
Jueves, 16 de Octubre 2025, 17:21h
Tiempo de lectura: 3 min
Trabajó durante casi siete décadas como secretaria en el bufete de abogados Cleary Gottlieb Steen & Hamilton de Wall Street, en Nueva York, «en una época —los años cuarenta y cincuenta— en la que las secretarias se hacían cargo de la vida de sus jefes, incluyendo sus inversiones personales», apunta su sobrina Jane Lockshin, que fue también su albacea, en The New York Times. «Así que, cuando uno de sus jefes quería comprar acciones, ella lo hacía por él y luego invertía una cantidad mucho menor de su propio bolsillo».
Bloom nació en Brooklyn en 1919. Hija de inmigrantes de Europa del Este, creció durante los terribles años de la Gran Depresión. Cuenta su sobrina que la mujer asistió a la escuela pública y estudió en la universidad en horario nocturno mientras trabajaba durante el día para que le llegara el dinero. Asegura también que la mujer siempre había lamentado no haber podido estudiar en la facultad de derecho.
No tuvo hijos y vivió con su marido Raymond Margolies, bombero de profesión, en su modesto apartamento de alquiler hasta que este falleció en 2002. Según Lockshin, ni él ni el resto de sus familiares supieron nunca que Bloom había acumulado aquella enorme fortuna con su humilde salario de secretaria. Ella mantuvo sus inversiones únicamente a su nombre.
«Nunca hablaba de dinero y nunca se dio la gran vida. No era nada pretenciosa», cuenta Hyams, un ejecutivo de recursos humanos de la firma en la que trabajaba Bloom. Pasó sus últimos años en una residencia para personas mayores y, cuando falleció, a los 96, tenía a su nombre más de nueve millones de dólares distribuidos en once bancos.
Su testamento preveía que parte del dinero lo heredaran familiares y amigos, pero ordenaba que la mayoría de la fortuna se destinara a becas para niños y jóvenes necesitados de fundación neoyorquina Henry Street Settlement. La suma, en su día, fue la donación más grande que un solo individuo había hecho al servicio social en sus más de 125 años de historia. Según explica su sobrina, «yo sabía que quería dejar la mayor parte de su patrimonio a obras benéficas y que tenía especial interés en becas para niños necesitados, pero la sorpresa fue enorme cuando empecé a revisar sus cuentas: en una casa de bolsa tenía tres millones de dólares, en otra un millón... Cuando terminé de reunir todos los activos, sumaban más de nueve».
Pero el caso de Sylvia Bloom no es la única historia altruista de esta dimensión que hemos visto en los últimos años. Ruth Levy Gottesman, una antigua profesora de la Escuela de Medicina Albert Einstein del Bronx, en Nueva York, protagonizó el año pasado una las donaciones más generosas de toda la historia del país: mil millones de dólares destinados a pagar la matrícula de los universitarios.
Ruth, que actualmente forma parte de la Junta Directiva de la universidad, llegó a la institución en 1986 para participar en programas de detección, evaluación y tratamiento para personas con problemas de aprendizaje. En aquella época, este tipo de dificultades normalmente ni se reconocían ni se diagnosticaban, por lo que la profesora desarrolló herramientas que han ayudado a decenas de miles de estudiantes durante todos estos años.
Junto con su marido David Gottesman, magnate de la industria financiera, empresario y filántropo neoyorquino con el que estuvo casada 72 años, ya había donado 25 millones de dólares a la escuela en el año 2008 para investigación de células madre y medicina regenerativa, entre otras cosas.
El empresario, que falleció en septiembre de 2022 a los 96 años, legó a su mujer una enorme cartera de acciones para que ella eligiera su destino y Ruth lo tuvo claro. Durante años, la profesora había entrevistado a cientos de jóvenes que querían estudiar en la universidad y sabía cuál era el problema: las cuantiosas tasas a las que tenían que enfrentarse. Ahora, la millonaria donación permitirá financiar las matrículas de los estudiantes de la Einstein a perpetuidad.