Desde el siglo XIX hay un transporte colectivo de viajeros y para mercancías: ecológico, seguro y que se integra en el paisaje. Es el tren. Pero no me refiero al AVE, pues con su velocidad al servicio del tiempo elude parar en pequeños rincones de nuestra geografía. A partir de aquí me declaro devoto del tren sin pretensiones tecnológicas más allá de la seguridad y la comodidad para el viajero.
Por eso de mañana me planté ante la estación del FEVE en el puerto de San Ciprián. Día frío, húmedo y gris plomizo. Detrás del apeadero los restos del naufragio especulativo en forma de esqueleto ruinoso para dos edificios a los que llamaron pomposamente pasillo verde. Delante las ventanas del poblado aluminero de A Veiga desde dónde se pueden vislumbrar los trenes camino de oriente y occidente. Enfrente un recinto cochambroso que alguna vez sería estación, y que "luce" grafitis de pésimo gusto.
Nada más subir al trenecillo que parece, por su procedencia, salido de la chimenea aluminera, una revisora -Ana- me pregunta cuál es mi destino -Ribadeo-. Entablamos conversación pues se trata de una dama con al menos dos virtudes. Su familia es de Trasbar -parroquia de Castelo, Concello de Cervo- y defiende la historia, que fue y podría ser para un transporte que camina paralelo a la costa Cantábrica desde Ferrol hasta Gijón, entonando una sinfonía entre playas, puertos, rompientes, ríos y restos de algunos pinares. Se le ilumina la cara cuando reivindica conmigo acercar a los viajeros hasta Sargadelos y San Martiño, o incluso llevarlos a Mondoñedo y parar en Rinlo.
Me da una alegría cuando me confiesa que el tren viene a ser un tranvía para muchachos estudiantes, y así compartir el sueño de convertir este transporte en eje vertebrador en el futuro del puerto Alcoa cuando sea punto intermodal para un gran espacio industrial alternativo a la factoría.
Pasamos por esos hermosos puentes sobre el Xunco, Masma, Ouro y entre la sinfonía de playas desde La Marosa, Areoura y desde luego a la vista del Castro Celta de Fazouro. Le cuento como durante las décadas que se interrumpió la obra diseñada por el Directorio Primo de Rivera para unir Ferrol con Truvia con fines militares, nuestra juventud utilizaba el camino llano de la vía como autopista para bicicletas, hasta que en los años setenta se completó la inauguración del recorrido paralelo a la costa y entre medio de los Concellos Cantábricos en la antigua provincia de Mondoñedo.
En un momento determinado, quizá por el temporal de lluvia, sube como pasajero un hombre ataviado al estilo de aquella épica cinematográfica de una carrera llevada al celuloide como "aquellos chalados en sus viejos cacharros. Me encanta el éxito del Transcantábrico y Costa Verde. Dos hoteles de lujo desplazándose por la vía férrea. Parando en esa estación de Viveiro dónde les recibe mi amigo Jorge y su tienda-restaurante-bar repleto de hospitalarias delicadezas, que responde al nombre mágico de Clandestino. Pero el antes FEVE sólo es noticia por sus fracasos horarios o de mantenimiento. ¡ Que injusticia!. Para con el mirador más hermoso y cómodo que podemos disfrutar entre la Galicia Norteña y la Asturias Cantábrica. Me comprometo a viajar contándoles a los pasajeros aventuras de aquellos cazadores de ballenas, o patrones de goletas y bergantines.