Tres en uno: Winston, sellos y literatura

Bea Costa
bea costa REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

MONICA IRAGO

La primitiva librería-estanco de Don Pastor, coetáneo y amigo de Valle-Inclán y Julio Camba, ha dado paso a una moderna franquicia en la que las letras de cambio resisten al empuje de las mochilas

03 dic 2021 . Actualizado a las 08:58 h.

El Espacio Lector Nobel de Vilanova no responde al perfil de la franquicia. Posiblemente haya otras librerías en las que los rollos de papel de regalo y el best seller del momento convivan con los paquetes de Marlboro y de Winston, pero seguro que ninguna con la historia de la de Don Pastor. El fundador del estanco primitivo sigue dando nombre oficioso a este negocio que ronda el siglo de vida, y es que Pastor Pombo Regás no fue un vecino más.

Coetáneo y amigo de escritores ilustres como Valle-Inclán y Julio Camba, por sus clases —era maestro— pasaron varias generaciones de vilanoveses y muchos más lo hicieron por su estanco, que acabó convirtiéndose en punto de provisión de periódicos, plumas, pizarrillos y de los míticos Celtas.

Fue tal la impronta que dejó este personaje, que al marido de su nieta —que acabaría recogiendo el testigo de la librería junto a Aurora Pombo— lo bautizaron en el pueblo como Don Pastor pese a llamarse José, y aún hoy es el día que muchos vecinos siguen refiriéndose a la moderna Nobel del siglo XXI como «la de Don Pastor». Consuelo Aurora, la bisnieta y cuarta generación al frente del negocio, está encantada de ser depositaria de esta tradición, pero hay que avanzar, y aquella pequeña librería necesitaba dar el salto para sobrevivir.

Del exiguo y vetusto local de treinta metros cuadrados situado en la plaza Josefina Blanco —a pocos metros de la casa museo Valle-Inclán— pasó hace doce años a un bajo de 180 metros cuadrados con sitio suficiente para exponer la última colección de mochilas, ojear las novedades literarias y hasta organizar presentaciones de libros. La modernidad pedía paso, pero en aquella mudanza maratoniana de la noche del 11 al 12 de diciembre de 2009 no quedó nada atrás. Con los libros y las libretas se embalaron los sellos y las cajetillas de tabaco, porque el estanco es un pilar fundamental de la empresa familiar, y allí sigue, en un lugar preferente, tras el mostrador y la caja. El papel timbrado y las letras de cambio se han convertido en una reliquia y los certificados médicos y de defunción ya hace años que se dejaron de despachar. Sellos aún se venden algunos, sobre todo ahora en Navidad, pues todavía hay quien se molesta en escribir una postal y pagar 1,50 euros para mandar unas letras y un décimo de lotería a la familia de Alemania. El Rey Emérito aún resiste en alguna estampilla, pero ahora es su hijo Felipe VI quien manda a la hora de poner timbre a las cartas que recorren el mundo.

MONICA IRAGO

Lo que no decae es la venta de tabaco, aunque los gustos cambian. Los habanos han dado paso al cigarrillo electrónico, a los vapeadores y a los Iqos (dispositivos de quemar tabaco que eliminan los efectos de la combustión y, por tanto, resultan menos dañinos para la salud). Fumar mata, reza en los paquetes, —desde luego no a las cuatro personas que trabajan en Nobel, ya que ninguna fuma—, pero los estancos tienen aún mucha vida por delante. El de Don Pastor sigue al pie del cañón con una fórmula que se ha demostrado exitosa. Quien va a comprar la cajetilla, a veces aprovecha y coge la prensa, se deja cautivar por la novela de su autor favorito o decide alegrarle el día al nieto llevándole un cuento o unas pinturas para garabatear.

Las dos patas del negocio se retroalimentan, y bien está, opina Consuelo Aurora, que creció tras el mostrador y ahí sigue, 25 años después. Ni la pandemia pudo con ellos. La librería-estanco no llegó a cerrar ni en los momentos más complicados, aquellos en los que hubo que blindar las estanterías y servir el género casi desde la puerta. Toca seguir trabajando con mascarilla y parapetados tras pantallas de metacrilato, pero el espíritu de Don Pastor sigue guerreando.

Nobel se ha convertido en la única librería de Vilanova, después de haber habido cinco en los mejores tiempos. La competencia es grande, desde las grandes superficies y desde Internet, pero cuentan con el aval que supone tener una clientela fiel. Entre ellos no faltan esas sagas familiares que llevan años veraneando en As Sinas y en O Terrón y que, medio siglo después, siguen comprándoles las revistas y el diario.

La librería de don Pastor está en la memoria colectiva, y también en la olfativa, pues los más veteranos aún recuerdan aquel dulzón que desprendían los postres que la tía Concha hacía en la trastienda. Era una época en la que el negocio entraba en casa y viceversa y en la que ir al estanco se convertía en un pretexto para echar una parrafada. Hoy todo va más deprisa, pero Consuelo y Eulogio saben cuidar las buenas costumbres.