
Viernes, 26 de Septiembre 2025, 10:09h
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Había soñado «que estaba en el escenario del Teatro Campoamor, vestida con una bata blanca y tenía a la Sonora Matancera detrás de mí». Lo soñó Celia Cruz cuando era una cantante de 25 años, delgadita, alegre y animosa. Se había hecho un sitio en Radio Cadena Suaritos a golpe de ganar humildes concursos radiofónicos. Por el primer triunfo recibió un pastel; luego vinieron una cadenita de plata, 15 pesos… y así, premio a premio, se asentó en la radio. Y ya cantaba entonces, acompañada por el grupo de explosivas bailarinas Las Mulatas del Fuego, en algunos garitos de la Habana, pero la orquesta Sonora Matancera –la más popular de Cuba–... eso eran palabras mayores.
Pocos días después del sueño recibió la llamada del empresario Rafael Sotolongo y le contó que la cantante que acompañaba a la orquesta de sus sueños, la portorriqueña Myrta Silva, se marchaba a su país. Y que la querían a ella.
Era junio de 1950. Se levantó, nerviosa, para acudir a la emisora Radio Progreso y conocer a los músicos de la Sonora Matancera. Su madre la estaba esperando con un cafecito con leche bien cargado de azúcar, como a ella le gustaba. Su madre fue su gran apoyo, su mentora, mientras que a su padre no le gustaba el faranduleo del mundo de la música, donde las mujeres «perdían la decencia». Al llegar a la emisora, «el primero que me encontré fue el que sería mi futuro esposo, Pedro Knight», recuerda Celia en sus memorias Mi vida (Ediciones B).
Aquella orquesta, aquel hombre y el '¡azúcar!' fueron esenciales en su carrera triunfal. Con la Sonora Matancera cantó durante quince años. Con ellos salió de Cuba –con destino a México el 15 de julio de 1960– y arrancó un exilio que fue una herida supurante durante toda su vida.
Celia decidió combatir la pena de no poder regresar a Cuba tras el triunfo de la Revolución y la perpetuación de la dictadura de Fidel Castro con música y alegría. Fue en un restaurante cubano de Miami donde le preguntaron que cómo quería el café y ella respondió: «Chico, lo quiero ¡con azúúúcar!». Aquella respuesta impulsiva hizo reír al resto de los comensales. Celia se dio cuenta de que así pulsaba el botón del jolgorio y lo adoptó como signo de identidad. Su '¡azúcar!' sobre los escenarios agitaba los cuerpos, disparaba las caderas y los pies del público. Ese grito es el marchamo de Celia Cruz.
La Sonora Matancera, formada por diez músicos cubanos –«mis hermanos protectores», los llamaba ella porque espantaban a los 'babosos'–, la catapultó como cantante. Juntos actuaron en Cuba y en el extranjero. Su etapa con la Sonora Matancera «fue recibir una cátedra diaria sobre la música cubana. Sin ellos no estaría donde estoy», reconoce en sus memorias. Además, uno de los trompetas era «su negro», Pedro Knight, con quien estuvo casada 41 años; «mi Perucho», «la luz de mis ojos», «mi cabecita de algodón». El amor de su vida. Su viudo.
«¿Quién lo hubiera imaginado?». Lo repitió muchas veces al recordar su carrera. Ella, «una negra feíta» con voz potente, pero que al principio cantaba tiesa como un palo (su tía Ana le gritaba «menéate»); nacida en una casita del barrio habanero de Santos Suárez en octubre de 1925 (se cumplen ahora cien años); la segunda de los cuatro hijos de Simón, fogonero del ferrocarril, y de Catalina, ama de casa, llegó bien lejos en la música, tanto que incluso es la reina de un género nuevo: la salsa.
Se sorprendía Celia de sus logros: cinco premios Grammy; varias Estrellas de la Fama (una en Hollywood); homenajes brindados por las grandes estrellas de la música latina; tres doctorados honoris causa; varias películas (una de ellas con Antonio Banderas); dos telenovelas mexicanas; una calle en Miami; la National Medal of Arts, la máxima condecoración que puede recibir un artista en Estados Unidos; incluso le han puesto su nombre a un asteroide…
Y hay mucho más. Ha colaborado con Benny Moré, Josephine Baker, Agustín Lara, Tito Puente, Armando Manzanero, Lucho Gatica, José Feliciano, Paquito D'Rivera... Y también con David Byrne y The Talking Heads, Luciano Pavarotti o James Brown y BB King, con quienes compartió conciertos míticos.
«Celia es la canción. Está a la altura de Bessie Smith y de Billie Holiday, más allá de Ella Fitzgerald y de Nina Simone», dijo de ella su compatriota Guillermo Cabrera Infante.
Con la salsa –un invento nuevo tejido con lo viejo– se encumbró Celia. En 1969 la visitó en Nueva York (donde vivió casi toda su vida) el músico dominicano Johnny Pacheco. En su orquesta convivían dominicanos, cubanos y puertorriqueños, «tocaban música tradicional bailable cubana a la que añadían su propio sabor. Necesitábamos una palabra para reunir esos ritmos», explicó Celia; porque «los jóvenes hispanos no sabían distinguir entre el merengue, la bomba, la guaracha o el guaguancó». El término 'salsa' –con el que no todos estuvieron de acuerdo– fue un denominador aglutinante. «La música cubana renació en el extranjero bajo el nombre de 'salsa'», según Celia.
Con la orquesta de Pacheco y el sello Fania All Stars (una especie de Motown latina) se esparció el nuevo género y atrajo a los jóvenes: si la actuación era de salsa acudían; si se anunciaba como música cubana no iban, contaba Celia. «Y como yo era la única mujer en la agrupación la Fania me coronaron como reina de la salsa», explicó.
Se sentía afortunada. Aunque nunca superó el dolor del exilio: no le permitieron viajar a Cuba en 1962 a despedirse de su madre, moribunda. Detestaba a Fidel Castro: «el diablo», lo llamaba. Antes de salir de Cuba coincidió con él una vez cuando Castro fue a verla actuar en La Habana. A Celia le dijeron que Fidel la quería saludar y que le gustaba mucho su canción Burundanga. «Si le interesa conocerme que venga él», dijo altiva. No se movió del escenario. No se saludaron.
A Celia Cruz Cuba le dolía. «Aprendí a convertir mi llanto en canción», dijo. Y se vistió de colores, con llamativas pelucas, con vistosos zapatos de tacón (que compraba a medida en México). Y gritó '¡azúcar!' (símbolo de su Cuba del alma y también tormento de su marido, que era diabético). Y convirtió su vida en un carnaval, como dice una de sus canciones; y su funeral, en 2003 (con carroza y caballos blancos), colapsó Miami. Acabó como una reina.