Recuerdo como si fuera hoy las riadas de 2006. Son las ventajas, o no, de vivir a orillas del río del Con. Así que aquel día desde el primer momento lo vi crecer como a los coches nadar o a los patos gozar como si de Port Aventura se tratase hasta que, bien entrada la noche, una pala excavadora trasladaba en su cazo, en una estampa bien curiosa, a media docena de vecinos.
Por esos días, también Cee sufrió fuertes inundaciones, con causas y consecuencias muy similares a las de Vilagarcía. Entonces, mientras políticos y técnicos se devanaban los sesos sobre lo ocurrido, en la tele un anciano ceense, que tenía la experiencia de cómo había evolucionado urbanísticamente su pueblo, lo resumió perfectamente: «É que a xente esqueceu que a auga ten memoria».
Puro cajón. En nuestro caso llevamos casi 150 años -desde el mismo momento en que rellenamos las marismas- olvidando que, en efecto, el agua tiene memoria, a veces se diría que incluso rencor (y razón no le falta): el que quiera saber adónde llegaban las marismas solo tiene que observar el mapa de las inundaciones del 2006. Y el que quiera comprender por qué Rey Daviña se inunda cada dos por tres, solo tiene que recordar cuál era su antiguo nombre: la calle ancha del Río.
Poco antes de las inundaciones se había inaugurado el parque de Miguel Hernández. Y en él, entre otros muchos, está esculpido este poema del genio de Orihuela: En este campo / estuvo el mar. / Alguna vez volverá. / Si alguna vez una gota / roza este campo, este campo / siente el recuerdo del mar. / Algún día volverá.
Más claro, agua. Pero, visto lo visto, parece que ni de esta queremos aprender. Como decía mi abuelo, cuando andaba tentando a la suerte (yo, no mi abuelo): «Ti xogha, xogha...».