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François Poullain de La Barre Publicó ‘Sobre la igualdad de los sexos’, en 1673 El primer feminista fue un sacerdote

Aborrecía la autoridad y la intolerancia, polemizó, discutió y se enfrentó a las élites hasta ser desterrado y empujado más tarde al exilio. Escribió, en pleno siglo XVII, tres incendiarios tratados en los que defendía un trato de igualdad hacia las mujeres.  Casi lo paga con su vida, pero la propia Simone de Beauvoir supo ver en él al primer feminista de la historia.

Por Mara Malibrán

Viernes, 29 de Septiembre 2023, 11:55h

Tiempo de lectura: 6 min

Todo lo que ha sido escrito sobre las mujeres por los hombres debe ser puesto en cuestión, pues ellos son juez y parte». Esta reflexión no lleva la firma de una pensadora feminista, ni siquiera de una mujer. El autor es un sacerdote francés, Francois Poulain de la Barre, que en el siglo XVII escribió tres encendidas publicaciones en defensa de los derechos de las mujeres. La escritora Simone de Beauvoir, tres siglos más tarde, en 1949, lo rescató del anonimato y tomó prestada la frase para el ensayo que marca un antes y un después en la historia del feminismo, El Segundo Sexo.

Dudar es pensar

Poullain de la Barre (recreado en la ilustración de apertura a partir del único dibujo que se conserva de él) nace en París en 1647, en un ambiente burgués de fuerte tradición católica. La familia, como era habitual entonces, dispone que el niño se dedique a la carrera eclesiástica. Poullain estudia teología tres años en la Sorbona y se ordena sacerdote. Cuando abandona la universidad, en el París culto se debate con pasión la filosofía cartesiana, muy criticada por la Iglesia Católica. El método cartesiano, lanzado veinte años antes por René Descartes, pone patas arriba la manera de aproximarse a la realidad con su idea de someter a juicio todos los conocimientos.



El mundo responde a un orden racional, dice el filósofo francés, y para entenderlo hay que practicar la duda metódica. Cogito, ergo sum: pienso, luego existo. Dudar es pensar. Pensar es usar la razón. Francois la utiliza, aborrece la autoridad y la intolerancia, polemiza y discute, se enfrenta, tanto que lo destierran a una parroquia perdida al norte de Francia. Allí, estudia, medita y, finalmente, imbuido de racionalismo, escribe un ensayo en el que analiza la condición femenina bajo el prisma de la razón crítica cartesiana.

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El miedo a las mujeres. A la izquierda, edición original de Sobre la igualdad de los sexos, de François Poullain de La Barre, publicada en 1763. A la derecha: una ilustración de una representación de Las mujeres sabias, sátira de 1672 en la que Molière tacha de arrogantes a las mujeres interesadas por la cultura y la ciencia.

A lo largo de tres años, publica tres obras feministas: Sobre la igualdad de los sexos. Discurso físico y moral donde se ve la importancia de deshacerse de los prejuicios, (1673); Sobre la educación de las Mujeres para la conducta del espíritu en las ciencias y en las costumbres (1674) y Sobre la excelencia de los hombres, contra la igualdad de los sexos. (1675). Este último con un título deliberadamente irónico.

La mente no tiene sexo

De la Barre expone en su obra que la desigualdad y el sometimiento de las mujeres no obedece a ninguna ley natural de inferioridad biológica, sino que se construye a base de prejuicios. «Todas las leyes parecen haber sido hechas únicamente para mantener a los hombres en posiciones de privilegio», escribe, y a continuación afirma que la mente percibe las cosas del mismo modo, sea hombre o mujer: «La diferencia de los sexos no concierne más que al cuerpo, pues solo él tiene que ver con la reproducción; la inteligencia no hace más que dar su consentimiento, y lo hace en todas las personas del mismo modo, por lo que hay que concluir que no tiene sexo».

Las aristócratas cultas eran bastante radicales y, aunque minoritariamente, cuestionaban la autoridad de los maridos y reclamaban el acceso al mundo intelectual

Entonces, se pregunta, por qué incluso algunas mujeres piensan como los hombres que no están capacitadas, y responde: «¿Hay algo de todo lo que se enseña a las mujeres que contribuya a darles una instrucción sólida? Al contrario, parece que se ha resuelto darles este tipo de educación para aplacar su valentía, para opacar su entendimiento, para llenarlas de vanidad y banalidades». Ya que la educación, concluye, es la causa de la desigualdad, recomienda: «la mejor vía, la más natural para apartar a las mujeres del ocio al que se las ha reducido y de los inconvenientes que de tal situación provienen, consiste en proponerles el estudio, una de las pocas cosas en que ellas pueden ocuparse hoy. De esa manera sabrán, si no lo saben ya, que son tan aptas como los hombres».

Las rebeldes preciosas

Ese gran consejo de De la Barre, cultivarse para salir del sometimiento, es ya objeto de debate en el París culto del XVII. La alfabetización de las mujeres, en las clases pudientes y medias, avanzaba y gozaba del impulso de católicos y protestantes, en la idea de que para convertirse en una buena esposa y madre cristiana la mujer necesitaba saber leer.

El propio Lutero prometió a su mujer, Catalina de Bora, una recompensa si leía la Biblia entera. Sin embargo, a las mujeres se les impedía el acceso a las ciencias, a la cultura, y a cualquier posición que les permitiera distinguirse, como observa De la Barre, gracias a las ventajas del entendimiento. Sólo las aristócratas cultas, las llamadas preciosas, que se movían en los salones aristocráticos, eran la excepción de esa regla, pero sus actitudes, aunque minoritarias, eran bastante radicales, hasta el punto de que llegaban a cuestionar la autoridad de los maridos y reclamaban el acceso al mundo intelectual.

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Tertulias de élite. Liszt al piano, obra de Joseph Danhauser. Alrededor del compositor, sus amigos Dumas, Victor Hugo, Rossini, George Sand, Paganini y su amante Marie dAgoult.

Cuando De la Barre escribe, el preciosismo es un movimiento cultural que aviva la alta sociedad parisina. Surge, en un principio, como una respuesta culta a las formas ordinarias de la corte de Enrique IV, el primer rey Borbón, que, con su famosa frase «Paris bien vale una misa» y con el Edicto de Nantes, consigue imponer la coexistencia religiosa y poner fin a las luchas fratricidas entre católicos y protestantes. Las preciosas contribuyen al refinamiento de la vida social francesa, son ilustradas que se mueven con cierta libertad en los salones, y consiguen que en la llamada querelle des femmes, la cuestión femenina, las mujeres participen, ya que hasta entonces sólo lo debatían moralistas y teólogos.

Esta minoría de ilustradas padecen el desprecio continuado de los hombres, y la respuesta brutal de intelectuales, como Molière, que —en 1672, un año antes de que De la Barre escribiera su opúsculo feminista— estrena Las mujeres sabias, una sátira que tacha de afectadas y arrogantes a las mujeres interesadas por la cultura y la ciencia.

A las mujeres se les impedía el acceso a las ciencias, a la cultura y a cualquier posición que les permitiera distinguirse gracias a las ventajas del entendimiento

Como las preciosas, De la Barre, es un precursor de la Ilustración y del feminismo. A medida que se adscribe al método cartesiano, su fe católica decae. Regresa a París, y abandona el sacerdocio. Está en la capital francesa cuando Luis XIV revoca en 1685 el Edicto de Nantes, que permitía la libertad de conciencia y de culto desde hacia más de noventa años. El protestantismo se prohibe en Francia.

De la Barre había hecho ya pública su conversión al calvinismo. Teme por su vida. El exilio es la única salida. Huye a Ginebra y consigue la nacionalidad. Parece que se casó, tuvo dos hijos y se dedicó a la enseñanza, poco más se sabe de él, la historia le pierde los pasos, hasta que una mujer sabia le saca del olvido.


EL ESLABÓN MASCULINO

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Poulain de la Barre es pionero del movimiento feminista y la lucha por la igualdad de derechos. Pasaron más de cien años hasta que una mujer, francesa también, Olympe de Gouges, en plena Revolución Francesa, exigió —en la Declaración de derechos de la mujer y de la ciudadana— un sistema jurídico basado en la igualdad entre hombres y mujeres. De nada sirvió, la Revolución dio la espalda a las mujeres, no reconoció sus derechos de ciudadanía, y la cabeza de Olympe rodó en la guillotina. La inglesa Mary Wollstonecraft, en 1792, escribió Vindicación de los derechos de la mujer, donde en sintonía con De la Barre argumenta que la mujer no es por naturaleza inferior al hombre, sino por la educación que recibe. Habrá que esperar hasta finales del siglo XIX para que el feminismo surja como un movimiento social potente, el derecho al voto no se consiguió hasta bien entrado el siglo XX.


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