Cuatro historias detrás del cáncer de mama, de sentir miedo a cómo decírselo a la familia

A MARIÑA

Soco, Merce, Pino y Dulce compartieron sus testimonios en Burela en la presentación de la nueva campaña de la AECC protagonizada por pacientes y familiares
18 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Coinciden en asegurar que Ignacio es «súper Ignacio», pero realmente a quienes no les falta la capa roja es a Soco, a Pino, a Dulce y a Merce. Las tres últimas son pacientes del oncólogo Ignacio Fernández Sobrado y ayer quisieron compartir sus experiencias, sus miedos y sus reflexiones en un acto organizado en Burela por la Asociación Española contra el Cáncer y moderado por Elena Santos, delegada local de la AECC. Sus testimonios acompañan a los de otros pacientes y familiares que protagonizan el vídeo y otras acciones de la nueva campaña titulada «Tomámolo a peito».
Con motivo del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, que se celebrará este domingo, 19 de octubre, la AECC recuerda que en el año 2024 en la provincia de Lugo 276 personas fueron diagnosticadas de esta enfermedad, 52 de ellas, menores de 50 años. La cifra la ofreció la delegada de la AECC en Viveiro, María Rolle, antes de proyectar un vídeo que emociona y que invita a reflexionar.
Sobre el impacto en la vida personal, familiar o laboral de quienes afrontan y conviven con la enfermedad se habló en Burela. «Cando me deron o diagnóstico, parouse todo». Es la primera reflexión de Pino Hernández Viñas cuando Elena Santos les invita a conversar empezando por cómo les impactó el diagnóstico y si se sintieron acompañadas por Oncoloxía. En el caso de Pino, reconoció que fue duro incluso antes de tener la confirmación, siempre con la incertidumbre de cómo se lo comunicaría a sus padres.
A pesar de los antecedentes que había en su familia, en el caso de Dulce María Cociña Neira, que entonces tenía 46 años, conocer el diagnóstico fue de gran impacto: «A miña nena enterouse canda a min. Veume saír chorando da consulta. Ela tiña oito anos e quedou moi impactada. Eso marcoume moito». Cuando llegó a casa sentó a sus dos hijas y les explicó la situación: «Mamá ten un cancro, pero non pasa nada. Romperon a chorar». Emocionada recuerda el temor a tener ya metástasis y el no saber si iba a poder criar a sus hijas. En su caso llevaba «desde abril esperando unha mamografía que nunca me fixeron ata que en outubro, o día do cumpreanos da miña filla, atopei o bulto». Ante esta situación sigue preguntándose cómo ante un volante para una mamografía de una mujer de 46 años el Sergas no reaccionó con diligencia para realizarle la prueba: «Ó mellor se me chamaran cando tiñan que facelo ó mellor non me tiñan que quitar o peito».
Falta de psicólogos
Socorro García Cuadrado recuerda que en su caso recibió atención sanitaria «bastante rápido», aunque echó en falta un psicólogo o una psicóloga en la consulta de Oncoloxía. La noticia le llegó con 60 años y con un hijo de 25. «Como llo digo ao meu fillo?», fue una de las primeras preguntas, preocupada también por el tipo de cáncer que era. «Aínda que levei todo o proceso bastante ben, a angustia máis grande foi cando empecei coa quimio», explica Soco, que vio como en una fase del tratamiento este le afectaba al corazón. «Nese momento, igual necesitaba que me dixeran algo, que me animaran», reconoce al tiempo que desvela otro mal trago: «O meu oncólogo [Ramos, do Oncolóxico] morreu durante o meu proceso».

Mercedes Bouza Rego también reivindica atención psicológica: «Botei de menos un psicólogo ao lado do oncólogo». Acudió a su médico el 31 de agosto de 2024 para una consulta y tras diez minutos de exploración le encontró dos bultos. «Tiven moita sorte con el. En catorce días chamáronme para unha mamografía» a la que le siguieron otras pruebas: «Noteime moi acompañada polo equipo de Oncoloxía e enfermeiría, pero non tanto con outros profesionais». «Foi un proceso duro, pero a día de hoxe non fun capaz de botar unha lágrima», reconoce.
Además de por la situación personal, en la que todas afirman sentirse muy arropadas por sus parejas, hijos, otros parientes y amigos, la enfermedad se enfoca diferente en el plano laboral.
Dulce, que trabajaba en un negocio pequeño, solo con su jefa, afirma: «Sentíame culpable. Eu non podía facer nada». Como funcionara y profesora de educación infantil, Soco reconoce que no tuvo problemas con la tramitación de la baja, pero no sin antes despedirse de sus alumnos explicándoles que necesitaba recuperarse. A Merce, que llevaba 24 años en la misma empresa, se le hizo duro coger su primera baja: «Esta semana hai un ano que estou sen traballar». Tanto ella como Elena, que compartió con ellas sus vivencias, reconocen que el cuerpo no responde como antes ni física ni psicológicamente. Para Pino, autónoma, también fue difícil parar: «Ao final tiven 3 anos de baixa. Ser autónomo e estar enfermo é moi difícil».
Acompañamiento
El acompañamiento y el apoyo familiar o de amistades es determinante también para acudir a consultas o a recibir tratamiento en Burela, Lugo o donde haga falta. «O meu fillo non era pequeno e o meu home estaba prexubilado e podía acompañarme», explica Soco. Dulce reconoce que, por las dificultades con dos hijas menores y un marido en activo laboralmente, viajaba sola a Lugo conduciendo su coche para recibir radioterapia: «No bus non podía ir porque, polo horario do cole das nenas, non me daba tempo a chegar á hora que me poñían para recibir a radio. Pedinlles cambio, pero só me cambiaron o último día».
«Cando me vin sen o peito foi o máis duro»
En la conversación se abordó cómo encajaron los cambios físicos tras el tratamiento. Todas admitieron que les afectó mucho, tanto en lo estético como en el cansancio o la pérdida de movilidad, y demandan más empatía social, más prevención y más cribados, también antes de los 50 años y para mujeres mayores. «Non me gustaba nada a sensación de pensar que lle daba pena á xente», explica Soco, que cuando acudió a la peluquería les indicó: «Díxenlles que me raparan e saín cunha perruca».
Merce se cortó ella el pelo —«O que levei mal foi o das cellas e pestañas»— y tuvo reacciones en la piel. «Mentaliceime de que tiña que cortar o pelo. Foi moi duro facelo para miña irmá e para Noelia», confiesa Pino: «Pero cando me vin sin peito foi o máis duro. Co tempo propuxéronme a reconstrución e acepteina».
Elena reconoció que «é un proceso moi duro de moitas emocións», pero con sus compañeras coincide en señalar la misma palabra: miedo. «Sintes medo e deste medo non hai escapatoria», apunta Dulce. «Sentín medo á dor, á metástase... Ese sensación de que tes unha lanza encima», afirma Soco.
«A palabra que o define todo é medo», explica Merce, que tenía miedo a afrontar los cambios físicos, a mirar por primera vez la herida. «Tiven moito medo entre que fixen a biopsia e me deron os resultados», afirma Pino, que reconoce que una fuerza interior le llevó a decirle al especialista: «Ti vasme curar e eu vouche axudar».
Dulce no recibió quimio, pero si vivió esa experiencia con su madre, «á que lle rapei a cabeza. Foi moi duro. No meu caso, o máis duro foi mirarme ao espello». El tratamiento de radioterapia a Dulce le afectó a la garganta, a la movilidad del brazo... Acudió a la unidad del dolor para sobrellevarlo, pero tuvo que pelear, y mucho, e incluso llegar al despacho de la directora del hospital para exigir rehabilitación.
Además del mal trago que es hacer frente a la enfermedad, coinciden en destacar los excesivos gastos en fisioterapia, cremas, gimnasio, viajes, material... que tienen que pagar los enfermos de su bolsillo.
Testimonios valientes que son una lección de vida de mujeres generosas que tuvieron palabras de agradecimiento por el trabajo y el asesoramiento de la AECC.