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Tu perro está tratando de decirte algo...
Tu perro está tratando de decirte algo...
Viernes, 14 de Febrero 2025, 10:16h
Tiempo de lectura: 8 min
Algo le pasaba a Bunny. La sheepadoodle (cruce de caniche y pastor inglés) acababa de volver de su paseo en Tacoma (Washington), pero, en lugar de echarse a dormir como de costumbre, estaba inquieta. Para la mayoría de los dueños de perros, esto habría sido el comienzo de una frustrante sesión de adivinanzas. ¿Hambre? ¿Más pipí? ¿Qué te pasa?
Pero Alexis Devine, su dueña, desplegó sobre el suelo una extraña alfombra erizada de botones que, al ser presionados, emitían palabras grabadas con su voz. Durante meses, Devine había entrenado pacientemente a Bunny para asociar cada botón con una palabra y cada palabra con una acción específica, presionándolos ella misma cada vez que usaba esas palabras al hablar con su perra. Y luego procurando que Bunny la imitase. Lo cierto es que Bunny había adquirido una destreza más que notable y era capaz de identificar muchas palabras sueltas, comandos sencillos… Pero lo que hizo aquella tarde fue asombroso. La primera conversación entre humanos y cánidos por medio de un interfaz de traducción. Bunny se acercó y presionó «enfadada». Devine le preguntó por qué. «Dolor», respondió Bunny. «¿Dónde te duele?». La perra presionó «extraño» y «pata». Al examinarla, Devine encontró una espina clavada en la almohadilla de su pata izquierda.
El vídeo de esta interacción se volvió viral en TikTok y lleva acumulados millones de visitas desde octubre de 2020. Desde que los humanos tenemos imaginación, hemos soñado con hablar con los animales. Y ahora, gracias a un simple dispositivo que cuesta 80 euros, parece posible. FluentPet, la empresa detrás de estos botones parlantes, ha vendido más de dos millones. Y la Universidad de San Diego está estudiando a dos mil perros en 47 países que los utilizan.
Los primeros resultados de la investigación son prometedores: el equipo del profesor Federico Rossano ha confirmado que los perros reconocen ciertas palabras. Esto ya es interesante, pero lo es más aún que algunos de estos canes hayan aprendido a realizar combinaciones de botones de forma no aleatoria. Y no solo eso: estas combinaciones no siempre imitan lo antes pulsado por sus dueños. Como en el caso de Bunny, son originales: esbozos de pensamiento que parecen haber discurrido por su cuenta. «Soy un científico. Sigo siendo escéptico –advierte Rossano–, pero he visto cosas que me convencen de que hacen cosas mucho más sofisticadas de lo que estamos dispuestos a creer».
De los dos mil perros participantes, unos 65 utilizan más de cien botones, aunque la media es de nueve. Bunny, con sus casi nueve millones de seguidores en TikTok, se ha convertido en una estrella. Maneja 105 palabras y, en sus mejores momentos (que algunos achacan al azar), da la impresión de que reflexiona sobre su propia existencia canina. «Yo perro», escribió una vez. «¿Perro por qué?». En otra ocasión, interrogada por su dueña, hizo una lista de sus fobias o, más bien, odios caninos: «pájaro», «agua», «pie»…
Pero, antes de que empecemos a imaginarnos discutiendo con nuestras mascotas de filosofía, conviene señalar algo: la mayoría de las conversaciones del experimento gira en torno a comida, paseos y rascadas de barriga. Para algunos, esto es una decepción. Para otros, como la doctora Alexandra Horowitz, experta en cognición canina, es una señal de que quizá estamos enfocando todo esto al revés. «Los perros ya hacen demasiado para acomodarse a nuestras vidas», señala Horowitz a The New York Times. «Siguen nuestros horarios, pasean con correa, tienen que pedirnos permiso hasta para orinar. ¿Por qué, además, necesitamos que hablen nuestro idioma?».
Asimismo, si nos fijamos, la mayoría de las conversaciones entre humanos tampoco es que sean mucho más sofisticadas. Solo hay que repasar los diálogos telefónicos con nuestros seres queridos. «¿Estás bien?». «¿Qué has comido hoy?». Como señala el Premio Nobel de Física Frank Wilczek, «si descontamos los pensamientos sobre comida y sexo, el flujo de nuestras ideas y el caudal de nuestra comunicación se reduce considerablemente».
Los escépticos dudan de que se puedan considerar conversaciones estas charletas; las consideran meras interacciones que llevan treinta mil años produciéndose. Al fin y al cabo, todas las especies han tenido que desarrollar la capacidad de interpretar las intenciones de otros seres vivos, ya sea para evitar ser devoradas o para formar alianzas. Los perros son especialmente buenos en esto: han coevolucionado con nosotros para leer nuestras señales y gestos, y casi siempre se hacen entender. ¿Añaden algo los botones a esta comunicación tan consolidada o son solo una forma de espectáculo, la última moda en la humanización de nuestras mascotas? «Hay quien dice que mi perro no entiende el concepto de 'amigo'», se defiende Christina Lee al hablar sobre Cache, su golden retriever, que es capaz de usar 130 botones. «Y pienso que bueno, tampoco lo entiende un niño... Simplemente ven a la misma persona dos veces en el parque y lo llaman 'amigo'. Pero hay gente que quiere que el perro tenga una definición de diccionario de lo que significa la amistad».
Los botones de FluentPet no son el único intento de tender puentes comunicativos con otras especies. Ari Friedlaender estudia el comportamiento de las ballenas en la Universidad de California (Santa Cruz). Para ello coloca en estos animales rastreadores, que recogen todo tipo de información, desde sus movimientos hasta la profundidad a la que nadan. Entre los rastreadores también hay un hidrófono para escuchar su canto y cámaras de vídeo. Friedlaender y su equipo suministran los datos que recaban a sus socios de investigación en el Earth Species Project, una organización que reúne a científicos que trabajan en inteligencia artificial, conservación y biología. El objetivo es crear un software similar al traductor de Google, solo que para animales. Y, a largo plazo, sentar las bases para un Internet que no solo descifre estos mensajes, sino que sirva de canal de comunicación bidireccional entre todo tipo de especies, ya sean humanos y ballenas, humanos y perros, o incluso ballenas y perros.
1. Se coloca un biorregistrador en el animal para capturar sus vocalizaciones, sus movimientos y su comportamiento. Se recogen datos adicionales como factores externos o el sexo del animal o si está sano o enfermo.
2. Los datos registrados se procesan con algoritmos de machine learning (aprendizaje automático). El proceso es similar al usado en el traductor de Google: encontrar patrones... Leer más
El proyecto combina múltiples tecnologías, incluyendo los transformers, la arquitectura que ha revolucionado no solo la traducción automática, sino toda la IA conversacional moderna: ChatGPT, Deepseek… La idea es detectar patrones en grandes cantidades de datos –en este caso, grabaciones de comunicación animal– sin necesidad de depender de reglas gramaticales, igual que un niño que aprende su lengua nativa sin tener ni idea de qué es un complemento directo.
Los transformers, en lugar de analizar gramaticalmente frases, trocean el texto en unidades más pequeñas llamadas tokens (que pueden ser palabras o partes de palabras) y estudian cómo se relacionan entre sí. Es básicamente un enfoque estadístico: observan millones de ejemplos y aprenden qué tokens suelen aparecer cerca de otros, qué patrones se repiten, qué combinaciones son más probables. Pues bien, esta aproximación más 'infantil' podría ser lo que necesitamos para avanzar en la comunicación animal. Sin embargo, los transformers también tienen sus limitaciones.
Un perro no estructura su comunicación solo con ladridos. Cuando quiere expresar algo, combina múltiples señales simultáneas: la posición de las orejas, el movimiento de la cola... Es un patrón holístico que incluye todo un lenguaje corporal que, por ahora, queda fuera del alcance de los investigadores. No obstante, en el futuro es posible que la fusión entre el procesamiento del lenguaje y las tecnologías de reconocimiento visual y gestual nos permita captar esta comunicación más compleja. Al final puede que la verdadera comunicación no esté en las palabras, sino en ese cruce de miradas en el que ambos, tú y tu mascota, sabéis exactamente lo que está pensando cada uno. Mi perro, por ejemplo, mira el cazo con el pienso que le acabo de poner, pero no lo toca; luego me mira a los ojos; a veces, refuerza su argumento con un ladrido suave. Es un ritual del que nunca nos cansamos. Y sé, sin necesidad de botones, lo que me está diciendo: «¿Y el jamón?».