Comprar un piso en Vilagarcía

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la torre REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

Martina Miser

Hace 40 años, era casi imposible hacerse con una vivienda nueva o alquilar una digna

11 ene 2021 . Actualizado a las 21:37 h.

Hace 40 años, comprarse un piso en Vilagarcía era una quimera por una sencilla razón: no había prácticamente pisos en venta y los pocos que estaban en el mercado no es que fueran caros, es que era imposible comprarlos porque las hipotecas estaban a unos intereses estratosféricos y, además, era complicado superar los filtros que ponían los bancos para prestarte tanto dinero. La única solución era alquilar, pero en ese punto tampoco era fácil realizar una buena operación.

Mucho ha cambiado la situación desde entonces. En los 90, Vilagarcía conoció un boom inmobiliario sin precedentes en su historia; a comienzos de este siglo, se disparó su atractivo para los compradores de segundas residencias y ahora, tras una década de parón en la que no se puso una miserable piedra para construir nuevos pisos, retorna la construcción por donde solía y salen a la venta varias promociones que demuestran lo que desde Vilagarcía no se ve con tanta claridad, pero desde fuera se entiende enseguida: el atractivo de la Perla de Arousa como ciudad para vivir o para pasar en ella temporadas.

Entre esas nuevas promociones, me llama la atención una por razones sentimentales y porque permite explicar parte de la historia inmobiliaria de Vilagarcía. Se trata de las obras que comenzarán la próxima primavera en la rúa Otero Pedrayo, en lo alto de Os Duráns, para construir 12 viviendas, todas ellas vendidas a excepción de dos, con piscina comunitaria y un pequeño jardín privado en los inmuebles de la planta baja.

Pero trasladémonos al año 1981 sin salir de la calle Otero Pedrayo. Ese año llego a Vilagarcía de Arousa al día siguiente de casarme y alquilo en una inmobiliaria situada en el pasaje del edificio del Casino un piso de 90 metros cuadrados por 23.000 pesetas, es decir, casi el 40% de mi sueldo. Un piso que se anunciaba como a estrenar, con gas ciudad, nos dijeron, con preciosas vistas y calefacción en un inmueble de nombre sugerente, casi poético: Edificio Trébol.

No había mucha más oferta en alquiler para todo el año, así que tras firmar el contrato, comprar a plazos los electrodomésticos y el menaje imprescindibles en Cholín y los muebles de primera necesidad en Saavedra, entramos en el piso y descubrimos la cruda realidad inmobiliaria vilagarciana.

Para empezar, lo de que era un piso a estrenar era tan cierto que el inmueble ni tan siquiera contaba con licencia de habitabilidad. Por esta razón, no nos podían servir las imprescindibles bombonas de gas butano (lo del gas ciudad era una mentira surrealista que nos debieron de soltar en la inmobiliaria al ver nuestra cara de pardillos) y teníamos que ir a por ellas a El Hogar.

Para seguir, las prometidas vistas con encanto resultaron ser unas ventanas que daban a unos huertos. Eso sí, pronto descubrimos que desde el salón podíamos asistir a un espectáculo inusual: ver al alcalde de la ciudad, a la sazón Xosé Recuna, cortar leña en el patio de su casa. Una curiosidad que entretenía mucho a las visitas y que compensaba la oscuridad de la vivienda. La guinda de la desilusión o del engaño fue que la calefacción no funcionaba.

Aun así, aguantamos en aquel piso tres años, cosas de la edad: a los 24 años y tras recorrer varios pisos de estudiantes (en uno de Salamanca no teníamos frigorífico, pero congelábamos la carne en el alféizar de la ventana), aquel Trébol sin vistas, sin licencia y sin calefacción nos parecía un lugar habitable, casi acogedor, hasta que supimos que íbamos a ser padres y pensamos que sin calefacción y con la humedad de los huertos vecinos colándose por las rendijas, sería mejor alquilar otro piso más conveniente.

Seguían siendo los 80 y seguía siendo imposible comprar, así que comenzamos un peregrinar por pisos más céntricos y, ¡oh paradoja!, más baratos, de la calle Vicente Risco o de la avenida da Mariña. Y llegaron los 90, empezaron a levantarse edificios por toda Vilagarcía, bajaron las hipotecas y decidimos que había llegado el momento de comprar un piso.

No estaba mal el que ocupábamos en A Mariña. Su dueño nos llamó desde Madrid y nos pidió 20 millones. Aquello era una barbaridad a principios de los 90 y en Vilagarcía. Nos dio la risa, aunque lo disimulamos, y le sugerimos que a ese precio no iba a venderlo ni de broma. Al poco, compramos por la mitad en la plaza de Ravella y el señor de Madrid nos llamó para ofrecernos sus excusas y una sustancial rebaja.

«Perdonad, es que pensábamos con la mentalidad de Madrid, pero ya nos han informado de que en Vilagarcía, quienes manejan el mercado inmobiliario son los contrabandistas y que por eso los precios son muy bajos», se disculpó aquel señor y nos pidió creo que 10 o 12 millones, pero entonces ya era tarde. Era verdad que el blanqueo marcaba el mercado inmobiliario, y todos los mercados vilagarcianos, e influyó en el boom de la construcción, pero fueron las hipotecas fáciles y el atractivo de la ciudad la causa del despegue de los pisos. Después, la crisis lo paró todo y ahora, de nuevo, el mercado despega con un centenar de pisos en oferta y unas facilidades para vivir dignamente en Vilagarcía que no existían hace 40 años.