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Artículo de opinión de Pablo Mosquera
24 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Llevamos más de un año con restricciones en uno de los Derechos Fundamentales. O visto desde el observatorio científico, en la colisión entre Derechos Fundamentales como son seguridad y libertad, se tuvo que optar por el primero a costa del segundo.
Y no ha sido fácil. Resulta muy complicado aceptar el sometimiento a las órdenes que se publican en el BOE restando capacidad de movimientos en una sociedad que tiene por habitual ejercer las libertades que constituyen costumbre, fuente de derechos y calidad de vida, en un mundo al que se le han borrado las fronteras físicas.
Pero algo hemos aprendido, durante este tiempo de confinamiento. Cualquier gasto que se haga para garantizar la salud es una inversión productiva y en asiento contable para la libertad, ya que la pérdida de la salud impacta en la libertad de hecho. Los recortes economicistas en el espacio de la salud -asistencia sanitaria integral- es un atentado a la escala de las libertades.
Tras el pánico del que pierde la salud y se ve inmovilizado en una Unidad de Críticos de un hospital, hay algunas experiencias que deberían ser transmitidas a modo de educación para la salud en una pandemia que se ha comportado como la más grave de las enfermedades sociales desde la Segunda Guerra Mundial.
Máxima confianza y esperanza en la actitud y aptitud del personal sanitario que nos cura y cuida. Los grandes héroes del 2020-21. Sus conocimientos y entrega a la causa para devolver la salud, debería no sólo aplaudirse. Justifica terminar con esos miserables e ineficientes contratos temporales que se han instalado en el mercado laboral. Si quieren recortar o precarizar, que lo hagan con los políticos, asesores, clientes partidarios y demás inútiles funcionales.
Cuando se está ingresado en una UCI da tiempo para pensar. No sólo en cómo hemos invertido nuestro tiempo vital. También es esa «desobediente chulería» de la que hacen gala en nombre de su libertad algunos niñatos o talludos. No sólo por la salud personal, también por la salud colectiva. Y es que las libertades exigen unos límites para garantizar la convivencia entre libertad individual y colectiva.
Si tenemos una persona muy allegada que se ha ido para siempre o la hemos visto sufrir en soledad, debemos convertirnos en paladines de la vacunación y rechazar que la política invada el territorio de los expertos.
Vuelvo al ejemplo de siempre. Si se me estropea un grifo, nunca llamaré al concejal, llamaré al fontanero. Y ya en el colmo de la indigencia cultural, usar la enfermedad social como arma arrojadiza para derribar gobiernos -del color que sean- es el núcleo intangible de la idiotez. Aun recuerdo como los de mi generación fuimos salvados mediante la vacunación contra la poliomielitis- ya no nos acordamos de aquel virus-.
En cuanto a los efectos sociales de la pandemia, ahí sí que los padres de la patria, en los Parlamentos, deberían constituirse en plenos monográficos para conocer y mitigar la pobreza, sin duda le peor lacra que coarta el ejercicio real de la libertad.