Los dos esperaban ese momento cada día. El semáforo, más tiempo en rojo que en verde, les permitía intercambiar algo más que un saludo antes de que Sofía continuase la marcha. Cuando Carlos divisaba el Corsa rojo de Sofía en la cola, echaba a correr hasta alcanzarlo. Ventanilla bajada y caminando a la par, charlaban. Los días de tráfico fluido Sofía no paraba.
Aminoraba y depositaba unas monedas en la mano abierta de Carlos al pasar. A veces Carlos faltaba a su cita. Sofía se preocupaba. «No te vi ayer…» El semáforo cambiaba a verde y ella no se movía hasta que Carlos se explicase. Aguantaba bocinazos e improperios de otros conductores. «Tuve que trabajar», le contestaba. «¿Y el colegio?» Carlos se encogía de hombros y extendía la mano. Sofía dejaba en ella las monedas y, cabreada, les dedicaba una peineta a los de atrás. «¡Cómo un crío de diez años deja de ir al colegio por trabajar!», mascullaba. Carlos vivía en las chabolas de la Conservera, al principio del Puente Pasaje.
Su madre, de poco más de veinte años, acababa de tener un bebé. Era un niño feliz. Adoraba a su madre y a su hermana. Y a veces, solo a veces, también iba al cole. Sofía le había cogido cariño y en ocasiones le dejaba algún paquetito para el bebé. Reducía la marcha cuando pasaba a su lado y sacaba por la ventanilla una bolsa de pañales. Carlos la cogía al vuelo. Por el retrovisor, le veía sonreír y agitar la mano.
Las obras en el Puente Pasaje acabaron por eliminar el semáforo del cruce y no se volvieron a ver. En la portada del periódico de un martes cualquiera, treinta años después, Sofía leyó en el titular: «El último poblado chabolista de A Pasaxe». La fotografía mostraba a un hombre moreno con una mirada que le resultaba familiar. Lo acompañaban dos niñas pequeñas. En la entrevista, pedía para él y su familia una casa que le permitiera continuar con su pequeño negocio familiar en las ferias. No necesitaba gran cosa, solo que fuese digna. A Carlos se le veía feliz.
María Jesús Martínez. Informática. 58 años. Oleiros.