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Espido Freire El camino en primera persona «Me sumergí en mis recuerdos y recuperé un trayecto de la infancia»

Bilbaína del 74, Espido Freire llevaba con ganas de hacer el camino desde tiempos de la universidad. Lo hizo, en 26 días, en 2008. Para ella fue un viaje a los orígenes familiares que quedó incluso plasmado en uno de sus libros. Nos lo cuenta.

Texto y foto: Daniel Méndez

Martes, 14 de Junio 2022, 11:00h

Tiempo de lectura: 2 min

«Hice el Camino en 2008, desde Roncesvalles hasta Finisterre, en 26 días, que no está mal. ¡También tenía 30 años!». «Lo hice en septiembre; para mí, el mejor momento. Aún no hay lluvias ni temperaturas muy frías en Navarra o Galicia. La zona de Castilla fue la más dura: pega mucho el sol. Pero en septiembre es tolerable. Y me había preparado caminando antes por Madrid. Iba con el calorazo del verano y mis botas puestas. ¡Un poco ridículo!».

«En mi entorno había apuestas sobre si acabaría o no. Pero sabía que podría. Y si no, no pasaba nada. No se trata de batir un récord, sino de vivir la experiencia y ser bona fide, tener una cierta bonhomía y ayudar al otro. Aunque fui así educada, no soy creyente».

«En el Camino algunos buscan una experiencia espiritual; otros, deportiva... También hay historias conmovedoras: gente que busca cumplir una promesa o paliar un dolor. Recuerdo una pareja que había perdido a su hija. Hacían el Camino para compartir algo juntos, más allá del dolor. Hablamos mucho. Lo hacían con una disciplina y una dignidad enormes».

«Desde que era cría, la gente tiende a contarme sus historias. Y ya como escritora, con más razón: sienten que te regalan un testimonio». «Hacer el Camino tenía para mí el sentido de recuperar un trayecto de infancia: el que hacía de niña desde Euskadi hasta Galicia, que sigue la ruta hasta Santiago. Yo buscaba sumergirme en los recuerdos, y aunque llegué a Santiago y seguí hasta Finisterre, para mí el final fue al llegar a la casa de mis abuelos, en una aldea por Oza de los Ríos, cerca de Betanzos. Allí estaban casi todos mis primos y mis tíos y estuvimos recordando otros peregrinajes de mis familiares»

Qué me traje del camino

«Material, nada. De hecho, dejé la mitad de lo que llevaba por el camino. Me traje, sobre todo, una sensación muy peculiar: tener más claro quién era yo, que era algo que se había desdibujado en el paso de mi primera juventud a la edad adulta. Y yo, que soy agnóstica, me traje una lección también: que no puedes controlarlo todo. Y que, ocurriera lo que ocurriera, yo podía sobrevivir».