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Suicidio policial

'Yo intenté acabar con mi vida; ahora ayudo a otros agentes'

El suicidio es la principal causa de muerte entre las fuerzas de seguridad. En España, más de 450 agentes se han quitado la vida en los últimos 20 años; 40 en 2021. ¿Por qué? Hablamos con el exertzaina Alberto Martín, con policías y guardias civiles en busca de respuestas.

Por Fernando Goitia / Fotografía: Susana Girón y Carlos Carrión

Lunes, 28 de Febrero 2022

Tiempo de lectura: 9 min

Mi marido era guardia civil. Nunca traía el arma a casa, pero aquel día... la trajo». La mujer que habla es viuda desde hace tres años. Ella y su hijo de 20 años llegaron a casa 'aquel día' para asistir a la escena más terrible de su vida. La pistola a cañón tocante bajo la barbilla, la detonación, la muerte... el horror.

«Todo empezó por un desencuentro con un capitán –relata–. Compartió un día su problema con un compañero, pero este grabó la conversación y se la mostró a ese superior. A partir de ahí el acoso fue constante, le abrían expedientes por cualquier cosa. Y nadie lo apoyó. Acudió al psicólogo del cuerpo, en otra provincia ya que en la suya no había, y le dijo que como no había activado no sé qué protocolo no le atendía. Él, que era tan devoto del cuerpo: que si la divisa, que si el honor; ¡decía que estaba defraudando a la Guardia Civil! A mi hijo llegó a decirle: 'Cualquier día me quito de en medio', pero yo no lo oí, no supe percibir las señales… Hasta que 'aquel día', siete meses después de que todo empezara, se quitó la vida».

«Todo empezó por un desencuentro con un capitán –relata una viuda–. Siete meses después, mi marido se quitó la vida»

Hoy, su marido es apenas un número en la estadística del suicidio policial en España. Uno de los más de 450 agentes que se han suicidado en los últimos 20 años; 40 en 2021. Cifras que confirman esta profesión como una de las que tienen mayores tasas de suicidio. Es, de hecho, la principal causa de muerte en el gremio. Y no solo en España. El problema es global. En Francia, donde se quita la vida un agente por semana, los policías han llegado a salir a la calle para exigir al Gobierno más empeño en actuar contra el suicidio policial.

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De la desesperación a la solidaridad. «Mi cabeza me jugó una mala pasada e intenté quitarme la vida», cuenta Alberto Martín, antiguo ertzaina apartado del servicio tras sufrir un accidente que lo dejó una temporada en silla de ruedas. Tras aquel acto desesperado, su vida dio un giro total. «Decidí crear algo que a mí me faltó en aquel momento decisivo». Por eso fundó, hace cinco años, la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial.

La inmensa mayoría son hombres que se quitan la vida con un arma de fuego, la suya casi siempre. Aunque muchos cuya pistola les fue retirada por motivos psicológicos acaban por quitársela a un compañero y se suicidan incluso en comisaría. «El arma es un facilitador, un riesgo laboral para los policías, pero no es el único, tienen más factores de riesgo que otras profesiones», señala el psicólogo Daniel López Vega, presidente de Papageno, una red de profesionales dedicados a la prevención del suicidio y la atención a supervivientes.

Entre esos factores de riesgo figuran la propia naturaleza de la labor policial, con momentos de tensión extrema, estrés o convivencia habitual con violencia y muerte; las dificultades para conciliar la vida laboral (cambios de turno, guardias de fin de semana, jornadas nocturnas…), la movilidad geográfica, casi obligatoria para ascender; o esa exigencia social asociada a la profesión, tanto dentro como fuera del cuerpo, que dificulta a muchos mostrar debilidad. Son elementos que juegan en su contra cuando un policía tiene un conflicto con un superior o con un compañero, pero también si sufren problemas de pareja, pérdidas familiares, dificultades económicas, adicciones y otras situaciones susceptibles de afectar a la estabilidad emocional de cualquier persona.

«Cada uno de nosotros tiene pequeños pilares en su vida: pareja y familia sobre todo, pero también amigos, compañeros, trabajo... Y, cuando se derrumba uno de esos pilares, la probabilidad de una caída general se multiplica –subraya Fernando Pérez Pacho, psicólogo con más de 30 años de experiencia en suicidio policial–. El problema añadido es que a muchos policías con trastornos psicológicos, o simplemente tristeza, les cuesta pedir ayuda porque creen que perjudicará su carrera, que les retirarán el arma y todos se enterarán, que no están a la altura... Además, muchos no saben ni con quién pueden hablar».

Los cuerpos policiales, sin embargo, cuentan con protocolos de prevención de la conducta suicida, servicios de psicología y líneas de atención psicológica 24 horas. Medidas que celebran los sindicatos y asociaciones policiales, pero que consideran insuficientes. Y, sobre todo, mejorables.

La Guardia Civil, por ejemplo, cuenta desde 2002 con planes de prevención y, desde 2005, con un teléfono de asistencia psicológica. «Cualquier agente puede solicitar apoyo de forma confidencial», asegura el coronel José Antonio Montero, jefe del Servicio de Psicología, con 44 facultativos, guardias civiles todos, repartidos por España. En una organización con 74.868 efectivos, el servicio recibe una media anual de 240 llamadas.

Policía Nacional, por su parte, aprobó en 2020 un plan cuyo logro más visible es la activación, el pasado septiembre, de un Equipo de Intervención Psicosocial. En él, seis psicólogos, todos policías, atienden 24 horas «de forma confidencial», recalca su coordinador, el psicólogo Javier Jiménez, experto de prestigio en conductas suicidas. En sus cinco meses de existencia, el equipo ha atendido unas 400 llamadas en un cuerpo con 66.664 efectivos.

El problema es que no todos los policías conocen estos servicios. Y entre aquellos que los conocen muchos recelan de ser atendidos por psicólogos que son también policías. Así lo expresa un agente con 15 años de ejercicio al hablar de sus problemas psicológicos con XLSemanal. «Me separé de mi pareja a finales de año y sufrí una depresión muy gorda. Pasé unos días malísimos, sin comer, sin dormir, de esos en que no ves salida... Y me asusté», relata.

Recordó entonces dos casos cercanos de suicidio. «Una compañera y amiga que tuvo un problema laboral y era de esas personas que se lo 'comen' todo ellas. Y otro que, tras intentar matarse, le dieron de baja, le retiraron el arma, se reincorporó sin recibir apenas atención (que ya estaba bien, le dijeron), le devolvieron el arma y se suicidó». Condicionado por esos recuerdos, prefirió buscar ayuda fuera del cuerpo. «La sensación general es de que no te ofrecen solución ni tratamiento –dice–. Además, piensas que tus superiores se van a enterar, que afectará a tu carrera, que te retirarán la pistola y todos verán que algo te pasa... Así que preferí contactar con Ángeles de Azul y Verde, que tienen muy buena fama entre los compañeros».

La inmensa mayoría son hombres que se suicidan con su propia pistola. A veces, incluso en comisaría

Creada por policías y guardias civiles hace siete años, Ángeles es una red dedicada a promover el bienestar psicológico entre compañeros. «Nuestra asociación se basa en el apoyo entre iguales –explica su vicepresidenta, y policía, Mónica Blasco–. No somos un equipo de psicólogos. Somos compañeros que escuchan a otros compañeros. Muchos solo necesitan hablar con alguien que conozca el tipo de problemas que sufren. Ahora bien, si la situación requiere de algo más, los derivamos a un profesional».

Dice el agente con 15 años de servicio que solo de hablar con ellos por primera vez –«que alguien me escuchara»– ya empezó a mejorar. «Tienen disponibilidad inmediata, porque no necesitas ayuda una, dos semanas, un mes o tres después, cuando quiera que te dé cita un psicólogo, sino que la necesitas en ese instante», remarca.

Impulsados por una sensación de desamparo, en los últimos años han surgido varias asociaciones como Ángeles... y los sindicatos han abierto gabinetes de atención a sus compañeros. «Nosotros atendemos más de 300 llamadas al año», informa María José Sáez, coordinadora de SOS Jupol, servicio 24 horas de este sindicato. «Nosotros recibimos, al menos, una llamada diaria», añade Alberto Martín, presidente de la Asociación Andaluza Preventiva del Suicidio Policial, organización que él mismo fundó hace cinco años, poco después de, precisamente, intentar suicidarse. De haberlo conseguido, por cierto, no habría figurado en las estadísticas oficiales, ya que no recogen, como sí se hace en países como Estados Unidos, a expolicías o policías en excedencia.

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Esa voz al otro lado de la línea. El experto en conducta suicida Javier Jiménez coordina el Equipo de Intervención Psicosocial de la Policía Nacional, creado el pasado septiembre. Se trata de un servicio para atender a agentes que precisen ayuda psicológica. Cada llamada empieza siempre con una pregunta: «¿En qué te puedo ayudar?».

Ertzaina retirado tras 21 años de servicio, Martín ha conocido personalmente a diez compañeros que se han quitado la vida. Entre ellos, uno de los cinco que, como él, acompañaron a la familia de Miguel Ángel Blanco en los días previos a su asesinato por ETA en 1997. Fue el propio Martín, de hecho, quien llamó a la Audiencia Nacional desde el hospital para notificar el fallecimiento del concejal de Ermua. Mucho después de aquello sufrió una caída en un entrenamiento y, tras tres operaciones de espalda, acabó en una silla de ruedas. «Busqué entonces una solución eterna a un problema que, bien tratado, ahora lo sé, era temporal –rememora y, por si las dudas, aclara–. Vamos, que intenté acabar con mi vida». Pero sobrevivió. Y volvió a andar. Y se lanzó a crear lo que a él le hubiera gustado encontrar «en aquellos 20 minutos de incertidumbre fatal en los que hasta tu sombra te abandona».

Formada principalmente por policías, la entidad es una de las más activas en la visibilización de los problemas de salud mental del colectivo. Tanto que, en 2020, el Congreso, el Parlamento andaluz y la Diputación de Sevilla aprobaron sendas proposiciones no de ley instando a las administraciones a poner en marcha un plan de prevención elaborado por la propia asociación.

Sindicatos, asociaciones y agrupaciones de guardias civiles como AUGC, decana en el cuerpo, llevan décadas demandando más formación en salud mental –para mandos y agentes– y desterrar así prejuicios, ayudar a los policías a mejorar su propia gestión emocional o detectar señales de alarma en otros compañeros; también más investigación, más herramientas, más psicólogos...

El propio Javier Jiménez, coordinador del Equipo de Intervención Psicosocial de Policía Nacional, reconoce los méritos de las organizaciones. «A su presión debemos, en buena medida, los avances en esta cuestión», admite. Del otro lado, asociaciones y sindicatos celebran la aparición del equipo. «Está suponiendo un gran apoyo para muchos compañeros, pero hay que incrementar su número de facultativos», dicen desde Jupol. «Por fortuna, cada vez más mandos se implican y sienten una preocupación real por sus subordinados –añade la vicepresidenta de Ángeles de Azul y Verde–. Muchos se han puesto en contacto con nosotros al detectar agentes con posibles problemas».

«Buscas ayuda fuera del cuerpo por miedo a que se enteren los mandos, te retiren el arma y afecte a tu carrera», explica un agente

Uno de los objetivos de Jiménez es convencer a sus compañeros de que, aunque sean policías como ellos, pueden confiar en los psicólogos de su equipo. «Aquí ninguno tiene grado, categoría, cargo, ni estrellas ni distintivos ni uniforme. Todos somos facultativos, garantizamos la confidencialidad de las consultas y no tenemos por qué informar a ningún superior –subraya–. Ahora bien, si detectamos señales de que alguien se quiere matar, hacemos lo que sea necesario para evitarlo».

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Datos de pánico. En Francia, la situación es aún más alarmante. Allí se quita la vida un agente por semana, lo que ha llevado a que miles de policías se manifiesten por las calles reclamando una mejor atención psiquiátrica.

Tanto los psicólogos de Policía como los de Guardia Civil atienden, además, a compañeros y víctimas sobre el terreno. Son ellos, por ejemplo, quienes, en caso de homicidio o suicidio, hablan con las viudas y familiares; también quienes supervisan a agentes que han sufrido experiencias traumáticas. El propio Jiménez ofrece un ejemplo: «Dos agentes acuden a una llamada por violencia de género –relata–. Entran en la casa y los ataca un hombre con un cuchillo. El sujeto le clava a uno el arma en un hueso, el esternón; tiene suerte porque un poco más arriba y le corta la yugular. Al otro le raja la cara desde la boca hasta la oreja; queda con todo colgando. El primero, herido en el suelo, consigue finalmente disparar y mata al agresor. A partir de ahí todo son preguntas: ¿y si hubiéramos entrado de otra manera? ¿Y si hubiéramos reaccionado de otra manera? ¿Y si...? ¿Y si...? Son, además, sometidos a una investigación interna por usar el arma. E incluso a un proceso judicial... Yo llevo atendiendo tres años a un agente que ha vivido todo eso», revela.

«Cuidar de la salud mental es importante en cualquier profesión –incide a modo de conclusión el antiguo ertzaina Alberto Martín–. Mucho más en una en la que convives en primera línea con los problemas más graves de la sociedad, y ante los cuales se te requiere dar una respuesta casi quirúrgica. Por eso, y hay que dejarlo bien claro, hay que cuidar mucho mejor a los policías».

Etiquetas: salud mental