento muy bueno: lo demuestra el hecho de que está... Leer más
«Empatizaba con el ser humano»
«Siempre he admirado esa manera que tenía de hablar de la guerra sin rencor, esa capacidad de empatizar con el ser humano sin decantarse por un bando o por otro. Podía contar las mayores barbaridades de una forma nada agresiva. Ahora, las cosas son diferentes. El humor se encuentra en un estado muy grave. Está pasando ya casi a la ilegalidad. Ya no puedes... Leer más
Gila se inspiró en su propia vida para crear sus monólogos. Transformando la pobreza y la guerra en surrealismo consiguió arrancar la risa a varias generaciones convirtiéndose en un gran referente de la cultura popular española del siglo XX. | Por C. M. Sánchez
«Mi padre se hizo novio de la que después sería mi madre por el sistema de aquella época: el piropo, la cita para el domingo… Como no tenían dónde ni de qué vivir, se alojaron en la casa de mis abuelos maternos. Mi padre siguió cumpliendo con su servicio militar. Al mes de estar casados, el que iba a ser mi padre recibió una bofetada de un sargento y él respondió con un puñetazo. Mi padre huyó del cuartel, llegó a su casa, metió ropa en una maleta y viajó de polizón en un tren hasta Barcelona. En Madrid, mi padre era buscado por agresión a un superior y por prófugo. Mi madre se fue con él. Un domingo que mi padre estaba en el rompeolas pescando, una ola lo estampó contra las rocas. No dijo nada al llegar a su casa, se limitó a acariciar el vientre de mi madre, ya con embarazo de seis meses. Días después, le brotaron en un costado unas manchas rojas. Picaduras de pulgas, se dijo. Pero aquello se agravó. Lo llevaron hasta el Hospital Clínico. No había camas. Murió sentado en una silla, con los ojos muy abiertos, como si el asombro de morir con 22 años le hubiera provocado una hipnosis para la eternidad».
… y en monólogo: «Cuando nací, mi madre no estaba en casa»
«Yo tenía que nacer en invierno, pero como éramos pobres y no teníamos calefacción, pues me esperé para nacer en mayo. En mi casa ya ni me esperaban. Cuando yo nací, mi madre no estaba en casa… Me dio de mamar la portera, pero me dio de mamar poco, porque la pobre ya no estaba ni para un ‘cortao’. Mi papá tocaba el tambor en la orquesta sinfónica de Londres. Vino corriendo. Vendimos el tambor a unos vecinos; el dinero que nos dieron lo echamos a una tómbola y nos tocó una vaca. La vaca la pusimos en el balcón para que tuviese la leche fresca y se ve que tenía un cuerno flojo, se asomó, se le cayó el cuerno a la calle y se le clavó a un señor de luto. Total, que el señor del cuernazo se murió y a mi papá le metieron preso y se escapó una tarde que no había taxis y dijo: ‘¡Estoy libre!’. En buena hora. Se le subieron ocho encima pensando que era un taxi y ahí murió, en el tumulto».
«Mi madre, viuda con 19 años, se vio obligada a viajar a Madrid para dar a luz en la casa de mis abuelos paternos. Trabajó como asistenta. Como tenía que amamantarme, me llevaba con ella. Me ataba a sus espaldas con una pañoleta y, arrodillada, fregaba los suelos conmigo en su grupa, como un pequeño jinete… Conoció a un hombre y se casó con él. Mis abuelos paternos, tal vez porque veían en mí la reencarnación del hijo que habían perdido, convencieron a mi madre para que yo siguiera con ellos. Me crié con ellos. Mi madre siguió viniendo a verme… En cada visita intentaba llevarme a vivir con ella. El nombre de mi madre era Jesusa y así la llamaba siempre. Por más que ella me decía: ‘Yo no soy Jesusa, soy mamá’. Pero yo repetía: ‘No, no. Tú te llamas Jesusa’».
… y en monólogo: «Me criaron unos marqueses riquísimos»
«Como éramos muy pobres, mi madre hizo lo que se hacía en aquella época con los huérfanos… Me metió en un cestito y me dejó en el portal de unos marqueses que eran riquísimos, tenían corbatas, tenían sopa, en la cisterna del váter ponían agua mineral… Yo sé que soy pobre, pero no lo puedo remediar: todos los años, por Navidad, le regalo a mi madre un abrigo de visón… y ella siempre me dice: ‘Pero, hijo, siendo tan pobre como eres, ¿por qué me haces estos regalos tan valiosos?’. Y yo le respondo: ‘Porque las madres se lo merecen todo’. Y la mía, más. Hay que ver lo que sufrió cuando se quedó viuda. Yo era un renacuajo y ella se dejaba las rodillas fregando pisos. ¿Cómo no la voy a tener como a una reina? Le compré un chalé. Y si alguna vez no pudiera comprarle abrigos y perlas, sería capaz de pedir limosna, que me da una vergüenza…».
«Vivíamos en una buhardilla. A mi abuelo le importaban tres puñetas los derechos del niño y me hacía trabajar con él después del colegio. Tapizaba sillones. Cuando mi abuelo me colocaba un sillón encima de la cabeza para que se lo llevara a alguno de sus clientes, me advertía de que no me sentara encima del sillón durante el trayecto. A los veinte minutos de andar con el sillón encima de la cabeza, se me empezaba a poner la cara morada. Descansaba un rato sentado en el bordillo de la acera y, cuando el pescuezo recobraba su longitud normal, me ponía de nuevo el sillón sobre la cabeza, ayudado por algún transeúnte, y llegaba a casa del cliente, donde su señora me daba una peseta y otro sillón con los muelles asomando con el que te3nía que volver a cargar».
… y en monólogo: «Mi abuelo inventó un colador para pobres»
«Mi abuelo era un sabio, era inventor. Había inventado una taza con el asa al lado izquierdo, para zurdos, y decía: ‘Para que no tengan que ir a desayunar al otro lado de la mesa’. Y también inventó un colador para pobres, sin agujeros, para que no se les fuera el caldo y mojaran pan. Después, quería inventar la radio en colores, y ahí ya… Estuvo en el balcón dos meses, con tres latas de pintura y una brocha, dando brochazos al aire y diciendo: ‘¡El día que agarre la onda…!’. Lo único que agarró fue una pulmonía. Cómo querían a mi abuelo en el barrio, la de gente que vino al entierro… le tuvimos que enterrar seis veces, la gente: ‘¡Oootra, oootra!’, y mételo y sácalo, parecía un bizcocho mi abuelo».
«Estaba destinado en el frente del Pardo y disponía de una bicicleta. Aprovechando la cercanía, cuando veía que me daba tiempo, agarraba la bicicleta para dormir en mi casa. El día de mi cumpleaños subí a la bicicleta y marché a celebrarlo, pero al volver a la mañana siguiente me dijeron que mi regimiento se había trasladado al frente de Guadalajara, así que fui pedaleando hasta Guadalajara. Llegué de madrugada, bajo una oscuridad completa. Vislumbré el fuego de una hoguera a lo lejos y me dirigí hacia él. Cuando llegué, descubrí a unos soldados sentados a su alrededor. Pregunté: ‘¿Sabéis dónde está el Quinto Regimiento?’. Como si se tratara de lo más natural, me dijeron: ‘Nosotros somos nacionales. Tu regimiento creemos que está por allí’. Y en la oscuridad me señalaron hacia el otro lado de la carretera. Yo, también con la mayor naturalidad posible, les di las gracias y me dirigí hacia donde me habían señalado».
… y en monólogo: «¿Es el enemigo?»
«¿Es el enemigo? Que se ponga… Le quería preguntar una cosa. ¿Ustedes van a avanzar mañana? ¿A qué hora? Entonces, ¿cuándo? El domingo. ¿Pero a qué hora? ¡Ah! A las siete. ¿De la mañana? Es que a esa hora estamos todos acostados. ¿No podrían avanzar por la tarde? Después del fútbol. Perfecto. ¿Van a venir muchos? ¡Hala, qué bestias! Pero esos son muchísimos. Yo no sé si habrá balas para tantos. Bueno, nosotros las disparamos y ustedes se las reparten».