Viernes, 27 de Septiembre 2024, 12:55h
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Es hora de preguntarse si una sociedad desarrollada y democrática, que genera la riqueza suficiente para que ninguno de sus habitantes deje de tener sobre la cabeza un techo digno, puede tolerar que haya tanta gente que no tiene cómo ejercer ese derecho y que ha de empobrecerse o apiñarse para que no le llueva encima. Es hora de plantar cara a los intereses, los cálculos y las torpezas que, sin importar el signo político que en cada momento gobierne, explican que en este siglo el acceso a la vivienda se haya vuelto cada vez más impracticable para cada vez más personas, incluidas las que trabajan, tienen un sueldo y antaño podían aspirar a ella. Alguien que afrontó la carestía de vivienda del pasado escribe sobre la imposibilidad contra la que hoy se estrellan sus hijos. Si algún asunto debe alarmarnos, es este.
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