Revolución en los analgésicos: llega la suzetrigina
Revolución en los analgésicos: llega la suzetrigina
Viernes, 11 de Octubre 2024
Tiempo de lectura: 9 min
Se llama suzetrigina, pero no preguntes por ella en la farmacia porque el nombre acaba de patentarse y todavía queda un trecho para su comercialización. Sin embargo, bautizar una medicina es un paso importante. Y más aún cuando se trata, según los expertos, del analgésico más prometedor de los últimos treinta años.
Mientras una sustancia recorre el largo vía crucis de los ensayos en el laboratorio, las compañías ni se molestan en buscarle un nombre. Son cientos, a veces miles, las moléculas que hay que probar y descartar. A esta, en concreto, la etiquetaron VX-548. Y la empresa que la ha desarrollado (Vertex Pharmaceuticals) solo ha considerado que merecía la pena gastar la millonada que cuesta el branding (la creación de una marca distintiva para el producto) después de superar, en enero, los ensayos clínicos, esto es, en humanos. Es la famosa fase III (la última), infranqueable hasta la fecha para todas las compañías que han intentado sacar un analgésico que no esté basado en el opio y sus derivados (morfina, codeína, oxicodona…) en lo que va de siglo. El nombre elegido, suzetrigina, pretende ser una evocación subliminal: el prefijo 'suze' viene del inglés sooth, que significa 'aliviar'. Es lo que promete. El alivio del dolor sin provocar adicción. La expectación es máxima. Y más desde que la autoridad sanitaria norteamericana (FDA) le concedió en julio la condición de terapia innovadora. Esto acelera el proceso de revisión. En enero de 2025 se anunciará el veredicto, pero los mercados hacen cuentas y ya se especula con que la suzetrigina es un serio candidato a convertirse en el próximo blockbuster (los que alcanzan ventas por encima de los mil millones de dólares anuales) en un mercado global, el del manejo del dolor, que superó los 83.000 millones de dólares el año pasado y alcanzará en 2032 los 115.000 millones.
El dolor es un mal necesario que nos alerta de riesgos inminentes o daños en curso. Un mecanismo de defensa que hace que quitemos la mano de una superficie ardiente o que evitemos los golpes. Es una experiencia subjetiva, aunque se mide universalmente en una escala del 0 al 10. Cada individuo lo experimenta de forma única y tiene su propio umbral. El reto médico no siempre consiste en eliminarlo del todo, sino en hacer que la vida sea más llevadera cuando aparece. La suzetrigina convierte un dolor agudo de nivel 7 en un soportable 3. No está mal, pero tampoco es para tirar cohetes. Entonces, ¿por qué tanto interés? Hay dos razones. Y las dos son revolucionarias. Una: elimina las señales del dolor antes de que lleguen al cerebro, de este modo actúa sin afectar a los centros de recompensa, evitando así que el paciente corra el riesgo de quedar enganchado. Y dos: es un fármaco pionero en usar como diana el electroma (las señales bioeléctricas que recorren nuestro cuerpo, muy poco exploradas), lo que marcaría el inicio de una nueva era en la medicina.
Hace cuatro mil años que los sumerios nos dejaron escritas en tablas de arcilla sus recetas contra el dolor: si es moderado, la corteza del sauce (similar a la aspirina); y si es intenso, la amapola (opio). Este enfoque apenas ha cambiado desde entonces. Se prescribe la centenaria aspirina y sustancias que ya tomaban nuestros bisabuelos, como el paracetamol (en el mercado desde 1878) y el Nolotil (desde 1922). El último gran avance fue el de los antiinflamatorios no esteroideos, como el ibuprofeno, y data de los años sesenta… O bien, cuando el dolor se vuelve insoportable, se recurre a los opiáceos. Con sus riesgos consabidos.
La suzetrigina impide que la señal de dolor llegue al cerebro. Y lo logra a través del electroma –el mapa de las conexiones eléctricas de nuestro cuerpo–, tan importante como el genoma. Nuestras células se comunican con bioelectricidad.
Todo nuestro cuerpo está controlado por la electricidad. Una red bioeléctrica hace funcionar nuestro organismo y permite la comunicación entre órganos y tejidos, desde la actividad de las células hasta la contracción de los músculos. «Esta bioelectricidad no es diferente a la de un electrodoméstico, pero los voltajes son muy bajos: apenas 70 milivoltios (una pila AA tiene 1500)», explica Mustafa Djamgoz, del Imperial... Leer más
En 2017, la Casa Blanca declaró una emergencia de salud pública por la crisis de los opioides, que estaba matando a 91 personas cada día. Ese mismo año, Francis Collins –entonces director de los Institutos Nacionales de Salud (NIH)– convocó a los líderes de la industria para discutir estrategias contra la crisis. Sean Harper, exdirectivo en Amgen, recuerda que en la reunión había representantes de unas veinte de las principales farmacéuticas del mundo. Cuando Collins preguntó en qué estaban trabajando, la respuesta fue desalentadora. «Fue triste –confiesa Harper a Scientific American–. Había muy pocas compañías que estuvieran investigando algo nuevo, más allá de la consabida fórmula del painkiller basado en opiáceos». Y, para algunos laboratorios, el adicto no es un problema, sino un cliente que no puede prescindir de su producto, como refleja el enriquecimiento de la familia Sackler, propietaria de Purdue Pharma, conocida por comercializar agresivamente el Oxycontin. El verdadero problema surge cuando los pacientes, incapaces de costear los medicamentos, recurren al mercado negro, donde encuentran alternativas más baratas y letales como la heroína y el fentanilo.
La gran excepción era Vertex, cuyo enfoque es radicalmente distinto. Con sede en Boston, fue fundada en 1989, pero es casi una advenediza en un panorama donde manda la veteranía. La decana es la alemana Merck, que fue fundada en 1667; y otra germana, Bayer, registró la aspirina en el siglo XIX. Pero Vertex se ha convertido en una de las farmacéuticas más innovadoras gracias a la medicina personalizada. La revista Time la ha incluido entre las cien compañías (de todo tipo) más influyentes del mundo en 2024 por sus avances en las terapias basadas en CRISPR (el 'cortapega' genético). Pero, con la suzetrigina, Vertex ha dado un giro sorprendente. Esta pastilla no solo trata el dolor sin el riesgo de que los pacientes queden 'enganchados', sino que abre la puerta a toda una nueva rama de la medicina. Un cambio de paradigma basado en la manipulación del mecanismo vital menos explorado del ser humano: la bioelectricidad.
La medicina personalizada se fundamenta en la comprensión profunda de los tres sistemas que definen nuestra individualidad. El genoma, heredado de nuestros padres. El proteoma, el conjunto de las proteínas que se producen a partir de esos genes. Y el microbioma, esa vasta comunidad de microorganismos que habita principalmente en nuestro sistema digestivo. Estos tres sistemas interactúan para crear nuestra identidad biológica, que incluye la susceptibilidad de cada cual a las enfermedades o su respuesta a los medicamentos. Sin embargo, se había dejado de lado un cuarto sistema: el electroma, el mapa de las conexiones eléctricas de nuestro cuerpo.
La bioelectricidad es la forma en que nuestras células se comunican entre sí (véase el recuadro). Y el cerebro, por supuesto, no es una excepción. Imagina que te pinchas un dedo con un cactus. El estímulo lo captan las células de la piel, que lo transforman en una señal eléctrica que viaja a través de los nervios hasta el cerebro, donde se traduce en una sensación dolorosa. La idea es simple: cortemos el cable y que la señal se pierda en el sistema nervioso periférico antes de que llegue al 'ordenador central'. Es lo que ha conseguido Vertex. «En mis 24 años ejerciendo la medicina he visto de primera mano la necesidad desesperada de nuevas terapias no opioides para tratar el dolor. Hoy en día, demasiadas personas lo están pasando muy mal, lidiando con efectos secundarios negativos de las terapias disponibles o evitando los medicamentos por miedo a volverse dependientes», comenta Scott Weiner, líder de la investigación y profesor de Medicina de Emergencia en la Universidad de Harvard.
Pero ha sido una odisea. Una carrera que empezó en los años noventa, cuando se descubrió una rara mutación genética que se conoce como 'el síndrome del hombre en llamas'. Esta condición hace que el calor ambiental desencadene una vasodilatación exagerada de la piel de manos y pies, provocando un dolor intenso. Más tarde se descubrió otra mutación que causaba justo el efecto contrario. El portador era un joven pakistaní que caminaba sobre brasas y no sentía ningún dolor. En ambos casos, el canal afectado era el mismo: se llama Nav1.7 (Na de 'sodio' y v de 'voltaje'), y la industria farmacéutica se lanzó a por él.
«Era el santo grial. Tienes una proteína, la mutas y desaparece el dolor. Así que ese debe ser el objetivo. Numerosas compañías invirtieron mucho dinero en este esfuerzo, pero ninguno de sus compuestos tuvo éxito», relata Rajesh Khanna, farmacólogo de la Universidad de Florida. Vertex logró aventajar a sus competidores diseñando un sistema de cribado de alta velocidad para evaluar compuestos que interactúan con los canales de sodio (las pequeñitas puertas de las células que permiten que la carga eléctrica entre o salga). Este método le permitió probar y descartar miles de moléculas candidatas a una velocidad sin precedentes. Durante más de una década, la empresa se dedicó a este proceso de prueba y error. Esta estrategia de 'fallo rápido, fallo barato' dio finalmente resultado. Encontrar la suzetrigina ha sido como hallar una aguja en un pajar.
Otras compañías le pisan los talones. Y no solo se buscan nuevos analgésicos. El Imperial College desarrolla una investigación para el tratamiento del cáncer, y la Universidad de Mánchester estudia cómo los campos eléctricos pueden acelerar la cicatrización de las heridas. Por eso, muchos consideran que el electroma es una nueva frontera en la medicina.