Los «troll» de los conciertos

AL SOL

Benoit Tessier | REUTERS

La música en vivo está llena de personajes molestos

19 ago 2024 . Actualizado a las 15:56 h.

Un concierto es un punto de encuentro de un montón de personas unidas por la música y el deseo de ver a un artista. Pero en ocasiones, el disfrute se ve quebrado por comportamientos que dificultan esa armonía. Unos dicen que se debe a que la música se ha banalizado. Otros, que se ha convertido en un acto social donde lo que suena es secundario. Hay también quien opina que el narcisismo de las redes sociales ha convertido esos eventos en un decorado sobre el que inflar egos. Y no debe dejarse a un lado la simple falta de educación y civismo. Sea como sea, estos actos suelen ser un incordio y definen al troll de conciertos. Hagamos un repaso.

La pandilla que se cuela porque sí. Un clásico. La gente espera horas para tener un buen sitio. Y, de pronto, aparece un grupo que se mete cogido de la mano a cinco minutos de empezar el recital. ¿Su meta? Llegar a la primera fila como sea. Les da igual todo lo demás. Tiran adelante. El problema es cuando la cadera se estira y empiezan los tirones. Al final, el hecho de que se descuelgue la persona (en ocasiones fingiendo dolor) es culpa de los que acudieron temprano y no de los caraduras que se ponen a serpentear de esa manera.

Las cotorras. No es cuestión, por supuesto, de estar en silencio en un recital de música pop. Pero tampoco plantarse allí para parlotear totalmente ajeno al bolo, a veces incluso dando la espalda. Porque puede resultar de lo más molesto. Especialmente, cuando la vocecita en cuestión se mete en el oído del que quiere escuchar y termina sabiendo cómo le han ido las vacaciones el desconocido, los problemas con sus hijos o lo que paga de hipoteca. Y con un cabreo tremendo.

El que pide «su canción». Bien por fanatismo o bien por exhibicionismo, hay un tipo de asistente a conciertos que quiere que le toquen un tema que normalmente no se interpreta. Lo peor es que lo sabe, pero por hacerse notar se pasa todo el recital pidiendo a gritos la dichosa canción. Ojo, que no se encuentre con el siguiente personaje que entonces pueden dar la noche a todos.

El del «set-list». Hoy en día resulta relativamente fácil conocer qué repertorio lleva un artista en una gira. En muchos casos, incluso saber exactamente lo que va a tocar y el orden en el que lo va a hacer. Hay espectadores que prefieren obviar esta información para dejarse llevar por la narrativa de la actuación y disfrutar de la sorpresa. Pero igual que ocurre en el cine con el que cuenta el final, puede aparecer por ahí el listillo que va adelantando todos los temas, los bises que habrá y qué se tocará en cada momento.

El que vio al artista más veces. En lugar de disfrutar del bolo como los demás, se pasa todo el concierto haciendo comparaciones con anteriores actuaciones. «En el 2016 en Berlín me gustó mucho más que ahora». «En la gira del 2022 la banda era mejor». Y así hasta el infinito. Por supuesto en voz alta, para que se note.

El que retransmite el concierto. Más allá de grabar un vídeo del recital (a veces, especialmente en las primeras canciones suele ser un incordio) una figura especialmente molesta es el que piensa que es corresponsal. Empieza el bolo, engancha el WhatsApp y, tras ponerse a sí mismo sobreactuado a hacer una introducción, se lo retransmite entero a su familiar situado a cientos o miles de kilómetros de distancia. Suele hacerlo con el mismo celo de un cámara profesional para que no se pierda ningún detalle. Como te toque detrás de uno, lo mejor es desplazarte o acabarás intentando esquivar infructuosamente la pantalla todo el rato.

El que tira la cerveza. Sí, llega el momento de explosión en una actuación y, justo cuando todo el mundo se dispone a saltar, chillar y delirar, aparece el simpático que cree que lanzar el vaso de cerveza al aire es una idea estupenda para exteriorizar su locura. Cuando las gotas del líquido recalentado caen en tu cara la sensación de asco es indescriptible. ¿Será cerveza o será otra cosa?

El cachirulo sin camiseta. Aunque sea una figura mucho más habitual de los años ochenta y noventa, aún se puede ver por ahí a ese tipo musculado (nunca lo hará uno con barriga) que anda con el pecho al aire en los conciertos. No habría problema por su desnudez, sino fuera porque va restregando su sudor a todo aquel que roza con él.

Un círculo para la foto. Desde hace un par de años cada vez son más frecuentes los grupos de gente que se junta para hacerse una foto con el grupo tocando detrás de ellos. Lo que empezó con un selfie y basta, ahora ya es: «Oye, ¿nos puedes hacer una foto?». Y se va juntando gente que no cabe en el foco debido al poco margen de distancia. Empiezan entonces los empujones para hacerse sitio, creando un círculo a costa de otros asistentes, que verán turbada así su experiencia. Al final, ese estribillo que le pondría la piel de gallina se volatiliza durante todo ese proceso al pobre espectador que sufrió el recuerdo molón. Lo peor ocurre cuando el grupo ve la foto, creen que no quedó bien (o falta alguien en ella) y hay que volver a repetir la operación porque sin la dichosa foto el concierto no queda completo. Odioso.

Cantar otra canción. En el concierto de Ed Sheeran en Santiago un grupo de gente no tuvo mejor idea que, cuando el artista británico empezaba su tema, ponerse a berrear por encima de ella Insurrección de El Último de la Fila. Lograron que una buena parte del público girase la mirada a ver qué demonios estaba pasando. Su reacción, lejos de parar, fue cantarla con más ímpetu y más alegría. ¿Una nueva tendencia para grabar vídeos y colgarlos en las redes sociales? Esperemos que no.