El hombre que susurra a los leones
El mayor experto en leones del mundo, Tony Fitzjohn, tiene 75 años y un pasado turbio de alcohol y garitos. Sin embargo, desde la reserva de Kora, en Kenia, ha revolucionado la protección de animales en África. Un documental recupera su historia temeraria, apasionante... y un ejemplo de que la vida da segundas oportunidades.
Domingo, 19 de Diciembre 2021
Tiempo de lectura: 8 min
Lo gracioso cuando te ataca un león es que no te despedaza a mordiscos; te asfixia. ¡Con toda esa artillería y prefiere ahogarte!». Así recuerda Tony Fitzjohn, el legendario conservacionista británico, el ataque que casi le cuesta la vida. «Fue un macho adulto. Salió de unos arbustos y me tiró al suelo. Entonces puso mi cabeza en su boca y comenzó a apretar tan fuerte que me desmayé un instante... Recobré la conciencia y, desesperado, intenté escapar, pero no tenía fuerzas. Antes de volver a perder el conocimiento, vi que era uno de los nuestros, Shyman, el que me estaba atacando».
Fue otro macho, joven y mucho más pequeño, el que lo salvó de una muerte segura. «Freddie, al que había criado desde que era cachorro, se enfrentó a Shyman, que me tenía cogido por el cuello y me arrastraba». Lo entretuvo el tiempo suficiente para que llegase George Adamson, al que llamaban el Viejo, su mentor y su jefe en el Parque Natural de Kora (Kenia), que blandía un palo y gritaba a pleno pulmón. Funcionó. Fitzjohn tenía un agujero en la garganta tan grande como un puño, el león también le había arrancado una oreja, trozos de musculatura de ambos hombros y no seccionó yugular y carótida por milímetros. Tuvo que esperar durante horas a que llegase un médico en una avioneta. Bebiendo whisky porque no tenía analgésicos y tomando diazepam de uso veterinario. Tenía 29 años. «Fue el momento decisivo de mi vida. Yo había estado dando tumbos, pero me dije que, si sobrevivía, quería continuar el trabajo de George: rescatar animales salvajes y reintroducirlos en su hábitat. Y eso sigo haciendo hoy, con 75 años».
'El ataque fue el momento decisivo de mi vida. Había dado tumbos desde muy joven, pero supe que, si sobrevivía, quería rescatar animales salvajes y reintroducirlos en su hábitat'
Fitzjohn había llegado a África dos años antes como mochilero. Había dejado atrás un pasado de borracheras y peleas en Londres. «Soy huérfano. Me adoptaron un empleado de banca y una trabajadora social. Crecí en un suburbio de clase media. Era agobiante y estaba deseando escaparme. En 1971, me marché a Kenia en busca de aventuras». Surfeó, trabajó en clubes nocturnos, iba fumado o ebrio la mayor parte del tiempo y se enfrentó a un policía a puñetazos. Con el tiempo no solo se redimió, sino que fundó el primer santuario para rinocerontes; consiguió que dos antiguas reservas de caza, Kora y Mkomazi, en Kenia y Tanzania, respectivamente, se convirtieran en parque nacional; introdujo un programa que salvó de la extinción al licaón, el perro salvaje africano; y rehabilitó a cientos de leones procedentes de zoos o que habían sido heridos por cazadores. Un día se encontró con Joy, la esposa del famoso conservacionista George Adamson. «Mi marido necesita un ayudante. Al que tenía lo ha matado un león», le dijo. A Fitzjohn, que andaba de resaca, le pareció una buena oferta. Así llegó a Kora.
Fitzjohn, todavía hoy, parece un personaje de una película de acción de los años setenta. Un tipo duro, a lo Steve McQueen, que pilota una avioneta sin haber dado jamás una clase de vuelo y conduce un Land Rover destartalado que escupe una tuerca en cada bache. En cuanto a Adamson, «la primera vez que lo vi llevaba una lámpara de queroseno en la mano y con su larga barba parecía un profeta del Antiguo Testamento», recuerda Fitzjohn. Adamson era taciturno. Con la gente no tenía ni mucho ni poco de que hablar, pero su conexión con los animales era casi telepática. Adamson le preguntó a Fitzjohn cuánto tiempo podría quedarse, esperando que fueran un par de meses. «No sé, ¿diez o doce años?», respondió.
Estuvo veinte con él. Nunca recibió un salario. «Lo hice por el estilo de vida, por el privilegio de estar en un lugar tan hermoso y por pagar mi deuda con el mundo. Le debo todo a George. Todo lo bueno que hay en mí hoy procede de esos años con él y de su paciencia».
«Freddie, al que acogí de cachorro, me salvó la vida»
La vida en Kora era de un aislamiento abrumador. El campamento estaba a dos días de viaje de la capital, Nairobi, y las condiciones eran muy precarias. «Las autoridades eran hostiles a nuestro trabajo y el país estaba sumido en la confusión tras un intento de golpe de Estado. El pastoreo ilegal había acabado con la vegetación y los cazadores furtivos campaban a sus anchas para abastecer el comercio de souvenirs en Occidente y la medicina tradicional en Oriente».
Pasaban meses sin recibir visitas. «Toda nuestra vida giraba en torno a los leones: su salud, su supervivencia, su capacidad para volver a la naturaleza», explica Fitzjohn a la revista The Gentleman's Journal, que recuerda los viajes a por suministros, conduciendo con una mano en el volante y sosteniendo en la otra un porro o una cerveza. «Pero los bandidos no se metían conmigo. Y eso que aquello era el Salvaje Oeste, solo que con jeeps en vez de con caballos». Fue al regreso de uno de esos viajes cuando lo atacó aquel león. «Pensé: 'Mierda, se acabó'». Luego se enteró de que el animal se había vuelto loco por culpa de la carne de rinoceronte envenenada que dejan los furtivos somalíes. «¿Me estoy muriendo?», le preguntó a Adamson, cuando consiguió zafarse, en un estado de estupor, palpándose los huecos ensangrentados que habían dejado las dentelladas. «Lo más probable, pero te echaremos un vistazo», le respondió el Viejo.
«Mi vínculo más profundo fue con Freddie, el león que me salvó la vida. Nos lo entregaron de cachorro. Apenas tenía un mes. Lo encontró un guarda, que no vio a su madre y asumió que era huérfano. Tenía los intestinos parasitados por anquilostoma, un gusano que es el mayor asesino de animales salvajes. Lo llevé en el Land Rover a Kora, un viaje de cinco horas, tumbado en mi regazo, temiendo que muriera. Pero lo curamos. Freddie y yo nos enamoramos el uno del otro. Íbamos juntos a todas partes. Cuando se hizo adulto, dejamos que buscase su propio territorio. Me lo encontré varios años más tarde, en el Parque Nacional de Meru. Pero no salí del vehículo para saludarlo. Se había independizado, como hacen los hijos, y yo no debía interferir. Arranqué y me fui de allí llorando», recuerda en sus memorias.
Salvar rinocerontes con la ayuda de DiCaprio
En 1989, Fitzjohn dejó Kora. El Gobierno de Tanzania le había pedido que se hiciera cargo de Mkomazi, una extensión de tierra baldía, arrasada por los pastores de ganado e infestada de furtivos y bandidos. «Tardé cuatro días en llegar al lugar donde iba a instalar el campamento». Se llevó material de construcción y bidones de combustible. No había nada, ni siquiera caminos. Los hizo él. «Poco a poco, y por esas mismas sendas, volvieron los elefantes».
Aprendió a volar. «Me enseñaron unos colegas, por las bravas. Te ponías a los mandos de la avioneta y procurabas no cagarla. La navegación era complicada. No había GPS y no teníamos mapas. Pero si has sido capaz de que no se te caiga el trasto al suelo, te las apañas para orientarte». Decidió que su objetivo serían los rinocerontes. En 1980 había más de diez mil en Tanzania. En 1985 quedaban 25. Contra todo pronóstico, Fitzjohn consiguió crear un santuario. Entre otras organizaciones, lo ayudó la Fundación Leonardo DiCaprio.
El gobierno tanzano expropió su parque en 2019. «Da igual. tengo solo 75 años. Yo me siento joven para empezar de nuevo»
Un día volvió a Kora para ver qué tal le iba a Adamson. Pero, cuando llegó, le informaron de que había sido asesinado por una banda de ladrones somalíes. Su muerte agravó el problema de alcoholismo de Fitzjohn. Unos amigos lo llevaron a una clínica de rehabilitación de Minnesota. «Me cambió la perspectiva. Aunque aprender a comportarme me llevó bastante tiempo. Pero entonces conocí a la que sería mi mujer, Lucy, y tuve una oportunidad de comenzar de nuevo y hacer las cosas bien». El matrimonio ha tenido cuatro hijos: Alexander, que hoy tiene 25 años; Jemima (23); y los gemelos Imogen y Tilly (21). Pasaban la mitad del año en el parque y la otra mitad en un internado inglés. En 2006, la reina concedió a Fitzjohn la Orden del Imperio Británico.
Pero el Gobierno tanzano, que ha visto como su mayor fuente de divisas procede del turismo y los safaris, expropió el parque en 2019. Fitzjohn tuvo que marcharse. Con la pandemia, solo pudo llevarse un tractor y un todoterreno. Todo lo demás lo perdió. «Da igual. Solo es chatarra. Y yo me siento joven para empezar de nuevo». Este año ha vuelto a Kora, cuando se cumplen 50 de su llegada. Está empeñado en restaurar el parque con la ayuda de su hijo mayor. Ya han geolocalizado los senderos, reparado las pistas de aterrizaje e inspeccionado sus rincones por tierra y aire. Fitzjohn reconoce que le falta una pizca de valor para volver a empezar con los leones, pero lo va a intentar con leopardos, guepardos y rinocerontes. «En su momento era un trabajo imposible, quizá lo sea hoy también. Pero siempre me acuerdo de lo que me decía George cuando algo parecía irrealizable: 'No pienses. Pon un pie delante; luego, el otro...'».
-
1 Así se rodó Ben-Hur: las carreras –y otras 'épicas' anécdotas– que no se ven en la pantalla
-
2 La salvaje vida de la millonaria que se operó para parecer un felino y dilapidó 2500 millones de dólares
-
3 Las fábricas de patriotas: los niños soldados del primer mundo
-
4 «He tenido que cumplir 92 años para que se acuerden de mí»
-
5 El pelícano que se creía humano: la historia de Ndagabar, tan sociable como tu perro