
El mismo día del otoño más triste. Dos almas se encuentran. Una viene a nuestra Galicia. Otra nos deja para siempre. Y como fondo siempre la mar. Esa que Jaime, hijo de San Román de Vilastrofe, veía desde su casa en Burela.
Ese puerto del que un día salió como tripulante de pesquero hacia El Gran Sol. Allá entre espumas y montañas saladas dejó a dos de sus hermanos. Fue el tributo de una familia de esta costa norte en la que se hicieron hombres a edades muy tempranas, para ocupar un espacio en aquellos ranchos de tablas en las que iba un colchón con hojas de maíz .
Todo se vuelve difuso
Dice Cunqueiro que «O océano é un animal que respira duas veces ao día». Seguro que tal mensaje este hombre mariñano se lo transmitió a sus hijos y a sus nietos. Por eso paseaba con Ramón, Nacho y Candela cerca de la mar. Pero también en aquella granja de su San Román, donde la leyenda cuenta como una Virgen del Pilar salió de las fauces de una ballena para quedar depositada en su iglesia parroquial
Estoy seguro que allá dónde esté, contará como en sus últimos días en Burela, tuvo la oportunidad de ver a la flota amarrada por un temporal del nordeste. Y es que por estas tierras, todo se vuelve difuso, como esa frontera entre vivos y muertos. Éstos al quedarse dormidos emprenden el viaje hacia las estrellas y alumbran cada noche de sus nietos.