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El colapso de la salud mental en la infancia Entramos en dos hospitales de referencia Suicidios antes de los 12 años. ¿Qué está pasando y qué podemos hacer?

La pandemia ha quebrado a la infancia. Cada vez hay más intentos de suicidio en menores de 12 años. Niños y adolescentes no saben gestionar su malestar. Sus emociones desbocadas doblan ya las visitas a Urgencias por problemas de salud mental, y las unidades psiquiátricas de los hospitales están saturadas. Visitamos dos de ellas. ¿Qué está pasando?

Por Priscila Guilayn | Fotografías de Carlos Carrión

Sábado, 06 de Agosto 2022

Tiempo de lectura: 10 min

Con apenas 10 años, Alba intentó quitarse la vida. Sentía que a nadie le importaba, cada vez más sola. En el colegio le costaba relacionarse y, una tarde, víspera de un examen, discutió con unas compañeras y se bloqueó. Fue la gota que colmó el vaso. Halló por casa varias pastillas y se las tomó. Quería «desaparecer para siempre». Se lo impidieron sus padres, que la llevaron a Urgencias del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, en Madrid.

Casos como el de Alba son cada vez más frecuentes en nuestro país, donde ni siquiera había especialidad en Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia hasta hace un año. Fue precisamente en 2021 cuando se dispararon las urgencias (105,2 por ciento más que antes de la pandemia), sobre todo por riesgo suicida y trastornos de alimentación. Se trata de pacientes en riesgo vital a los que no se puede mandar a casa. Pero como las unidades de hospitalización de Psiquiatría están saturadas, los niños permanecen en Urgencias o Pediatría a la espera de que otros jóvenes reciban el alta y se libere alguna cama.

«Desde la pandemia hay una explosión –afirma Rodrigo Puente, coordinador de la Unidad de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre, en Madrid–. En 2019 ya se produjo un gran incremento de casos, pero la crisis de la covid catalizó ese avance, que ha sido más intenso de lo esperado». Tanto que en 2021, ante el aluvión, tuvo que acondicionar una planta con 24 camas, siempre ocupadas, para hospitalizar a adolescentes.

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Camas siempre ocupadas. Montserrat Graell, jefa del Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Niño Jesús, en Madrid, lleva casi 30 años trabajando con niños y adolescentes. Desde que empezó la pandemia, la hospitalización de menores de 12 años por problemas de salud mental ha crecido un 50 por ciento. Las 31 camas con que cuenta el centro están siempre ocupadas.

El 65 por ciento de ellas las usan jóvenes que idearon o intentaron quitarse la vida y un 25 por ciento, adolescentes con cuadros de anorexia. La mayoría se autolesiona. «Los vigilamos, pero, aun así, se arañan o se golpean –revela Puente–. Pero no se trata solo de impedir que se autolesionen, sino de enseñarles a manejar el malestar de un modo diferente, saludable».

Entre los menores de 12, las autolesiones, al menos, no son tan frecuentes. Tampoco lo eran los intentos de suicidio, pero cada vez son más. «Los niños no piensan en la muerte como un adulto ni como un adolescente –explica el psiquiatra del 12 de Octubre–. La pueden entender como una salida, pero no irremediable. No manejan el concepto de permanencia de la muerte. A lo mejor piensan en reunirse con su abuelo que está muerto y luego, en su imaginación, que volverán».

'En 2019 ya hubo un gran incremento de casos, pero con la pandemia ha sido una explosión'

–Rodrigo Puente, psiquiatra–

A estas edades tan tempranas, el suicidio es la respuesta a una crisis momentánea. «En algunos intentos hay premeditación, pero no como un adolescente o un adulto –matiza Montserrat Graell, jefa del Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Niño Jesús, cuya unidad de hospitalización cuenta con 31 camas, también ocupadas–. Un niño pequeño no planea una ingesta de fármacos u otros métodos. Pero muchas veces ya venían pensando que, si él desaparece, su dolor también desaparecerá».

Esta tendencia entre los pequeños ha sorprendido a Graell, que trabaja con niños desde hace casi tres décadas. «Apenas veíamos intentos autolíticos en menores de 12 antes de 2019», afirma. En sus gráficas se observa, en dos años, un aumento del 49,4 por ciento en la hospitalización a esas edades y del 25,72 por ciento entre los 12 y los 17.

Episodios depresivos a los 8 años

«Los primeros episodios depresivos pueden surgir a los 8 o 9 años –afirma–, pero ahora se añade el riesgo de suicidio. Y llama la atención que estas conductas se den en menores de 12: son niños muy inestables emocionalmente que ya no soportan ese dolor. La pandemia ha aumentado la debilidad psíquica de la infancia».

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Iniciativa de urgencia. Rodrigo Puente es coordinador de la Unidad de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre, en Madrid. Ante el aluvión de casos por la pandemia, en 2021 abrió una planta con 24 camas para hospitalizar a adolescentes.

No ha sido fácil. En estos dos últimos años, una enfermedad nueva ha añadido estrés a sus mundos, les ha arrebatado a familiares, el trabajo de sus padres, la vida como ellos la conocían... Se han portado de maravilla, a pesar de haberse visto privados de quedar con amigos, de ver a los abuelos; pese a no saber, a temer y a sufrir un miedo silencioso que les ha ido haciendo mella. Por no hablar de chicos que ya vivían situaciones de violencia y abuso dentro de casa, hoy hundidos.

«La pandemia ha empeorado la salud mental en los menores, pero es una tendencia que venía agravándose en esta década: más cuadros de ansiedad y depresión, más autolesiones… –cuenta Graell–. Hay una gran vulnerabilidad a los eventos de la vida. Debemos preguntarnos si hay factores en nuestra sociedad o estilo de crianza que hacen emerger esta fragilidad».

El psiquiatra Rodrigo Puente cree que sí. A su entender, estos tiempos son un claro factor de riesgo. «Los 'padres' de muchos niños son ya los dispositivos electrónicos. Ante el malestar: 'toma la tablet', 've una serie'... Los niños necesitan autorregularse y hay que ayudarlos a entender qué sienten y cómo gestionarlo –dice–. En cuanto brotan, las emociones se desbocan y no saben identificarlas ni suavizarlas. Y como vamos tan corriendo no los ayudamos a comprender qué les está pasando».

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Vigilancia intensiva. Entre los menores hospitalizados en la nueva planta del 12 de Octubre, la mayoría de los pacientes son chicas. Son vigiladas desde esta sala para evitar que se autolesionen.

A veces no es difícil ver el desencadenante que los lleva a intentar quitarse la vida, aunque, cree Puente, quizá este no sea tan importante: «Lo principal es lo que estaba antes. Por qué para el adolescente ese suceso ha sido la confirmación del final». Y por no compartir ese sufrimiento, que no saben cómo afrontar, buscan una solución definitiva a un problema temporal.

«Muchos no pueden contar con los adultos. No han establecido relaciones de confianza con ellos por sentirse ninguneados, traicionados... Solos. 'Y si solo no puedo, pues me mato'», cuenta el psiquiatra, que asegura ver cada vez con mayor frecuencia cuadros de desesperanza.

«Es lo que más me sorprende hoy: la falta de sentido para vivir. Sienten un enorme vacío... Es algo muy presente entre los adolescentes que ingresan –añade Puente–. No son capaces de señalar un motivo, de ver el futuro, aunque para los jóvenes este no sea tan claro como para los adultos. Tenemos que trabajar con ellos para que vean más el presente y poco a poco construir su futuro, porque sin este es complicado engancharse a la vida».

Son, sobre todo, chicas. Siempre lo han sido. Entre los mayores de 12, representan el 70 por ciento de las hospitalizaciones psiquiátricas. Entre los menores, la demanda está más igualada entre niñas (52 por ciento) y niños. «En los últimos tres meses, sin embargo, ha crecido el ingreso de chicas en nuestra unidad. Puede superar ya el 85 por ciento, aunque no tenemos claro el motivo de esa subida repentina», afirma Puente.

'La familia es el lugar del niño. Este es el mensaje. Necesitamos que hable para conocer su mundo'

–Montserrat Graell, psiquiatra–

En la planta del 12 de Octubre, de hecho, donde hay 24 adolescentes hospitalizados en diez habitaciones dobles y cuatro individuales, cuesta cruzarse con un chico. Hay chicas con miradas extremadamente tristes, hombros caídos, cabeza sobre las manos; rodeadas por frases que escriben en los carteles que decoran los pasillos: «No esperes salir pronto, espera ponerte bien»; «No lo veas todo negativo, te hará más larga la estancia»; «Los amigos de verdad son los que están»; «Los malos pensamientos no son tuyos, son de tu enfermedad mental». Pero ¿por qué ingresan más chicas? Los cuadros que presentan son «más afectivos», explica Puente. Ellos consumen drogas y actúan de forma violenta, ellas sufren ansiedad, depresión, estrés postraumático… Ellas lo intentan más, pero ellos se suicidan más.

Son ellas también las que más trastornos alimentarios padecen: un varón por cada nueve mujeres. Cuando empezó la pandemia, de hecho, las hospitalizaciones por anorexia nerviosa subieron más del 22 por ciento. «Hacía años que no veíamos adolescentes con índices de masa corporal tan bajos y tanta gravedad física», cuenta Graell. A Urgencias empezaron a llegar adolescentes con bradicardia, baja actividad cardíaca, hospitalizadas de inmediato porque su corazón puede latir 30 veces por minuto, cuando lo normal sería 80.

Redes sociales y vulnerabilidad

Es lo que le pasó a Leire, de 15 años, metódica, con buenas notas, hija de abogados que la describen como una niña «de trato fácil». Durante el confinamiento, mientras sus padres teletrabajaban, Leire, que se veía «algo rellenita», se mantuvo ocupada: cocinaba recetas sanas para la familia y hacía ejercicio con tutoriales de YouTube. El verano siguiente, en la playa, sus padres descubrieron que había perdido peso y que, debido a la privación de alimentos, llevaba meses sin menstruar. Al llegar a Urgencias, su frecuencia cardíaca estaba muy baja.

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Motivar para vivir. Los menores hospitalizados en el 12 de Octubre escriben frases positivas en carteles que luego decoran los pasillos. Algunas de ellas son: «No esperes salir pronto, espera ponerte bien»; «No lo veas todo negativo, te hará más larga la estancia»; «Los amigos de verdad son los que están» o «Los malos pensamientos no son tuyos, son de tu enfermedad mental».

El caso de Leire comenzó como todos los de anorexia nerviosa: con una dieta. Y las redes sociales son un caldo de cultivo. Las adolescentes son bombardeadas por una abrumadora cantidad de posts, vídeos y aplicaciones sobre qué comer, qué ayunos hacer y cómo ejercitarse para alcanzar el cuerpo ideal. Lo que empieza con un cuidado físico se convierte en una hipervigilancia que desencadena un trastorno.

«En la anorexia, factores culturales como las redes sociales despiertan esa vulnerabilidad –explica Graell–. Los adolescentes están construyéndose a sí mismos, su identidad, sus valores. Están en plena evolución cerebral. Aún no saben quiénes son y se centran en la identidad digital: creen que es real, que les dará felicidad y les hará encajar. El reconocimiento social es importante, por eso se imitan unos a otros». Las redes, en todo caso, no son el villano. Solo amplifican esta vulnerabilidad. «Niños y adolescentes deben aprender, con la ayuda de sus padres, a regularse y a regular su tiempo en las redes. No pueden ser horas al día», advierte Graell, que añade la exposición personal en las redes como otro factor desestabilizante.

Ellos se suicidan más, pero ellas lo intentan más. 'Lo que más me sorprende es la desesperanza, el enorme vacío que sienten', dice Puente

Lo fue para Marcos. Pasó del colegio al instituto junto con buenos amigos que, de repente, dejaron de serlo. Se reían de su orientación sexual en clase y en directos en Instagram y grupos de WhatsApp. A sus 13 años, por vergüenza y miedo a ser regañado, no se lo contó a sus padres, que le habían regalado un móvil tras mucho insistir. Se enteraron del problema cuando Marcos ya no pudo más. Llamaron del centro para contar que pensaba quitarse la vida. Lo había escrito en una redacción.

El tiempo que pasó ingresado en el Niño Jesús sirvió para que sus padres trabajaran sus propias dificultades de comunicación y entendieran la necesidad de estar más pendientes de lo que pasa con su hijo en las redes.

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Secuelas pandémicas. Desde la pandemia, las hospitalizaciones de menores por problemas de salud mental han crecido casi un 50 por ciento. En estos dos últimos años, una enfermedad nueva ha añadido estrés a sus mundos, les ha arrebatado a familiares, el trabajo de sus padres, la vida como ellos la conocían...

«La familia es fundamental para la recuperación –afirma Graell, que añade que la fatiga pandémica y el exceso de tareas y exigencias han empeorado la comunicación entre padres e hijos–. Comunicarse con los adolescentes a veces no es fácil, pero los ayuda a modularse emocionalmente porque, por definición, son inestables. Necesitan a alguien que los guíe».

El secreto es no tirar la toalla. Ante el rechazo o las palabras agresivas del adolescente no hay que alejarse. Al contrario. Es ahí cuando más necesitan de sus padres: sienten ira, están confusos, tienen problemas con los amigos o no encuentran su lugar, su identidad, se comparan con los demás… «Al seguir intentando comunicarnos con nuestros hijos, el mensaje es: 'Estoy aquí para escucharte. Siempre voy a estar aquí' –subraya Graell–. La familia es el lugar del niño. Este es el principal mensaje. Además, necesitamos que hable para conocer algo de su mundo, que incluye su mundo digital. Si estamos presentes, nos enteraremos de un 20 o 30 por ciento. Si nos alejamos, no sabremos nada».

¿CÓMO AYUDAR A NUESTROS HIJOS A MANEJAR SU MALESTAR?

1

SALIR CON LOS AMIGOS

Las generaciones anteriores vivían en la calle con los amigos y resolvían sus relaciones entre ellos. Cosas de las que antes los padres no se enteraban, hoy se enteran e intervienen. Si los ayudamos sin que nos lo pidan, entorpecemos su aprendizaje.

2

GESTIONAR LO DIGITAL

Debemos enseñarles a manejarse en el entorno digital y ¡supervisarlos! Establecer controles, fijar tiempos para el uso de los dispositivos y charlar para que sean conscientes de que hay páginas que no deben visitar porque pueden ser nocivas para ellos. Es en la vida real donde aprenden a gestionar sus emociones.

3

¿ADOLESCENCIA PATOLÓGICA?

Estamos patologizando aspectos propios de la adolescencia. Detectamos algo y ya planteamos solicitar ayuda especializada. A veces, dejamos de tomar decisiones de padres por consultar a un especialista.

4

PACIENCIA

El pensamiento del adolescente es muy creativo. En ocasiones se les pueden ocurrir cosas muy interesantes, pero en otras nos pueden parecer tonterías. Pero no. Tenemos que escucharlos para que se sientan cómodos y nos las cuenten. De esas conversaciones surgen oportunidades para ayudarlos a modularse emocionalmente.

5

DECISIONES PARA LOS ADULTOS

No podemos delegar nuestras responsabilidades en nuestros hijos porque hemos elegido un estilo muy democrático de crianza. O porque queremos evitar dolores de cabeza por berrinches. Las decisiones las tomamos los adultos y nos hacemos responsables de ellas. No se puede perder la jerarquía: los niños y adolescentes la necesitan.

Etiquetas: salud mental