" Aguafuerte en gris". Fue el legado que nos dejó Nicolás Fernández Suárez del Otero. 513 páginas para 17 capítulos sembrados con cuidadoso vocabulario durante muchos años de trabajo literario. Justo en el momento que íbamos a presentar su obra en Castropol decidió quedarse dormido. Lo hizo en nuestro Cervo. Quizá por haber encontrado aquí el lugar más perecido a ese Castro Ferreira dónde transcurren los relatos; personajes, momentos y paisajes de su novela nostálgico costumbrista.
Nico inmortalizó la vida en una parroquia del territorio asturgalaico. Con todos los ingredientes del pasado siglo XX. El era un hombre que había enseñado a generaciones para que superaran los errores de una España atemorizada por el nacional catolicismo y por aquella "escuadra del cangrejo", con la que bravos paisanos ajustaron cuentas.
Los que más trataron a Nicolás se han quedado huérfanos de su conversación, erudita, sorprendente, afable, observadora. Como me decía Iban, su presencia en nuestra sociedad nada tenía que ver, ni con ALCOA ni con la hostelería. Era un libre pensador culto que había encontrado su lugar en nuestro lugar.
Su epitafio bien puede ser: Os dejo mi novela en compensación a la paz que he encontrado en esta costa al norte del norte. Pero sus personajes serán sombras que acompañarán los recuerdos de: Milagros, Fran, Quico, Pili, Iban y Quica. Quizá deberíamos compartir con las gentes de Castropol lo que nos dejó escrito.
Quien escribe hace un acto de generosidad. Comparte su mundo interno con el mundo externo por saécula saeculórum.