Adiós Carlos Lago, descansa en paz

José Francisco Alonso Quelle
JOSÉ ALONSO OBITUARIO

VIVEIRO

J. A.

14 jul 2024 . Actualizado a las 13:58 h.

Enciendo el ordenador y mecánicamente poso los dedos en el teclado. El día amaneció encapotado, con este sol exhausto de julio que desfallece intentando disipar la bruma. Triste. Monótono. Perezoso. Cansino. De afuera llega un rumor creciente de los indianos que comienzan a tomar las calles de Ribadeo para asistir a la fiesta. En poco tiempo, ese mar de fondo se hará bullicio. La vida sigue ajena a la noticia que hace unas horas me sacudió, la muerte de un amigo: Carlos Lago.

A Carlos lo recordarán muchos en A Mariña, singularmente en Viveiro, donde vivió una intensa etapa de su vida. Les refresco la memoria: era aquel chaval coruñés pegado a un bolso de lona en el que cargaba su equipo fotográfico, y a Tom, un cocker negro de mirada tristona y seductora que siempre le acompañaba.

Como en este país enterramos muy bien, ahora sería el momento de contarles algunas anécdotas estimulantes de lágrima fácil que pusieran a Carlos por las nubes. No lo haré. De momento aún conservo la dignidad de no airear intimidades que a nadie más incumben. Como licencia para contextualizar, apenas les diré que en una casa localizada a unos metros de la mágica playa de Area vivió algunos de los momentos más felices de su vida, que tenía un corazón que no le cabía en el pecho y que era un ser de luz, un genio, y como tal, como es propio de los carácteres singulares, tan fácil de hacerse querer como, por momentos, difícil de soportar. Su fondo blanco e inocente también le valió a lo largo de la vida más de una falsa amistad, de arribistas aprovechados (y no lo digo como intimidad, sino para saldar alguna cuenta).

Así pues, me limitaré a escribir quién era Carlos Lago como fotoperiodista, en aquellos tiempos en los que -entonces sí- una imagen valía más que mil palabras, cuando se revelaba en un cuarto oscuro y se almacenaban los negativos en álbumes que aún hoy se apilan en un trastero de la delegación de La Voz en Viveiro, testimonio de un tiempo tan próximo y remoto a la vez. Entonces el fotógrafo era el hacedor de la única imagen que le iba a contar al lector lo que había pasado. Esa a menudo exclusividad le daba un enorme valor. Y la genialidad, la inspiración, el acierto lo realzaban. Carlos era una garantía para cualquier redactor. Siempre conseguía la foto, porque para él su trabajo nunca fue rutina. Cómo explicarlo: pensaba la imagen que después tomaba, dejando así su firma. Autodidacta, nunca dejó de innovar. Fue de los primeros en tener un teléfono móvil, un armatoste con el que ya siempre estuvo localizable (hace 30 años era un valor añadido enorme para un fotoperiodista) y un día nos sorprendió presentándose con un escáner de negativos que constituía un espectacular avance. Su carácter inquieto le llevó a buscar otros horizontes trabajando como freelance. Suyas son algunas de las mejores imágenes de la época gloriosa de Superdepor, que fueron portada de diarios nacionales.

Pero sobre todo, Carlos era un artista, dotado de una sensibilidad especial. Algunas de sus fotos cuelgan de las paredes de mi casa. Son poesías que descubría en los lugares más remotos, cuando su mirada se encendía al ver lo que solo él alcanzaba, un gesto, un  brillo, una luz... Entonces tomaba su cámara y disparaba congelando el tiempo desvistiendo la realidad oculta: olas que se arrastran dejando su huella en la playa de Riazor esperando la próxima sacudida que las borrará; una solitaria gaviota que planea sobre un cielo que sangra; un sol que se empeña en no morir; un anciano apergaminado apoyado en su bastón, abismado en su pelliza esbozando un asomo de sonrisa...

Tras una penosa enfermedad, Carlos se ha ido. Lo imagino saltando de estrella a estrella, descubriendo fotografías que solo él alcanza, con Tom, fiel, amigo, compañero, tras sus pasos. En la próxima vuelta lo haremos mejor Carlos, seguro.

Mi más cariñoso y fuerte abrazo a sus dos Cristinas, esos faros que iluminaron su vida.