El progenitor descubrió el rugbi enuna cafetería, dónde si no. Sus hijos han mamado la cultura oval desde niños y están decididos a seguir ensayando
28 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.El rugbi tardó en entrar en la vida de José Manuel Amor. El primer contacto llegó donde suelen producirse todas las cosas serias de la vida: en un bar. En su caso en Lugo, donde estaba germinando el EUITA. Un clásico del rugbi gallego que tuvo la suerte de contar con un pilier llegado de la península del Barbanza. Nos estamos yendo hacia 1987, cuando el rugbi champán dominaba las tardes de Estadio 2 y del Cinco Naciones a la vez a lomos de un extraordinario Serge Blanco y de la mejor línea de tres cuartos de la historia (Esteve, Paparemborde, Dintrans, Dospital y claro, pongámonos en pie, Sella). José Manuel comenzó de aquella en Lugo. Es curioso porque el rugbi, que tiene, o tuvo, su gran germen en las universidades, no ha podido en España vender algo que debería ser un motivo de orgullo. No hay muchos universitarios que jueguen al fútbol, al menos en los equipos que mañana paralizarán el país.
Sigamos con la trayectoria de José Manuel. O no. Hagamos un parón para explicar que en el rugbi hay un rebautizo. Todo aquel que ha tocado alguna vez un balón oval tiene que tener una apodo. En el caso de Juan Manuel es Poli, y no tiene nada que ver con el licenciado Rincón para retomar la analogía con el deporte rey. Sus hijos todavía son jóvenes para eso. A Juan Manuel se le escapó, entre susurros, que le llamaban Manolito. El del benjamín parece más claro, Javichín.
Bien. Como íbamos contando, Poli regresó a su tierra. Abandonó Lugo, pero no el rugbi. Allí estaba el Barbanza, equipo que tenía la sana costumbre de desplazarse de vez en cuando hasta estas tierras para perder contra Os Ingleses que, de aquella, no tenían ni dónde entrenarse (ya no digamos jugar) en Vilagarcía, aunque esa es otra historia.
Allá por 1994 , las ocupaciones profesionales llevaron a Poli hasta Euskadi. Y ahí aparcó el asunto del balón oval. Pero en el 2002 regresó y cayó por las tierras arousanas. A él el gusanillo aún le picaba y en Os Ingleses siempre hay sitio para un buen pilier , así que el matrimonio de conveniencia estaba hecho. Y duró hasta la campaña del primer ascenso a Primera Nacional. Ahí fue cuando Poli decidió pasar el relevo.
Pero el pilier se guardaba un as en la manga, un par de ases en realidad. A sus hijos ya les había picado el gusanillo, y cualquiera los frenaba, como a Lomuh (el jugador favorito de los tres) en sus buenos tiempos. Manolito juega de apertura y dice que su equipo favorito es Inglaterra. Javichín, a sus diez años, no tiene muy clara su posición en el campo pero sí una cosa fundamental: «Soy el capitán de los benjamines». A partir de ahí, Lomuh, Inglaterra, Nueva Zelanda o el rugbi champán que encandiló a su viejo todavía se la trae al pairo. El progenitor no oculta que está encantado de que sus hijos hayan decidido continuar practicando el deporte que tan feliz ha hecho a su padre. «Es un mito que el rugbi sea un deporte violento», responde Poli cuando se le cuestiona sobre la peligrosidad de que sus hijos jueguen a un deporte de contacto. «Es mentira. El rugbi es un deporte de evasión, no de contacto», afirma. Touchè , diría Serge Blanco.