Quienes tratábamos a la bruja de Os Duráns y a la meiga del Callejón no sabemos de miedo
22 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Ya está aquí el Curtas, el festival que más miedo da… Bueno, dará miedo en Santiago o en Vigo porque lo que es en Vilagarcía, ya estamos hechos al terror desde hace mucho. Que te llegan cuatro modernos, te cuentan que esto va a ser la capital del Samaín de Galicia y nosotros vamos y nos lo creemos para darle emoción a la cosa, pero ni «hordas de monstruos tomando las calles al son de músicas y bailes», ni «cena terrorífica» ni el «colofón muy particular de un desfile de la Santa Compaña» nos estremecen.
Como idea está bien y como pretexto para salir a la calle a divertirnos, nos parece de perlas, de perlas de Arousa… Quizás a los más jóvenes les entre un poco de yuyu con eso del Samaín Arrepiante, con el ejército de payasos tomando las calles céntricas, el poblado zombi, la familia Adams y El Fantasma de la Ópera. Guay, estupendo, ¡qué miedo! Pero quienes peinamos canas hemos conocido la Vilagarcía que daba miedo de verdad y todas estas movidas teatrales y peliculeras nos dibujan en la cara un rictus no de pavor, sino de escepticismo autosuficiente. «A vosotros os quería ver yo en Bamio, en A Illa o en Os Duráns hace nada», pensamos cuando pasan los mozos y las mozas dando gritos disfrazados de zombies, esos bichos modernos que no dan miedo ni a los niños pequeños. A nosotros, que llegamos a tener nuestra bruja de cabecera en el mismísimo Callejón del Viento, no nos da miedo nada.
Sí, en El Callejón del Viento, una bruja morena que visitábamos y nos averiguaba el pasado y el futuro y nos avisaba de rupturas sentimentales, éxitos y fracasos en un ambiente inquietante. Recuerdo que una vez la entrevisté y los lectores se lo creyeron tanto que en la central telefónica de La Voz de Galicia en A Coruña tuvieron que tener el teléfono de la bruja del Callejón a mano porque no dejaba de llamar gente incluso desde Cuba, que ya hay que estar necesitado de brujería para llamar desde La Habana.
Y qué me dicen de la cena gourmet en torno a El Exorcista. Reconozco que los nombres de los platos dan no sé qué, ya saben: tacita de vómito, excremento relleno de setas, bocata de carne desmembrada del diablo con salsa de belcebú y bebidas como el beso de satanás o la sangría en vena. Asco sí que dan, pero para miedo, lo que se dice miedo, aquellas setas que a veces comíamos en las fiestas micológicas de A Pescadería, que cogías unos alucines que veías a Belcebú y a Satanás bailando una muiñeira con la concejala de Cultura.
Después de la cena, hará un bis la Santa Compaña junto a mujeres de luto. En fin, una Santa Compaña al tiempo que DJ Alkalde pincha a Quevedo con Bizarrap: «Se pintaba lo'labios y la copa como espejo… Perreamos toda la noche y nos dormimo' a las diez». Que no, que da más risa que miedo. Si es que metían más miedo las fiestas vallejianas de San Roque del 97, cuando se inventó la Noite Meiga, que ya incluyó una tenebrosa procesión de ánimas y una Santa Compaña que no acabó perreando, sino con una queimada en O Castro.
A los veteranos de colmillo retorcido (esos sí que damos miedo), nos han contado historias de santas compañas de verdad, de noche y en el campo, como aquella joven de Bamio que ahora tendrá la edad de mi padre, 92, que en 1946, con 15 años, se acercó a un arroyo a las nueve de la noche, en pleno invierno, escuchó ruiditos espeluznantes y cuando quiso mirar, vio por la ladera del monte a un hombre que portaba una cruz y tras él, un grupo de encapuchados vestidos de blanco y un alma en pena arrastrado cadenas y haciendo un ruido que espantó a la adolescente. En las vallejianas meigas del 97, aún vivía la atemorizada señora y la historia me la contó su nieta.
¿Miedo vamos a tener quienes conocimos a la bruja de Os Duráns?. Esa señora, que vivía en Eduardo Pondal, tenía una facultad extraordinaria para adivinar el mal de ojo y el aire de muerto, además de ser componedora y ver el futuro en los posos del café. Quién dijo miedo si tuve una alumna en el Bouza Brey, cuando se llamaba Fontecarmoa, que era lozana y hermosa, pero estuvo a punto de endiñarla (estirar la pata, ponerse el abrigo de tablas, conformarse, doblar la servilleta, jincar el poleo, espicharla) porque, siendo bebé, sus padres no la despertaron cuando pasó un entierro y luego, ya adolescente, una de las varias brujas que había en A Illa le recetó meterla siete veces en un horno apagado y se salvó.
Antes de este Samaín que pone el cuerpo de jota más que la carne de gallina, en Vilagarcía sabíamos de una muchacha que cada miércoles iba a arreglar la casa de su abuelo muerto y encontraba un hueco en el colchón de la cama, como si el finado viniera a dormir. O la que veía por las mañanas a dos parientes fallecidos en la puerta de su casa. Que nos vengan a nosotros con samaínes que verán cómo los espabilamos.