
Era un hombre fornido con el pelo color caramelo rizado. Al entrar en aquella cantina del Miramar o verle en la terraza oteando al horizonte de la Concha en San Ciprián, el visitante amigo de leer aventuras de mareantes, podía creerse que se trataba de un bucanero sacando agua del aljibe en el caserón que a modo de mesón daba comidas y habitaciones para huéspedes como los que llegaban desde Lugo en aquel coche de línea que comandaba Manuel Rodríguez, de Fazouro, Manoliño.
Marcelino disfrutaba con un título- Ferrol- de patrón que le permitía navegar de Bayona a Bayona por el norte, podía hacerlo también hasta el Mediterráneo, llegar hasta Génova. Era de una estirpe de marinos: Pepe, Anselmo, Joaquín, Tomás, y dos bravas mujeres hermanas. Manola y Dorita. Todos habían navegado a Vela. Hasta que conoce a la hija de Antonio Rey Rubal- Establecimiento de comidas y colmado con salón de baile en La Venta- y Dolores Camba, Esperanza, y se queda atracado marcando un hito en la hostelería del puerto de San Ciprián.
Había recogido el testigo que Jesús Bermúdez y Concha Rey -1950- le traspasaron y se lo trasladaría mucho después a Constantino Soto de la Roza Bella, O Manco, una vez que se le autoriza en 1957 construir la que será su casa al lado del Grupo Escolar Fernández Montenegro. Ahí en 1934 el discípulo de don Francisco Rivera Casás, desarrolla la mejor carta gastronómica Galaico-Cantábrica a base de pescados y mariscos procedentes de Os Farillóns. O los calamares que el mismo capturaba en su chalano al atardecer de septiembre con las poteras desde el Carreiro.
Hasta nos permitió descubrir el guiso de ballena a modo de tapa dominical y desde luego sus famosas empanadillas de perdices y codornices. Hubo unos años en que la fama de buena mesa en el Bar-Restaurante Mar de San Ciprián, justificó la llegada de viajeros, celebración de bodas y desde luego botaduras en los astilleros de San Ciprián, que lo mismo hacía buques para el cabotaje -San Estanislao- que toda aquella flota bonitera que propulsó el Decreto de diciembre de 1961 para renove de los viejos barcos comparados desde Galicia a los puertos vascos y que llegaron a ser más de treinta descargando bonito en las costeras veraniegas que tanto dinero dieron y que fue causa de la mejora en las casas de las parroquias de Cervo, cuyos dueños eran miembros de las tripulaciones que tras repartir el quiñón al iniciarse el otoño, celebraban una magnífica comida que preparaba Esperanza y su madre la señora Lola en el comedor de Marcelino.
Hasta que el banco Pastor se hizo cargo del espacio, aquella cafetería era punto de encuentro para tertulia con Marcelino, partidas de dominó y tute subastado, entre humo de las farias, olor a café y copas de buen coñac nacional. Aquel patrón no regresó como mareante de altura, pero daba el parte meteorológico a Lugo y lograba que los veraneantes acudieran al menos dos meses completos de vacaciones al puerto que por las noches vigilaba el Faro en lo alto de la Isla de la Atalaya.