Viernes, 19 de Septiembre 2025, 10:11h
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Nada más funesto que creerse alguien. Una manera de distinguir a los verdaderos sabios de los fatuos, los mercachifles, los tahúres y los embaucadores de toda clase y condición –que comienzan por estafarse a sí mismos– es que quien de veras sabe no se da jamás ínfulas ni reclama laureles o reverencias. Quien de veras sabe lo primero que tiene claro es que del vasto océano del conocimiento humano –que alcanza no sólo lo que está en los libros, sino lo que la vida enseña– con suerte y esfuerzo uno sólo puede llegar a abarcar, y siempre precariamente, una porción mínima. Piénsese, por añadidura, en todo lo que los humanos no hemos logrado desentrañar, y en buena medida no averiguaremos nunca. A partir de esa certeza, sólo llega a ser alguien quien acata con decoro su propia insignificancia.
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