Viernes, 28 de Octubre 2022
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Recientemente, tuve ocasión de conversar con la abogada Paula Fraga sobre la ‘abolición’ de la prostitución. Como otras feministas que se han revuelto contra la devastación antropológica (y profundamente misógina) que impulsan las leyes de ‘identidad de género’, Paula Fraga me merece una admiración y un respeto casi reverenciales. Son personas que hasta hace cuatro días gozaban del aplauso sistémico, que podrían haber mantenido (e incrementado) con tan sólo transigir con toda la bazofia del transgenerismo que postula la izquierda caniche al servicio de la plutocracia. Podrían seguir disfrutando de subvenciones a porrillo y del agasajo de todos los loritos sistémicos; y en cambio decidieron elegir un camino sembrado de abrojos, donde la estigmatización y el desprecio las asaltan en cada recodo, donde cotidianamente son insultadas y calumniadas por los lacayuelos del neoliberalismo woke. Estas mujeres como Paula Fraga, llamadas despectivamente terfas por la chusma sistémica, son las piedras gritonas del Evangelio (Lc 19, 40), que alzan la voz cuando otros, mucho más obligados a pronunciarse sobre la devastación antropológica que estamos padeciendo y sobre el sacrificio de tantos niños y jóvenes inmolados en los altares de una ideología mengeliana, callan ignominiosamente.
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