Xoán Guerreiro pinta para emocionarnos

A MARIÑA

PEPA LOSADA

09 nov 2022 . Actualizado a las 13:22 h.

Xoán Guerreiro Vázquez, de Xove. Amigo, compañero de algunas aventuras por tierras de vascos o en aquellas reuniones en el Café Gijón que nos citaba a la feria ARCO hace más de veinte años. Y por encima de todo admirado y ponderado pintor realista del que nos sentimos orgullosos tanto por su obra como por su trayectoria.

A veces cuando me coloco delante de una exposición que oye las campanas de la Catedral en la ciudad de las Murallas, mientras contemplo el discurso que el artista plástico me transmite, pongo mi mente en sintonía con esa filosofía que mantengo para ordenar mi pensamiento y el cúmulo de experiencias vividas propias de un gallego viajero hasta que regresé a la madre tierra-mar y el padre viento.

El 21 de abril de 1934 don Manuel Azaña pronunció en la Sociedad El Sitio de Bilbao una de las conferencias que siempre llevo conmigo: «Grandezas y miserias de la política». El gran intelectual nacido en la mítica Alcalá de Henares nos enseñó que la política como el amor no puede ser una profesión ya que es una facultad. A partir de tal afirmación que comparto, hizo una disertación en la que diferenciaba los estados anímicos de ilusión y emoción.

«El gran problema de la política es acertar a designar a los más aptos, los más dignos y los más capaces». En tal acierto están los espacios de la ilusión o la emoción.

Xoán Guerreiro lanza su mirada sobre los rincones más inauditos, algunos obvios para todos, otros y a pesar de estar allí presentes y pasar delante de tales repetidas veces, sólo llaman la atención de quienes tienen la vista conectada con un alma sensible, nostálgica, que se conmueve con detalles que superan con creces la rutina del paisaje o del bodegón sin pintar.

Las estaciones, los andenes, las líneas paralelas que son geometría en las vías del ferrocarril, y desde luego los paisajes a la ida o la vuelta del viajero, sin olvidar esos cielos plomizos que alrededor de una estación contribuyen a iluminar con presagios de ausencias tales lugares.

Las atmósferas creadas por Guerreiro son suyas, inconfundibles, núcleo intangible de su obra pictórica, como esos elementos que van desde los vagones de pasajeros o mercancías, las maletas prestas a marchar de las manos del viajero anónimo hasta los bancos para aguardar y desde luego los brazos de las farolas. Todo ello es material para construir hermosos bodegones a la espera de la figura humana que nunca llegará pero que se adivina como una sombra cercana.

Mi amigo Aventado captura los paisajes más inesperados. Lo hizo con un temporal en la playa mágica de Esteiro, por la carretera al llegar al cambio de rasante entre dos casas de indianos, en aquel paisaje ya fenecido desde el puente de Deusto, o en esa reflexión última de «La vida es eterna en cinco minutos». Ahí está precisamente la emoción. Lograr que los viajeros del tren se sientan como se sentía él...

Unas veces alegría, otras veces pena, pero ambas emociones, en todo caso la ilusión llegará por confundir los sueños con la realidad, o creer a modo de espejismo que todas las estaciones son iguales y conducen a las mismas calles, los mismos tejados, las mismas galerías. Tiene razón el librepensador de Xove. Y yo completo lo que dice. Pintar por estética es como hacer política para crear ilusión. Pintar por sentimiento es como hacer política para emocionar.

Guerreiro pinta para emocionarnos.